13° Domingo del Tiempo Ordinario, 28 de Junio de 2020, Ciclo A

publicado a la‎(s)‎ 27 jun 2020, 12:31 por Diseño Web Santa Ana Centro Chía   [ actualizado el 27 jun 2020, 13:25 ]
Chía, 28 de Junio de 2020

  Saludo y bendición a todos ustedes, discípulos misioneros de esta comunidad de Santa Ana.
 Lecturas de la Celebración

Acoger a un Profeta, es Acoger a Dios, que Habla a Través de él
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Saludo Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
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Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

   En este Domingo, tanto la primera lectura como el evangelio acentúan una característica esencial de la vida cristiana: la hospitalidad. No se habla sólo de hospitalidad sino de recibir "a un hombre de Dios", o recibir "a un profeta porque es profeta," según las palabras de Cristo en el evangelio. Esta expresión que usa Nuestro Señor es particularmente significativa. 

   Recibir al profeta "porque es profeta" es aceptar su profecía, es decir, es acoger al Dios que habla a través de un instrumento que en sí mismo es imperfecto. La hospitalidad aquí ya no es sólo caridad sino sobre todo, actitud de fe: una fe que hace que, al recibir al mensajero de Dios, sea Dios mismo quien nos reciba.

   Ante la indiferencia religiosa y la increencia, que se extienden más y más, sólo una respuesta radical a la llamada de Dios, puede manifestar, ante los no creyentes, la verdad del evangelio y el verdadero rostro del Señor. La acogida a los humildes y sencillos es más que un signo de hospitalidad. En la cultura del Antiguo testamento se consideraba que la hospitalidad era un deber sagrado, y quedó enunciado en una de las obras de misericordia corporales: "dar posada al peregrino". 

   En el contexto bíblico era deber acoger, porque el que no es acogido queda condenado a muerte. La hostilidad del desierto no perdonaría a un peregrino rechazado. No recibirlo, era matarlo. Preguntémonos: ante tantos temores que hoy generan los fenómenos de mendicidad, unidos al egoísmo e individualismo de la sociedad, cómo se podría practicar la hospitalidad evangélica?.

   De otro lado, el evangelio trata de enseñar a los padres y madres de familia que lo más importante de su hogar es Dios, y que ellos lograrán cumplir con su función paterna si logran infundir el amor y temor de Dios en el corazón de sus hijos. Se trata que ellos logren que sus hijos “no antepongan nada en sus vidas al amor de Cristo”. Así, la fecundidad física va de la mano, y muy estrechamente, de la fecundidad espiritual. 

   Los padres que generaron la vida física a sus hijos, les generan la vida espiritual con su testimonio, su palabra, su amor y sacrificio. No cabe duda que la primera y más bella catequesis que reciben los hijos, es en su propio hogar, de los labios y ejemplo de los padres. Cuando se trata de jerarquizar el amor y sus exigencias, Dios está por encima de todo. Las exigencias más nobles del amor humano pasan a segundo plano, cuando Cristo se hace presente.

   Comprendemos, entonces, que para amar verdaderamente al padre, la madre, los hijos, los parientes y amigos, primero debemos amar verdaderamente a Dios. En él se fundamenta nuestro amor y tiene sus consecuencias. Es decir, poniendo a Dios en primer lugar amaremos a todos como él ama. De lo contrario, será un amor limitado, un amor humano siempre escaso. 

   Nuestros apegos expresan, quizá, actitudes egoístas y caprichosas, y no tanto una verdadera vida entregada marcada por el amor. El evangelio refleja el carácter absoluto y fundamental de Dios; es decir, el Dios Amor que no impide amar a otros. Sólo esta renuncia del amor egoísta hace al hombre libre, abierto y generoso por el amor a Dios y a los demás. Toda nuestra vida tiene que ser un esfuerzo diario para des-centrarnos de nosotros mismos por la construcción de un nuevo mundo donde reine el amor, la entrega y la nobleza.

   Vivir la vida con plena dignidad, y, sobre todo decidirse por el seguimiento de Cristo, no implica la negación de nuestros sentimientos, pero sí la ordenación de ellos en el proyecto de una vida más radical. Hay un momento en que la opción por Cristo y por el Evangelio va a exigir de nosotros un verdadero sacrificio, que solamente adquiere valor en cuanto es ofrenda hecha en la plena libertad para una entrega más gozosa y generosa por el Reino de Dios.

   ¿Será que Jesús trata de dividir y destruir la unidad y la comunión familiar? De ninguna manera porque entonces tendríamos que suprimir el cuarto mandamiento. De ninguna manera; Jesús defiende el amor a Dios por encima de todo, como lo afirma la Sagrada Escritura: hay que “Amar a Dios sobre todas las cosas”,  y hay también que “amar y honrar a padre y madre”.

   Entonces, amar a los padres es normal y sería anormal no hacerlo, pero no siempre el amor de los padres coincide con el amor y los planes de Dios. Es ahí cuando el evangelio puede generar situaciones de conflicto de fidelidades. El amor de Dios no sacrifica el amor a los demás. Ni el amor a la familia, ha de sacrificar el amor y la fidelidad al amor de Dios. Puede que haya divisiones, pero no han de llevar a rupturas, más bien, a búsqueda de prioridades.

   Un sacerdote describe cómo vivió este reto en carne propia. Cuenta cómo su papá nunca aceptó su vocación sacerdotal. Él quería ser sacerdote y se encontraba en una lucha interior: ser fiel a Dios que lo llamaba, o ser fiel a su papá que no quería que fuera sacerdote. Fue toda una lucha hasta que la cuerda se rompió cuando el papá se atrevió a decirle “que si era sacerdote, se olvidara de él”. Hoy el sacerdote cuenta que él nunca olvidó al papá, mientras que el papá ni le escribía. Y concluye diciendo: “A mí me sangró mucho el alma. Por más que seguía amando a mi padre, también sentía la voz de Dios que me decía: sigue adelante”.

   Que el Señor nos conceda entender que la vida tiene su auténtico valor en referencia a él, y que es él mismo quien nos envía como discípulos con su autoridad a comunicar a los hombres la alegre noticia de nuestra pertenencia a él, aunque seamos pequeños. 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M. 
Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía