Sabiduría Socrática: Cuenta una leyenda que, en una ocasión, el famoso general griego, Alcibíades, le dijo a Sócrates, con gran orgullo, cuántas haciendas y tierras tenía. Sócrates sacó un mapa: “Muéstrame -le dijo- ¿dónde está Asia y Europa?”. Alcibíades le señaló la enorme extensión de territorio. “Bien, y ahora, ¿dónde está Grecia?”.Y también se la mostró. “Y, ¿dónde está el Ática?”. Era casi un puntico. “Bien, y ahora ‑dijo Sócrates‑ enséñame, ¿dónde está tu gran hacienda y tus terrenos?”. Alcibíades ya no pudo encontrarlos. Y Sócrates afirmó: ¡Qué insignificantes son las cosas humanas! Dinero y fe Dicen que el Cardenal Newman, después de una homilía en la que se explicaba la escena evangélica del rico que almacenaba en el granero, lo visitó un feligrés, quejándose que no entendía nada de lo que decía. Como el Cardenal veía que el hombre tenía buena fe pero que no entendía, después de escucharlo pacientemente, el Cardenal le enseñó un crucifijo y le preguntó:
¿Qué ve usted? El hombre respondió: una imagen de Cristo crucificado. Luego el sacerdote sacó un billete de 20 Euros y lo interpuso entre el hombre y el crucifijo y le preguntó: Y ahora, ¿qué ve usted? Sólo el billete de 20 Euros, respondió el hombre. Moraleja: El dinero no nos deja ver ni entender a Cristo.
Alejandro…Magno [“Cuando uno muere, deja hasta el último centavo…”]
Se cuenta de Alejandro Magno, aquel grandísimo general que conquistó casi todo el mundo que, al morir y verlo en el féretro, alguien comentó: “Ahí, entre esas tablas, está Alejandro, el que ayer no cabía en el mundo entero”. El valor del dinero Con el dinero se puede comprar: lujos, pero no felicidad. diversión, pero no gozo. comida, pero no apetito. medicina, pero no salud. libros, pero no sabiduría. aduladores, pero no amigos. una casa, pero no un hogar. una cama, pero no descanso. una tumba, pero no el cielo. Feliz pero triste La bolsa de oroUn mendigo encontró una bolsa de cuero que alguien había perdido en el mercado. Al abrirla, descubrió que contenía cien monedas de oro. Inmediatamente se escuchó el grito de un comerciante: — ¡Hay una recompensa para quien encuentre mi bolsa! - Como el mendigo era un hombre honrado, se acercó y le entregó la bolsa diciendo: — Aquí está. ¿Me puede dar la recompensa? — ¿Recompensa? — se burló el comerciante, contando con avidez las monedas de oro. Luego afirmó: — Cuando la perdí, había doscientas monedas de oro en ella. Ya me robaste más de lo que te hubiera dado. Desaparece o se lo diré a la policía. — Soy un hombre honesto —protestó el mendigo—. Llevemos este asunto ante el juez. Ya en la corte, el juez escuchó pacientemente ambas versiones de la historia y dijo: — Creo que es posible brindar justicia a los dos.Señor comerciante, usted dijo que su bolsa contenía doscientas monedas de oro. Sin embargo, la que este mendigo encontró sólo contenía cien. Por lo tanto, no puede ser la suya. Dicho esto, el juez le dio la bolsa con el oro al hombre pobre. ¿Herencias o legado? Jacinto llega a la notaría para recibir la herencia de su anciano padre, recientemente fallecido. El notario le hace esperar más de media hora, y al fin lo recibe: -¿Viene usted por la herencia de su papá? – Sí, señor. - ¿Llevaba mucho tiempo esperando? –¡Uy…Si…Más de veinte años! Tener mucha lana [Para misa con niños]: Cierto día, un Mejicano encontró una botella, y al destaparla se dio cuenta que tenía un genio.Este le dijo: Te concederé solamente un deseo, piénselo bien. Muy bien dijo el hombre, y después de pensarlo un buen rato, dijo: mi deseo es tener mucha lana (o sea mucho dinero). – Concedido -dijo el genio- y lo convirtió en oveja. El cauchito rojo Jaimito sube a tras milenio en plena hora pico, y de repente comienza a preguntar en voz alta: ¿alguien ha perdido un fajo de billetes de 50.000, envueltos en un cauchito rojo? – Y todos, incluyendo al conductor, levantan la mano diciendo que sí, que es de ellos. Jaimito agrega: ¡Qué bueno, es que aquí tengo el cauchito…! Las muñecas: [Avaricias pequeñas, grandes sufrimientos] – Para misa con niños] Cierta vez, estaba una mamá preocupadísima por su hijita de ocho años, que llegó del colegio llorando. La mamá le preguntó: ¿y por qué estás llorando? A lo que la niña le respondió: es que me enteré que mi amiguita Rosita tiene quince muñecas y yo solo tengo diez. Lo difícil para Mafalda:
Mafalda piensa lo difícil que es olvidar un gran amor, y luego dice: No, ¡Que va! difícil es andar sin plata. Dios mío... Dame fuerza y paciencia, o sino, dame un millón de dólares y yo me las arreglo como sea.... |