Jugársela por el Reino. [Aunque sea de a poquito]
Los vecinos de Jaimito se reían siempre de él con un juego. Se trataba de que le ofrecían a elegir entre una moneda de 50 centavos y otra de un euro. Jaimito siempre se llevaba la de menor valor, porque era dorada, y así los otros niños no paraban de reírse de él. La madre de Jaimito, enojada, le dijo un día: - Jaimito, cariño, ¿por qué no te quedas con la moneda de un euro? - Aunque no sea dorada vale más que la otra. - Fácil, mamá. Si me llevo la otra, dejarían de jugar ese juego conmigo. ¡Y no ves que de esta forma he ganado ya más de 50 euros?
La segunda Oportunidad [Desaprovechamos los tesoros del Reino de Dios]
Había un hombre muy rico que poseía muchos bienes, una gran estancia, mucho ganado, varios empleados, y un único hijo, su heredero. Lo que más le gustaba al hijo era hacer fiestas, estar con sus amigos y ser adulado por ellos. Su padre siempre le advertía que sus amigos sólo estarían a su lado mientras él tuviese dinero o algo material que ofrecerles, pero que cuando no tuviera nada, lo abandonarían.
Un día, el viejo padre, ya avanzado en edad, dijo a sus empleados que le construyeran un pequeño establo. Dentro de él, el propio padre preparó una horca y, junto a ella, una placa donde estaba escrito: "Para que nunca desprecies las palabras de tu padre" - Mas tarde, llamó a su hijo, lo llevó al establo y le dijo: Hijo mío, yo ya estoy viejo y, cuando yo me vaya, tú te encargarás de todo lo que es mío... Y yo sé que vas a dejar la estancia en manos de los empleados y vas a gastar todo el dinero con tus amigos. Venderás todos los bienes para sustentarte y, cuando no tengas nada, tus amigos se apartarán de ti.
Sólo entonces te arrepentirás amargamente por no haberme escuchado. Fue por esto que construí esta horca. ¡Ella es para ti! Quiero que me prometas que, si sucede lo que yo te dije, te ahorcarás en ella. El joven se rió, pensó que era un absurdo, pero para no contradecir a su padre le prometió que así lo haría, pensando que eso jamás sucedería. El tiempo pasó, el padre murió, y su hijo se encargó de todo, y así como su padre había previsto, el joven gastó todo, vendió los bienes, perdió sus amigos y hasta la propia dignidad.
Desesperado y afligido, comenzó a reflexionar sobre su vida y vio que había sido un tonto. Se acordó de las palabras de su padre y comenzó lamentarse: ¡Padre mío... Si yo hubiera escuchado tus consejos... Pero ahora es demasiado tarde. Triste, el joven levantó la vista y vio el establo. Con pasos lentos, se dirigió hasta allá y entrando, vio la horca y la placa llenas de polvo, y entonces pensó: Yo nunca seguí las palabras de mi padre, no pude alegrarle cuando estaba vivo, pero al menos esta vez haré su voluntad. Voy a cumplir mi promesa.
No me queda nada más…Entonces, subió los escalones y se colocó la cuerda en el cuello, y pensó: ¡Si yo tuviese una nueva oportunidad…¡Entonces, se tiró desde lo alto de los escalones y, por un instante, sintió que la cuerda apretaba su garganta… Era el fin. Sin embargo, el madero de la horca era hueco y se quebró fácilmente, cayendo el joven al piso. Sobre él cayeron joyas, esmeraldas, perlas, rubíes, zafiros y muchos brillantes… La horca estaba llena de piedras preciosas. Entre lo que cayó encontró una nota que decía: “Esta es tu nueva oportunidad. ¡Te amo mucho! Con amor, tu viejo padre”
Saber trabajar en las cosas de Dios.
Juan trabaja hace cuatro años y es siempre dedicado y cumplidor. Cierto día buscó al gerente para hacerle un reclamo: - "Señor, trabajo en la empresa con bastante esmero y estoy a gusto, pero siento que he sido relegado. ¡Mire, Fernando ingresó a un puesto igual al mío hace sólo 6 meses y ya está siendo promovido a supervisor!" Mostrando preocupación, el gerente le dice. - "Mientras resolvemos esto, quisiera pedirte que me ayudes a resolver un problema. Quiero dar fruta al personal para la sobremesa del almuerzo de hoy.
