Chía, 12 de Julio de 2020 Saludo
y bendición a todos ustedes, discípulos misioneros de esta comunidad de Santa
Ana. Lecturas de la Celebración“Qué Clase de Terreno es mi Corazón?”” Saludo Padre Rector Luis Guillermo Robayo M. Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M. En el Evangelio de
este Domingo, Jesús parte del ejemplo de lo que acontece en la vida diaria para
llevarnos el conocimiento del misterio del reino. La Palabra de Dios nos interpela para
mirar en nuestro interior y ver nuestra respuesta a los dones recibidos de Él. La parábola del sembrador no es una historia de desesperanza, sino de esperanza, confianza y certeza en la acción de Dios. Al tiempo que reconoce lo que no ha salido bien, insiste en los resultados espléndidos de la cosecha. Así como en la tierra preparada, la semilla sembrada da frutos, así ha de ser con la semilla de la Palabra sembrada en el corazón bien dispuesto. De igual manera, como la sequía convierte a la tierra en estéril, así de infecunda será la semilla de la Palabra en el corazón del hombre indiferente al don divino. Jesús, Palabra de Dios hecha carne, es Don divino que reclama acogida y respuesta: ya sea el treinta, el sesenta o el cien por ciento, indicando la diversidad en la entrega y la acogida en el corazón del hombre. Dice el Señor: “Dichosos los que escuchan la Palabra y la ponen en práctica”. Des afortunadamente nuestro corazón no siempre es esa tierra bien dispuesta para recibirla. A causa de tantos afanes, inquietudes, distracciones y voces mundanas que resuenan constantemente en nuestros oídos, no pasamos de ser meros oyentes, haciéndonos sordos a la voz del Señor. El refrán, “No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que quien no quiere oír”, nos señala la mala disposición del corazón humano. Esto lo experimentamos a diario. Estamos ciegos para ver y sordos para oír. Nos hacemos los sordos ante la verdad ya que ésta nos golpea duramente y nos incomoda; nos cerramos a la Palabra del Señor y caemos en total necedad. La parábola describe cómo Jesús entrega su Palabra a todos, sin excepción. A los que tienen el corazón endurecido como la piedra para que lo conviertan en un corazón de carne. Viene al encuentro de los corazones llenos de las espinas del placer, poder o riqueza, tratando de entrar en ellos de alguna manera. Quiere encontrarse con el que vive en la superficie de la vida, y que nunca han conocido aquello que los engrandece en su libertad movida por el don de la gracia, y que los advierte en la lucha contra las tentaciones que pretenden hacerlos sucumbir.En esta parábola está en juego, por un lado, la gracia de Dios que se entrega al hombre e interpela su libertad, y por otro lado, el rechazo a la propuesta divina o la aceptación en medidas diferentes. No siempre cedemos totalmente nuestra vida al Señor, sino que nos guardamos algo para nosotros, sin ser generosos desde nuestro corazón con los demás. En nuestro interior nos falta darnos a nosotros mismos, para lo que Señor nos necesite o pueda darle y dar a los demás. Nos falta encender el fuego interior de la caridad que nos lleve al mundo para transmitir su Palabra. No importa dónde caiga la semilla, sólo hay que esparcirla abundantemente, como todo don que viene de lo alto. Aunque caiga en medio de la indiferencia del mundo, siempre tocará el corazón de todos, y la gracia de Dios transformará las disposiciones del hombre. Es que la palabra no se siembra sin esfuerzo, ni da fruto sin sufrimiento. Para que dé fruto, la tierra tiene que ser buena. Ese es el reto: conseguir que nuestro corazón esté preparado.La tierra de nuestro corazón puede estar llena de piedras que hacen que no arraigue la palabra de Dios cuando hay dificultades. Pero las verdaderas dificultades están dentro, no fuera de nosotros. También están las zarzas de las preocupaciones excesivas por lo material, que ahogan la voz de Dios. Y también está la superficialidad, porque nuestro corazón se ha convertido en un lugar de paso, un camino que transita cualquier mediocridad; y así, la palabra de Dios no arraiga en un alma superficial. El sembrador no deja de esparcir el grano. Él sabe que la piedra no se puede convertir en tierra; el camino no puede dejar de ser camino, ni los espinos, espinos. Pero cuando se trata en el terreno de las almas y del corazón, es diferente: la piedra puede convertirse en tierra fértil, el camino puede dejar de ser pisoteado por los caminantes y hacerse un campo fecundo, los espinos pueden arrancarse y dejar que el grano fructifique libremente. Si esto no fuera posible, el sembrador no habría esparcido su grano como lo hizo. Y si esta transformación no se da siempre, no será culpa del sembrador, sino de los que no han querido transformarse. El sembrador ha cumplido bien su oficio, pero si se ha desperdiciado lo que Él ha dado, el culpable no será quien ha sembrado, sino la dureza del corazón en donde ha caído la semilla.Miremos en nuestro interior y examinemos cómo está el terreno de nuestro corazón. La misma semilla bendita la recibieron santos y pecadores, buenos y malos; y las consecuencias son totalmente distintas. Dios comenzó en nosotros como una semilla. El Evangelio comenzó en nosotros como una semilla. ¿En qué tierra cayó esa semilla? No nos quejemos de las semillas, examinemos la tierra de nuestro corazón. Contemplemos a María, la Madre de Jesús y aprendamos como ella a responder con total entrega a la Palabra de Dios, y a dar frutos para la vida del mundo. A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir esparciendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja. |