El Reloj Cuaresmal
La hora de la conversión. Es una llamada a
redescubrir nuestro origen. A actualizar nuestra vida cristiana. No es tanto un
esfuerzo personal, sino un permanente ir al encuentro de Aquel que nos ama. No caminamos hacia
la nada. El tiempo de cuaresma nos pone en órbita hacia la Pascua. Nuestro
final definitivo no es la gran mentira en la que viven sumidos muchos hombres.
Nosotros, porque Cristo nos lo aseguró con su propia existencia, sabemos que
hay una gran Verdad: la vida de Jesús y sus promesas. Sin obras, nuestra
fe, queda coja. Pero, nuestras obras sin referencia a Dios, pronto se agotan.
Pueden derivar incluso en el puro humanismo arrogante. La hora de la caridad
cuaresmal nos centra en Aquel de donde todo tiene su origen y su cumplimiento:
Dios en Cristo. El silencio es un tesoro
bien escaso. No se encuentra en cualquier lugar ni se compra en cualquier
establecimiento. Una campana, una iglesia abierta, una capilla de adoración, pueden
ser una llamada a poner en orden lo que tal vez llevamos atrasado: la visita
con el Señor. La oración. ¿Cómo podemos
encontrar el camino si no dejamos que el Señor nos lo indique? El reloj
cuaresmal nos hace llegar con prontitud a la escucha de la Palabra. Es un
tiempo de audición de lo santo, de captar aquello que es esencial para nuestra
fe. Acostumbrados a
mirar al reloj para la hora de la comida, la cuaresma brinda otro alimento:
Cristo. Nos hace comprender que, la ansiedad, no es buena consejera para tener
hambre de Cristo. Es un buen momento para ayunar de excesos, malos modos,
blasfemias, odios, ingratitud, preocupaciones, críticas… No nos gustan los
obstáculos, en la carretera preferimos la autopista. La cuaresma nos recuerda
que el sacrificio nos mantiene vigorosos, lo mismo que el entrenamiento hace
grande y fuerte a un futbolista. Rectificar es de sabios y moderar ciertos
comportamientos nuestros nos pueden encaminar a identificarnos más con Cristo. La hora de la confesión. Hasta la mejor
prenda necesita, de vez en cuando, ser llevada a una buena lavandería. Nuestras
almas, en las que se encuentra impreso el sello de Hijos de Dios, tienen
derecho a ser puestas a punto. La hora de la confesión nos facilita un nuevo
rostro: la alegría de sentirnos reconciliados con Dios y con nosotros mismos. El encuentro con Jesús empuja al abrazo con el hermano. No podemos observar el reloj cristiano y, a continuación, olvidarnos de las horas amargas en las que viven los que nos rodean. Poner a punto nuestra vida cristiana nos exige ayudar a aquellas personas que quedaron rezagadas en la felicidad, en el bienestar o en el amor.
La hora del corazón. Las prisas y los agobios, el estrés o el ritmo de vida que llevamos
presionan en exceso la serenidad de nuestro corazón. El reloj cuaresmal procura
que el corazón vaya despacio, medite, reflexione, ame y se oxigene a la sombra
del Corazón de Cristo. Frecuentemente señalamos el reloj y preguntamos ¿nos tomamos un café? El reloj cuaresmal nos interpela ¿y por qué no vivir una eucaristía diaria? Nunca, en tan poco tiempo, se nos ofrece tanto: acogida, perdón, calor, palabra, fuerza, silencio, amor, paz interior y poder saborear lo que sólo Jesús nos puede dar: su Cuerpo y su Sangre. HERRAMIENTAS PARA LA CUARESMA
1. La mesa de la oración. Para comprender y entender la voluntad de Dios en nuestra vida. ¿Qué querrá el Señor de mí? 2. El destornillador del perdón. Para aflojar situaciones tensas y, por lo tanto, al igual que Jesús Maestro ofrecer el perdón sin exigir nada a cambio. 3. La sierra de la confesión. Para cortar con todo lo que nos separa del amor de Dios. Para apartar de nuestro lado aquellas actitudes que no nos permiten vivir como hijos de Dios y por lo tanto para permitir que Dios vuelva a recuperar la noble madera que tenemos en el corazón. 4. El martillo de la fe. Para no desesperar ante un mundo incierto. Para llegar al fondo de los misterios pascuales. La fe nos hace comprender que, Dios, es amor y que lo ofrece gratuita y generosamente. Sólo nos pide correspondencia y confianza. 5. El metro de la penitencia. Para marcarnos pequeñas metas que nos inviten a ponernos en camino saliendo al encuentro del Señor que sube hacia Jerusalén. 6. El torno de la conversión. Para moldear nuestra persona, nuestro corazón y nuestra alma con la fuerza del Espíritu. Dos grandes enemigos salen a nuestro paso: el todo vale y el todo da igual. 7. El clavo del amor. Para volcarnos e incrustarnos de lleno allá donde existe soledad e incomprensión. Cristo fue sensible a los dramas de las personas. También nosotros podemos llevar seguridad a aquellos que nos rodean, dándoles un poco de afecto. 8. El cristal de la transparencia Para que el Señor y también los demás nos vean tal cual somos. Pedro se comprometió a ser fiel aún a sabiendas de que su debilidad podría más que sus promesas. Ser transparente significa también ser humilde, mostrarnos tal y cual somos. 9. Las gafas de la esperanza. Para ver los acontecimientos del mundo como Dios mismo los ve. Para ser objetivos en nuestros juicios y no confundir la falsedad con la verdad, la mediocridad con la perfección o el interés personal sobre todo. 10.Las tijeras del pecado. Para podar aquello que sobra en el árbol de nuestra vida social, política, matrimonial, moral o personal. Vivir con Cristo conlleva buscar el camino de la perfección para encontrarnos con Aquel que es imagen de la perfección divina. 11. Los alicates de la palabra de Dios. Para perfeccionar nuestra vida y hacer de nuestra existencia una búsqueda de su presencia, de su voluntad y de su amor. 12. La llave del corazón. Para abrirnos sin reservas y sin condiciones ante un Jesús que nos invita a seguirle, a escucharle, A ADORARLE y ser mejores hermanos, y santos adoradores en Espíritu y en Verdad. |