Un poderoso sultán viajaba por
el desierto, seguido de una larga caravana, que transportaba una pesada carga
de riqueza en oro y objetos preciosos. A mitad del camino, cercado por el fuego
de los arenales, un camello, extenuado, cayó para no levantarse. El arca, que
transportaba sobre sus espaldas, crujió y se deshizo dejando esparcidas sobre
arenas, joyas y brillantes. El príncipe no teniendo con qué recoger el precioso
caudal, hizo un gesto entre displicente y generoso, invitando a sus criados a
guardar lo que cada uno podía cargar sobre sí.
Mientras estos se abalanzaban
con avidez sobre el rico botín para buscar entre los granos de arena otros
granos que brillaban un poco más, el príncipe siguió adelante su camino por el
desierto. De pronto, escuchó los pasos de alguien que caminaba a sus espaldas.
Se volvió y vio que era uno de sus criados que le seguía, jadeante y sudoroso. –
Y tú – le preguntó -, ¿no te quedas a recoger nada? El joven respondió con
sencillez y distinción: - No, majestad, Yo sigo a mi Rey.
¿Cómo se fríe un huevo? [Seguir a Jesús, no pide
catálogos, sino experiencia con él]
Un periodista le preguntó a
Einstein: ¿Me puede Ud. Explicar la Ley de la Relatividad?” y Einstein le
contestó “¿Me puede Ud. Explicar cómo se fríe un huevo?”. El periodista lo miró
extrañado y le contesta “Pues, sí, sí puedo”, a lo cual Einstein replicó
“Bueno, pues hágalo, pero imaginando que yo no sé lo que es un huevo, ni una
sartén, ni el aceite, ni el fuego”
Seguir al
Señor, sin dudar.
Están hablando Pedro y Jesús cosas elementales de la vida, y Pedro
queriendo saber más pregunta a Jesús: Maestro, ¿De dónde vienes? Y Jesús le
responde: “Yo vengo de dónde vengo”.
Al ratico, Pedro vuelve a preguntarle: ¿Maestro, y para dónde vas? Y Jesús
le contesta. “Yo voy para donde voy”.
Y ahora es Jesús, quien le pregunta a Pedro: ¿Y tú Pedro, porqué me sigues? – A
lo que Pedro, sin pensarlo dos veces, le responde: ¡Por lo bien que explicas, Señor!
Venid y lo veréis: [El encuentro con Jesús, nos permite conocer
quién es él]
Un padre y su hijo salieron un
día a pescar. Estando ya en su barca el niño sintió curiosidad por el mundo que
lo rodeaba, y comenzó a hacerle preguntas a su padre. “papá, ¿qué hace flotar
nuestra barca?” su papa le contesta “pues no estoy seguro.” Al rato el niño
miró a su papá y le pregunta, “papá, ¿Cómo respiran los peces bajo el agua?”
una vez más su papá le contestó, “bueno hijo, la verdad es que no estoy
seguro.”
Más tarde el niño vuelve y
pregunta, “papá, ¿por qué es azul el cielo?” “caramba hijo, no estoy seguro.”
le contestó su papá. Después de unos momentos de silencio, el niño pregunta,
“papá, ¿te molesta que te haga tantas preguntas?” Y el papá le contesta: “claro que no, mijo, preguntando es como se
aprende.”
El ateo y la naranja: [Sólo quien prueba el amor de
Dios, sabe quién es él]
Un ateo dictaba una conferencia
ante un gran auditorio defendiendo su tesis de la inexistencia de Dios. Después
de haber finalizado su discurso, desafió a cualquiera que tuviese preguntas a
que subiera a la plataforma. Un hombre que había sido un borracho empedernido y
que se había regenerado por gracia de Dios y por la fuerza de su voluntad,
aceptó la invitación y sacando una naranja del bolsillo comenzó a pelarla
lentamente.
El conferencista le pidió que
hiciera la pregunta; el hombre, continuó tranquilamente pelando la naranja en
silencio, y cuando termino de comerla se volvió al conferencista y le preguntó:
“¿Estaba dulce o agria?” “No me pregunte tonterías”, respondió el orador con
señales evidentes de enojo; “¿Cómo puedo saberlo si no la he probado?” Y el
humilde y piadoso hombre, le respondió entonces: “Y ¿cómo puede usted saber
algo de Cristo, si nunca lo ha probado?”
La
abuela y los abogados […Dar testimonio de lo que se conoce como Juan dio testimonio de
Jesús…]
Durante un juicio en un pequeño pueblo, el
abogado acusador llamó al estrado a su primera testigo, una mujer de avanzada
edad. El abogado se acercó y con cierta arrogancia, le preguntó: - Sra.
Fortunati: ¿sabe quién soy yo? - Ella respondió: - Sí, yo lo conozco muy bien,
señor Ruiz, desde que era un niño y francamente le digo que usted resultó
ser una profunda decepción para sus padres; siempre está mintiendo, cree que lo
sabe todo, manipula a las personas. Sí, claro que sé quién es y lo conozco muy
bien. –
El abogado se quedó perplejo, sin saber
exactamente qué hacer ni decir. Entonces balbuceando y apuntando hacia la
sala, le volvió a preguntar a la Sra. Fortunati: - ¿Conoce usted al
abogado de la defensa? - Nuevamente la abuela respondió: - Uhhh…Claro que
Sí, Yo también conozco muy bien al señor Martínez desde que era un niño; es
medio raro, y tiene serios problemas con el alcohol y les sonsaca los bienes a
los pobres…Sí, lo conozco muy bien. El abogado de la defensa casi se desmaya.
Entonces, el Juez llama de inmediato a los dos abogados para que se acerquen
rápido al estrado, y les dice: - ¡Si a alguno de los dos se le ocurre preguntarle
a esta señora si me conoce... ¡los mando
a la silla eléctrica!