Lecciones de Vida para Crecer en la Fe, 6° Domingo del Tiempo Ordinario, 17 Febrero 2019, Ciclo C

publicado a la‎(s)‎ 22 feb 2019, 8:20 por Diseño Web Santa Ana Centro Chía   [ actualizado el 25 feb 2019, 19:06 ]


Quizá sí, quizá no. [Dios, única, verdadera y absoluta dicha: Lo demás es relativo] 

   Hace muchos años un hombre recibió un caballo magnifico, y todos los vecinos vinieron a felicitarlo. Le dijeron, "Usted es el hombre más afortunado de nuestro pueblo." El respondió, "Quizá sí, quizá no". Después de unos días el caballo se escapó. Los vecinos vinieron para consolarlo. "Que mala suerte," le dijeron. El hombre respondió, "Quizá sí, quizá no". La semana siguiente el caballo regresó con siete caballos salvajes siguiéndolo. 

   Los vecinos le felicitaron por su buena suerte. El hombre respondió, "Quizá sí, quizá no". Cuando su hijo trato de domar un caballo salvaje, se cayó y se rompió la pierna. Los vecinos comentaron sobre su mala suerte. El hombre respondió, "Quizá sí, quizá no". Entonces un ejército entró en el pueblo y llevaron a todos los jóvenes para ser soldados. Pero dejaron el hijo a causa de la pierna rota. Desde luego los vecinos le dijeron que era muy afortunado. El hombre respondió, "Quizá sí, quizá no." 

Dichosos los pobres


   Érase una vez un hombre muy rico que vivía en una mansión que dominaba un fértil valle. Pero había un gran vacío en su vida. No tenía fe y vivía solo con sus muchas riquezas. Juan, el mayordomo del hombre más rico del valle, vivía con su familia en una casa muy humilde. Juan era creyente, oraba en familia y todos juntos iban a la iglesia. Una mañana, el hombre más rico del valle contemplaba sus tierras y se decía: “Todo esto es mío. Sin duda soy el hombre más rico de todo este valle”.

 

   En ese momento llegó su mayordomo y le dijo: anoche tuve un sueño y el Señor me dijo que el hombre más rico del valle iba a morir a medianoche. Tenía necesidad de decírselo, espero no se enfade conmigo. No te preocupes, no creo en los sueños, vuelve a tu trabajo y olvídalo. El hombre más rico empezó a inquietarse y se fue a su médico para hacerse un chequeo. Éste le dijo que estaba como un roble y que le quedaban muchos años de vida.

 

   Aliviado, pero con dudas, invitó al médico a cenar y le pidió quedarse hasta medianoche. Pasada la medianoche despidió al médico y se dijo: ese despistado Juan y sus estúpidos sueños arruinaron mi día. Acababa de acostarse cuando sonó el timbre de la casa.

 

   Eran las 12:30. Bajó y encontró a la hija del mayordomo Juan en la puerta. Señor, le dijo llorando, mi mamá me envía a decirle que mi papá murió a medianoche. 


   El señor rico se quedó helado y comprendió de inmediato que el hombre más rico del valle no era él, sino su mayordomo.

 

El Zar y la camisa: [Sencillamente dichosos]


   Un Zar, hallándose enfermo, dijo: -¡Daré la mitad de mi reino a quien me cure! Entonces, todos los sabios se reunieron y celebraron una junta para curar al Zar, mas no encontraron medio alguno. Uno de los sabios, sin embargo, afirmó que era posible curar al Zar: -Si sobre la tierra se encuentra un hombre feliz -dijo- traigan su camisa y que se la ponga el Zar, y así será curado. El Zar hizo buscar en su reino a un hombre feliz.

 

   Los enviados del soberano se esparcieron por todo el reino, mas no pudieron descubrir a un hombre feliz. No encontraron un hombre contento con su suerte. El uno era rico, pero estaba enfermo; el otro gozaba de salud, pero era pobre; otro, rico y sano, se quejaba de su mujer; otro se quejaba de sus hijos. Todos deseaban algo.

 

   Cierta noche, muy tarde, el hijo del Zar, al pasar frente a una pobre choza oyó que alguien exclamaba: -¡Gracias a Dios he trabajado y he comido bien! ¿Qué me falta? - El hijo del Zar lleno de alegría, inmediatamente mandó que le llevaran la camisa de aquel hombre, a quien a cambio había le darían el dinero que pidiera. Los enviados se presentaron a toda prisa en la casa de aquel hombre para pedirle la camisa. Pero, el hombre feliz era tan pobre que no tenía camisa. 

Donde está tu tesoro, está tu corazón: [Jesús, única dicha y felicidad].

