La fiesta del vino [Buscando a Dios por interés] Cierto día se organizó en un pueblo una gran fiesta. Todo estaba preparado para el gran evento. En la plaza del pueblo habían construido un gran barril para el vino. Se habían puesto todos de acuerdo en que cada uno iba a llevar una botella de vino para verterla en el gran barril, y así disponer de abundante bebida para la fiesta. Se acercaba la noche y Juan, viendo que llegaba la hora de partir hacia la plaza, tomó su botella vacía para llenarla con vino de su barril. Pero de pronto lo asaltó un pensamiento: - Yo soy muy pobre, y para mí es un sacrificio muy grande llevar vino del barril de mi casa. ¿Por qué tengo que llevar igual que todos los demás? Voy a hacer una cosa: llenaré mi botella con agua, y cuando llegue a la plaza la verteré en el barril, así todos verán que hago mi aporte, y no afectaré mi barril de vino. De todos modos, somos muchos, y mi poquitito de agua se mezclará con el vino de los demás y nadie lo notará. Así lo hizo. Llegada la noche, se acercó ante la vista de todos los vecinos y vació el contenido de su botella en el barril de la plaza. Nadie sospechó nada. Todo el resto del pueblo fue aportando su parte de vino en el gran barril. Comenzó la fiesta, la música, la danza. Y cuando llegó la hora de servir el vino ¡oh sorpresa! Abrieron el barril y... ¡salió solamente agua! ¿Quién iba a pensar que a todos se les iba a ocurrir pensar lo mismo que Juan? Y todos los del pueblo, avergonzados, agacharon la cabeza y se retiraron a sus casas. Y la fiesta se terminó. El testamento. [Trabajar por algo noble] Un anciano juez leía el testamento de un hombre muy rico que había fallecido. En medio de la formalidad del acto, estaban presentes los hijos e hijas del difunto; los nietos, nietas, sobrinos, sobrinas y otros familiares. Todos expectantes y esperanzados en que pudieran tener parte en la inmensa fortuna que estaba a punto de distribuir. El juez, mirando a los herederos por encima las gafas, comenzó la lectura del testamento: “En uso de mis facultades mentales y cumpliendo con los requisitos que pide la ley, procedo a determinar mi voluntad sobre el destino de mis posesiones. En primer lugar, quiero que las tierras de la hacienda la ponderosa, incluyendo la casa, el ganado y todos los bienes que hay en ella, se destinen a la comunidad de hermanas del ancianato de los pobres de mi pueblo natal”. Inmediatamente hubo un cuchicheo de protesta entre los presentes... “En segundo lugar, quiero que las casas y apartamentos que tengo, sean destinados al hogar para niños huérfanos que funciona bajo la dirección de la parroquia de mi pueblo”. El alboroto esta vez fue más sonoro y la cara de sorpresa de los asistentes fue mayor. “En tercer lugar, quiero que todo el dinero que tengo en mis cuentas corrientes y de ahorros, junto con las acciones y cdts sean entregados a la clínica del niño quemado, que dirigen las hermanitas de los desamparados”. Esta vez la reacción de los familiares del difunto fue ya fue extrema... Sin embargo, el silencio se apoderó de todos cuando el juez continuó su lectura pausada y firme: “Por último, a mis hijos e hijas, a mis nietos y nietas, a mis sobrinos y sobrinas, y a todos mis herederos directos o indirectos, les dejo algo que estoy seguro, los sacará de su precaria situación económica. Les recomiendo ¡Que trabajen!” El ratón y el mago [En la pequeñez de la hostia se esconde la grandeza de Dios] Había un ratón que vivía siempre angustiado y atemorizado por miedo al gato que le perseguía. Un mago, al verle tan pequeño e indefenso, quiso ayudarle y le convirtió en gato. El nuevo gato comenzó entonces a temer al perro, con lo que el mago le transformó en pantera. Esta empezó a asustarse por la presencia de los cazadores y el mago, harto de que nunca estuviera conforme, volvió a convertirlo en ratón. Y el mago le dijo: ¡De nada te sirve tener una apariencia temible, porque siempre tendrás el corazón de un ratón! Lao-Tse: “Si le das pescado a un hombre hambriento lo nutres durante toda la jornada. Si le enseñas a pescar le nutrirás toda la vida”. El peluquero generoso: […Pero corresponder con la misma medida…] En la república de los cocos, un día un sacerdote fue a cortarse el cabello. Cuando llegó el momento de pagar, el sacerdote pregunta al peluquero: - ¿Cuánto le debo? - Nada, responde el peluquero, tómelo como un favor a la iglesia. A la mañana siguiente, en la puerta de la peluquería, aparecieron 12 rosarios con una nota de agradecimiento. Pasados unos días llega un policía a cortarse el pelo; al pagar le pregunta al peluquero: - ¿Cuánto le debo? - Nada, responde el peluquero, tómelo como un favor a la justicia. A la mañana siguiente aparecieron en la puerta 12 tortillas con una nota de agradecimiento. Al otro día llegó un diputado a cortarse el pelo, cuando iba a pagar dice: - ¿Cuánto es? - Nada, tómelo como un favor a la república de los cocos. A la mañana siguiente, en la puerta del establecimiento aparecieron… ¡12 diputados esperando a que abrieran la peluquería para cortarse el pelo! El dedo: [Nos dan la mano…y tomamos el codo?] Un hombre pobre se encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejaba de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo y de inmediato se convirtió en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso era muy poco. El amigo tocó una estatua de piedra que se convirtió en oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa, porque él iba a vivir muchos años. - ¿Qué más deseas, pues? -le preguntó sorprendido el que hacía prodigios con el dedo. – Y el otro contestó: ¡Pues yo quisiera tu dedo! Insatisfacción crónica. [“…Comieron hasta llenarse”]
Un joven se quejaba siempre porque su mamá le daba más comida a sus hermanos y nunca estaba satisfecho con lo que le servían a él en el plato. La mamá trataba de ser muy justa en la repartición de las porciones, pero por alguna razón desconocida, el joven siempre encontraba alguna forma para lamentarse de que le sirvieran menos. Ya desesperada por esta queja constante, la señora decidió un día dejarle una doble ración de todo lo que les iba a ofrecer en la cena de ese día, de manera que el joven no tuviera forma de quejarse. Pero sucedió que el joven ese día llegó tarde a cenar y todos comieron antes de que él llegara. Al momento de recibir su ración doble, que le habían guardado en el horno, la expresión del muchacho por poco hace desmayar a la mamá, porque solo atinó a decir: ¡Jaaa!! Si esto me dieron a mí, ¿cómo le habrán dado a los demás? |