Quizá sí, quizá no. [Dios,
única, verdadera y absoluta dicha: Lo demás es relativo]
Hace muchos años un hombre
recibió un caballo magnifico, y todos los vecinos vinieron a felicitarlo. Le
dijeron, "Usted es el hombre más afortunado de nuestro pueblo." El
respondió, "Quizá sí, quizá
no". Después de unos días el caballo se escapó. Los vecinos vinieron
para consolarlo. "Que mala suerte," le dijeron. El hombre respondió, "Quizá sí, quizá no". La
semana siguiente el caballo regresó con siete caballos salvajes siguiéndolo.
Los vecinos le felicitaron por
su buena suerte. El hombre respondió, "Quizá
sí, quizá no". Cuando su hijo trato de domar un caballo salvaje, se
cayó y se rompió la pierna. Los vecinos comentaron sobre su mala suerte. El
hombre respondió, "Quizá sí, quizá
no". Entonces un ejército entró en el pueblo y llevaron a todos los jóvenes
para ser soldados. Pero dejaron el hijo a causa de la pierna rota. Desde luego
los vecinos le dijeron que era muy afortunado. El hombre respondió, "Quizá sí, quizá no."
Dichosos los pobres…
Érase una vez un hombre muy rico que vivía
en una mansión que dominaba un fértil valle. Pero había un gran vacío en su
vida. No tenía fe y vivía solo con sus muchas riquezas. Juan, el mayordomo del
hombre más rico del valle, vivía con su familia en una casa muy humilde. Juan
era creyente, oraba en familia y todos juntos iban a la iglesia. Una mañana, el
hombre más rico del valle contemplaba sus tierras y se decía: “Todo esto es mío. Sin duda soy el hombre más
rico de todo este valle”.
En ese momento llegó su mayordomo y le dijo:
anoche tuve un sueño y el Señor me dijo que el hombre más rico del valle iba a
morir a medianoche. Tenía necesidad de decírselo, espero no se enfade conmigo.
No te preocupes, no creo en los sueños, vuelve a tu trabajo y olvídalo. El
hombre más rico empezó a inquietarse y se fue a su médico para hacerse un
chequeo. Éste le dijo que estaba como un roble y que le quedaban muchos años de
vida.
Aliviado, pero con dudas, invitó al médico a
cenar y le pidió quedarse hasta medianoche. Pasada la medianoche despidió al
médico y se dijo: ese despistado Juan y sus estúpidos sueños arruinaron mi día.
Acababa de acostarse cuando sonó el timbre de la casa.
Eran las 12:30. Bajó y encontró a la hija
del mayordomo Juan en la puerta. Señor, le dijo llorando, mi mamá me envía a
decirle que mi papá murió a medianoche.
El señor rico se quedó helado y
comprendió de inmediato que el hombre más rico del valle no era él, sino su
mayordomo.
El Zar y la camisa: [Sencillamente
dichosos]
Un Zar, hallándose enfermo, dijo: -¡Daré la
mitad de mi reino a quien me cure! Entonces, todos los sabios se reunieron y
celebraron una junta para curar al Zar, mas no encontraron medio alguno. Uno de
los sabios, sin embargo, afirmó que era posible curar al Zar: -Si sobre la
tierra se encuentra un hombre feliz -dijo- traigan su camisa y que se la ponga
el Zar, y así será curado. El Zar hizo buscar en su reino a un hombre feliz.
Los enviados del soberano se esparcieron por
todo el reino, mas no pudieron descubrir a un hombre feliz. No encontraron un
hombre contento con su suerte. El uno era rico, pero estaba enfermo; el otro
gozaba de salud, pero era pobre; otro, rico y sano, se quejaba de su mujer;
otro se quejaba de sus hijos. Todos deseaban algo.
Cierta noche, muy tarde, el hijo del Zar, al
pasar frente a una pobre choza oyó que alguien exclamaba: -¡Gracias a Dios he
trabajado y he comido bien! ¿Qué me falta? - El hijo del Zar lleno de alegría,
inmediatamente mandó que le llevaran la camisa de aquel hombre, a quien a
cambio había le darían el dinero que pidiera. Los enviados se presentaron a
toda prisa en la casa de aquel hombre para pedirle la camisa. Pero, el hombre
feliz era tan pobre que no tenía camisa.
Donde está tu tesoro,
está tu corazón: [Jesús, única dicha y
felicidad].
Un ama de casa cortaba leña
junto al río, y en un descuido se le escapó el hacha de las manos y fue a parar
al fondo del rio. La mujer suplicó a Dios y él apareció. Le preguntó: ¿Por qué
estas llorando? La mujer respondió que su única hacha se había caído al río.