    Un ama de casa cortaba leña junto al río, y en un descuido se le escapó el hacha de las manos y fue a parar al fondo del rio. La mujer suplicó a Dios y él apareció. Le preguntó: ¿Por qué estas llorando? La mujer respondió que su única hacha se había caído al río. Dios entró al río, sacó un hacha de oro y le preguntó: ¿Es ésta tu hacha? La noble mujer respondió: No, Dios mío, no es esa.

    Dios entró nuevamente y sacó del río un hacha de plata y volvió a preguntar: ¿Ésta es tu hacha? No, respondió ella… Dios volvió nuevamente al río y sacó un hacha de hierro y madera y le preguntó: ¿Es ésta tu hacha? Sí, respondió ella, esa es. Dios estaba complacido con la sinceridad de la mujer que le regaló las otras dos hachas, la de oro y la de plata y ella, llena de felicidad, regresó a su casa.

   Otro día, la mujer y su esposo paseaban por los campos, él tropezó y cayó al río. La mujer no sabía nadar, y se puso a suplicar a Dios, él apareció y le preguntó: Mujer, otra vez tú, ¿por qué estas llorando? Mi esposo se cayó al río y se ahogó. Dios se sumergió en el río, sacó a Brad Pitt y le preguntó a la mujer: ¿Es éste tú esposo? Sí, Sí, afirmó la Mujer. Entonces Dios se enojó: ¡Eres una mujer mentirosa!

    Pero la mujer le explicó: Dios mío, perdone, pero si hubiese dicho que “no”, entonces Ud. me habría traído a Mel Gibson del río y como tampoco era él, Ud. me habría traído a mi marido, y cuando dijera que era él, Ud. me hubiera mandado a mí casa con los tres hombres. 

   Y yo, que soy una mujer fiel, ¡no podría cometer trigamia! - Dios halló justo el comentario de la humilde mujer y la perdonó. 

Felicidades pequeñas: [Trabajar por las eternas] [Para niños]

   Una señora perdió su bolso en el bullicio de las compras en un supermercado. Fue encontrado por un niño honesto que se lo devolvió a ella. Revisando su bolso, ella comentó: "Hmmm.... Esto es extraño. Cuando perdí mi bolso había un billete de 20.000 pesos. Ahora hay 10 billetes de 2.000.". El avispado niño le respondió: "Es que la última vez que le devolví el bolso a una señora, ella me dijo que no tenía suelto para darme una recompensa..." 

 El cauchito rojo: [Afán de dinero…Afán de felicidad] [Para niños]

   Luego de dos horas de trancón en una autopista, un niño sube al bus y con voz fuerte pregunta: A alguno de ustedes se le ha perdido un fajo de billetes, ¿en un cauchito rojo? Todos, sin excepción, levantan la mano diciendo en coro: Si, a mí, a mí…Y el niño les dice: ¡Es que aquí tengo el cauchito rojo…! 


Sacerdote veloz

 

   En una carretera muy transitada, un policía se dirige hacia un sacerdote para multarlo, después de que, según el radar, su vehículo iba a 160 km/h. Tan pronto como el oficial empezó a escribir, el sacerdote le dijo: - "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia." Y el agente de tránsito, sin dejarse impresionar, entregándole la multa le dijo a su vez: - ¡Vete y no peques más!

Cuando toca, toca

   Un sacerdote atendía a una ancianita que estaba grave, a punto de morir. Hizo todo lo posible para consolarla. Siéntase feliz que ahora va a ver al Señor, a la Virgen, a los Santos. La ancianita, mirando fijamente al padre, saca fuerzas y le dice: “Padre si tan bien se va a estar allá, ¿por qué no cambiamos? Usted se va y yo me quedo”.

Dichas pasajeras

 

   Con un poco de humor Sir Cecil Rhodes reconocía las limitaciones de la felicidad humana y del poder del dinero. Hacia el final de su vida, y habiendo construido un gran imperio en África del Sur, fue felicitado por un reportero por sus grandes éxitos. Usted debe ser un hombre muy feliz, le dijo. Sir Cecil Rhodes le contestó: “¿Feliz? Oh Dios mío, no. He pasado mi vida acumulando riqueza y ahora tengo que gastarla toda. “La mitad se la llevan los médicos para evitar que yo vaya a la tumba, y la otra mitad se la llevan los abogados para evitar que yo vaya a la cárcel”.

El gozo supremo: 

   Cuenta la historia que cuando le iban a cortar la cabeza a Tomás Moro, era tanto el gozo de dar la vida por Dios, que sonriente le dijo a su verdugo: “Señor, le ruego tenga cuidado en no estropearme la cabellera que es bien bonita”.

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