En la bodega de la esquina venden fruta. Por favor, averigua si tienen naranjas". Juan se esmeró en cumplir con el encargo y en 5 minutos estaba de vuelta. - Bueno Juan, ¿qué averiguaste? - Señor, si tienen naranjas para la venta. - ¿Y cuánto cuestan? - ¡Ah...! no pregunte- "Ok!, pero... ¿viste si tenían suficientes naranjas para todo el personal? - Tampoco pregunté señor - ¿Hay alguna fruta que pueda sustituir la naranja? - No sé señor, supongo que sí. Siéntate un momento. El Gerente mandó llamar a Fernando. Cuando se presentó, le dio las mismas instrucciones que le dio a Juan y en 10 minutos estaba de vuelta. El Gerente pregunta: - ¿qué noticias me tienes? – Si tienen naranjas suficientes para todo el personal, y si prefiere también tienen papaya o melón. La naranja está a $3.000 el kilo, la papaya y el melón a $3.800. Me dicen que si las compra por cantidad, nos darán un descuento de 8%. He dejado separada la naranja. Pero si usted escoge otra fruta debo regresar para confirmar el pedido. – Muchas gracias Fernando, pero espera un momento. Se dirige a Juan, que aún seguía esperando estupefacto y le dice: - Juan, ¿qué me decías? – Nada señor…con su permiso!!!
¿De buenas?
El obrero de una constructora vuelve a casa y le cuenta a su mujer que el andamio en el que trabajaba con otros tres obreros se ha venido abajo y a causa de la caída los tres han muerto, y que, gracias a Dios, sólo él se ha salvado, y a causa del accidente, el empresario deberá desembolsar 50 millones de pesos para cada una de las familias de las víctimas. Ante tal noticia, su mujer le dijo: ¿Te das cuenta? - ¡Cuando hay algún dinero que ganar, tú siempre te quedas por fuera! No es cuestión de méritos:
Un sacerdote llegó al cielo y San Pedro lo coloca en un rincón, y a un taxista lo coloca en la sección V.I.P. El sacerdote reclama: Perdón San Pedro, pero yo que prediqué toda la vida la palabra de Dios…- ¿No cree usted que merezco un sitio mejor que el del taxista? Y San Pedro le dice: ¡es que cuando tú predicabas la gente dormía a pierna suelta, en cambio el taxista cuando conducía a toda velocidad, la gente no paraba de rezar…!
100 dólares de más:
Cuando Juan recibió su sueldo, en dinero efectivo, como siempre lo hacía el primer día de cada mes, contó cuidadosamente los billetes, uno a uno, agudizando sus ojos y untando el dedo con saliva para despegar los billetes. Se sorprendió al percatarse que le habían dado 100 dólares más de lo que correspondía. Miró al contador de reojo para asegurarse que no lo había notado, rápidamente firmó el recibo, se guardó el dinero dentro del bolsillo y salió del sitio con la mayor rapidez y discreción posibles, aguantándose, con esfuerzo, las ganas de saltar de la dicha. Todo quedó así. El primer día del mes siguiente hizo la fila y extendió la mano para recibir el pago.
La rutina se repitió y al contar los billetes, notó que faltaban 100 dólares. Alzó la cabeza y clavó su mirada y muy serio le dijo al cajero: - Señor, disculpe, faltan 100 dólares. El cajero respondió: - ¿Recuerda que el mes pasado le dimos 100 dólares de más y usted no dijo nada? – y Juan contestó: Sí, claro – uno perdona un error, ¿pero dos? ¡Ya son demasiados!.
Estoy o no estoy? [Le hacemos el quite a Dios] [Para misa con niños]
Un loquito toca a la puerta de una casa, entonces abre la puerta un segundo loquito y pregunta: ¿A quién busca? El primer loquito, contesta: -Te busco a ti. El segundo responde: -Déjame ver si estoy (se retira y cuando vuelve dice): Oye no estoy. El primero exclama: -Qué lástima porque yo venía a pagarte un dinero que te debía. El segundo loquito dice: -Déjame voy a ver si ya llegué (Se retira y luego al volver le dice): Oye mi amigo ya vine. El primer loquito exclama: -¡Lástima, porque yo ya me fui! Y la gorra? [Dios nos da todo, pero ni damos gracias, y sí le pedimos más] En el mercado, en un puerto de Italia, una señora estaba de compras con su hijo menor, quien se distrajo con su gorra nueva y no se percató que iba directo al agua. El hecho es que cayó y nadie se dio cuenta, solo un mendigo que estaba tirado en el piso y rápidamente sin pensarlo se lanzó a auxiliar al niño que se estaba ahogando.
La mamá con la confusión del momento se llevó al niño, sin darse cuenta quien lo había salvado. Al día siguiente regresó en busca del buen hombre y al encontrarlo le preguntó: ¿fue usted el que salvó a mi hijo cuando se estaba ahogando, y se lanzó tras él arriesgando su propia vida? - Si señora, fui yo… La señora toma un respiro de alivio, y casi llorando pregunta: ¿Y la gorra? |