Dios entró al río, sacó un hacha de oro y le preguntó: ¿Es ésta tu hacha? La
noble mujer respondió: No, Dios mío, no es esa.
Dios entró nuevamente y sacó
del río un hacha de plata y volvió a preguntar: ¿Ésta es tu hacha? No,
respondió ella… Dios volvió nuevamente al río y sacó un hacha de hierro y
madera y le preguntó: ¿Es ésta tu hacha? Sí, respondió ella, esa es. Dios
estaba complacido con la sinceridad de la mujer que le regaló las otras dos
hachas, la de oro y la de plata y ella, llena de felicidad, regresó a su
casa.
Otro día, la mujer y su esposo
paseaban por los campos, él tropezó y cayó al río. La mujer no sabía nadar, y
se puso a suplicar a Dios, él apareció y le preguntó: Mujer, otra vez tú, ¿por
qué estas llorando? Mi esposo se cayó al río y se ahogó. Dios se sumergió en el
río, sacó a Brad Pitt y le preguntó a la mujer: ¿Es éste tú esposo? Sí, Sí,
afirmó la Mujer. Entonces Dios se enojó: ¡Eres una mujer mentirosa!
Pero la mujer le explicó: Dios
mío, perdone, pero si hubiese dicho que “no”, entonces Ud. me habría traído a
Mel Gibson del río y como tampoco era él, Ud. me habría traído a mi marido, y
cuando dijera que era él, Ud. me hubiera mandado a mí casa con los tres
hombres. Y yo, que soy una mujer fiel, ¡no podría cometer trigamia! - Dios
halló justo el comentario de la humilde mujer y la perdonó.
Felicidades
pequeñas: [Trabajar por las eternas] [Para niños]
Una señora perdió su bolso en el bullicio de
las compras en un supermercado. Fue encontrado por un niño honesto que se lo
devolvió a ella. Revisando su bolso, ella comentó: "Hmmm.... Esto es
extraño. Cuando perdí mi bolso había un billete de 20.000 pesos. Ahora hay 10
billetes de 2.000.". El avispado niño le respondió: "Es que la última vez que le devolví el
bolso a una señora, ella me dijo que no tenía suelto para darme una
recompensa..."
El cauchito
rojo:
[Afán de dinero…Afán de felicidad] [Para niños]
Luego de dos horas de trancón en una
autopista, un niño sube al bus y con voz fuerte pregunta: A alguno de ustedes
se le ha perdido un fajo de billetes, ¿en un cauchito rojo? Todos, sin
excepción, levantan la mano diciendo en coro: Si, a mí, a mí…Y el niño les
dice: ¡Es que aquí tengo el cauchito rojo…!
Sacerdote veloz
En una carretera muy transitada, un policía
se dirige hacia un sacerdote para multarlo, después de que, según el radar, su vehículo
iba a 160 km/h. Tan pronto como el oficial empezó a escribir, el sacerdote
le dijo: - "Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia." Y el agente de
tránsito, sin dejarse impresionar, entregándole la multa le dijo a su vez: - ¡Vete
y no peques más!
Cuando toca, toca
Un sacerdote
atendía a una ancianita que estaba grave, a punto de morir. Hizo todo lo
posible para consolarla. Siéntase feliz que ahora va a ver al Señor, a la
Virgen, a los Santos. La ancianita, mirando fijamente al padre, saca fuerzas y
le dice: “Padre si tan bien se va a estar allá, ¿por qué no cambiamos? Usted se
va y yo me quedo”.
Dichas pasajeras
Con un poco
de humor Sir Cecil Rhodes reconocía las limitaciones de la felicidad humana y
del poder del dinero. Hacia el final de su vida, y habiendo construido
un gran imperio en África del Sur, fue felicitado por un reportero por sus
grandes éxitos. Usted debe ser un hombre muy feliz, le dijo. Sir Cecil Rhodes
le contestó: “¿Feliz? Oh Dios mío, no. He pasado mi vida acumulando riqueza y
ahora tengo que gastarla toda. “La mitad
se la llevan los médicos para evitar que yo vaya a la tumba, y la otra mitad se
la llevan los abogados para evitar que yo vaya a la cárcel”.
El gozo
supremo:
Cuenta la historia
que cuando le iban a cortar la cabeza a Tomás Moro, era tanto el gozo de dar la
vida por Dios, que sonriente le dijo a su verdugo: “Señor, le ruego tenga cuidado en no estropearme la cabellera que es
bien bonita”.