Un monje llevaba una carga de sal al
mercado. Como el río estaba crecido, su burro tuvo que pasar por el rio, la sal
que llevaba en las alforjas se mojó y se disolvió. Al pasar a la otra orilla,
el burro estaba contentísimo por ver muy liviana su carga, y se puso a retozar
en el prado. El monje estaba enojado por la pérdida de la sal.
Al día siguiente en que había mercado, el
monje llenó las alforjas con algodón. El burro, recordando lo que había
sucedido el día anterior, se metió en la parte más profunda del rio, pero casi
se ahoga por el peso del algodón mojado. — Tranquilízate- le dijo sabio monje
—: esto te enseña que no siempre que cruces el río vas a ganar tú.
Semana
Mayor… o del amor inolvidable:
Un hombre que sufría la enfermedad de
Alzheimer. Perdía aspectos de su memoria. Primero, empezaba a olvidar cosas
ordinarias como abrir la ducha o usar el horno. No podía recordar personas
que eran sus amigos o colaboradores de trabajo. Luego, olvidó quienes eran sus
hijos y, finalmente, su esposa.
Cuando estaba agonizando, la familia se
reunió alrededor; él no reconoció a ninguno de ellos. Su señora puso un pequeño
crucifijo en su mano. Al principio estaba desconcertado, pero lo miró
atentamente y dijo, “Jesús.” El hombre había olvidado todo, pero recordó lo más
importante. Desde su niñez había seguido la Semana Santa, como la
semana mayor, la semana del amor inolvidable y la más importante de su vida.
La sombra: [Semana Santa, al amparo del Altísimo]
Una leyenda oriental habla de un hombre que no estaba conforme con su
sombra que le perseguía a todas partes. De distintas maneras intentó librarse
de ella. Primero echó a correr furiosamente. Pero la sombra le seguía. Después
saltaba de un lado a otro del camino y la sombra permanecía unida a él. Cansado
y agotado fue a cobijarse a la sombra de un árbol grande y frondoso. De repente
la sombra del buen hombre fue absorbida en la del árbol.
Moraleja: solo
colocándonos bajo la sombra y el amparo del Altísimo podrán desaparecer las
sombras que oscurecen nuestra vida.
El caballo y el cerdo [Jesús da su vida por nosotros…y nosotros
contra él]
Había una vez un
criador de caballos al que le faltaba uno de una determinada raza. Un día se
dio cuenta que su vecino tenía éste caballo y lo convenció para que se lo
vendiera. Un mes después el caballo enfermó y llamó al veterinario que le dijo:
“Su caballo está con un virus y es necesario que tome este medicamento por tres
días consecutivos, después de los tres días veremos si ha mejorado, si no lo ha
hecho no nos quedará más remedio que sacrificarlo”.
En ese mismo
momento un cerdo escuchaba la conversación. Al siguiente día le dieron el
medicamento al caballo y se fueron. El cerdo se le acercó y le dijo “fuerza
amigo caballo, ¡levántate de ahí y sino vas a ser sacrificado!”. Al segundo día
le dieron nuevamente el medicamento y se fueron.
El cerdo se acercó
y le dijo “vamos mi gran amigo ¡levántate sino vas a morir, vamos yo te
ayudo!”. Al tercer día le dieron el medicamento y el veterinario dijo:
“Probablemente vamos a tener que sacrificarlo mañana porque puede contagiar con
el virus a los demás caballos”.
Cuando se fueron,
el cerdo se acercó y le dijo: “Vamos amigo es ahora ó nunca” - ¡Ánimo¡
¡fuerza¡… yo te ayudo… vamos… un, dos, tres… despacio… ya casi… eso… eso… ahora
corre despacio… más rápido… fantástico… corre… corre… venciste campeón! - En
eso llega el dueño del caballo y ve al caballo corriendo y dice: ¡Milagro! el
caballo se ha curado… hay que hacer una fiesta!!… ¡¡matemos al cerdo para celebrar!!
Moraleja: el mérito lo tiene aquel que da su
vida por los demás. Gracias, Señor, por entregarte por nosotros.
Jesús y
el burro.
Un burro llegó a su casa muy contento, feliz y orgulloso…La
mamá burra le preguntó: ¿Por qué tan contento hijo? – Madre, porque cargué a un tal Jesucristo y cuando entramos a
Jerusalén todos me decían ¡VIVA, VIVA,
SALVE…VIVA, VIVA!… y me lanzaban flores y ponían palmas de alfombra.
La mamá le dijo: -Vuelve a la
ciudad, pero esta vez no cargues a nadie. Al otro día, el burro fue a la
ciudad, y cuando regresó a su casa, iba llorando, rebuznando de nostalgia y muy
triste. -Madre, no puede ser, pasé desapercibido entre las personas, nadie se
fijó en mí, y me echaron de la ciudad. La mamá burra lo miró fijamente y le
dijo: -“Hijo, tú, sin Jesús, no eres más
que burro”.
Jesús, manso y humilde, sobre un asno: [Los que presumimos somos
nosotros]
Cuatro
mujeres en una tertulia: Dice la primera: Mi hijo es presbítero y cuando entra
en una reunión todos le llaman: “Reverendo”. La Segunda dice: Mi hijo es obispo
y cuando le llaman le dicen: “Monseñor”. La tercera dice: Mi hijo es cardenal y
todos le dicen: “Eminencia”. La cuarta, en voz baja, comenta: En cambio, mi
marido es diacono permanente, mide 1,90 y pesa 130 kilos y cuando entra en una
reunión todos dicen ¡¡¡ “Dios mío”.