17° Domingo del Tiempo Ordinario, 28 de Julio de 2019, Ciclo C

publicado a la‎(s)‎ 27 jul 2019, 9:02 por Diseño Web Santa Ana Centro Chía   [ actualizado el 27 jul 2019, 9:29 ]
Chía, 28 de Julio de 2019
 

Saludo cordial y bendición a todos los fieles de esta comunidad de Santa Ana.

Señor, Enséñanos a Orar…

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   El Evangelio de hoy, en la hermosa parábola del amigo inoportuno, tan breve como bella, se nos revela la necesidad de orar con insistencia y perseverancia a Dios nuestro Padre. 

   Jesús nos enseña a orar a través de una parábola sobre la confianza total en un Padre que siempre escucha y da lo mejor a sus hijos. Al mismo tiempo, nos da tres claves para llegar a ser felices: Pedir, buscar y llamar. «Pedir» es la actitud propia del pobre que necesita recibir de otro lo que no puede conseguir con su propio esfuerzo. «Buscar» es moverse, dar pasos para alcanzar algo que se nos oculta. «Llamar» a quien no sentimos cerca, pero creemos que nos puede escuchar y atender. 

   La oración es el impulso más original y sublime del corazón; la mirada sencilla lanzada al cielo; el grito de agradecimiento y de amor ya sea en la prueba o en la alegría. Es el arma más poderosa que podemos tener en la mano para agradecer y pedir a Dios aquello que sea necesario para nuestra vida espiritual y material. La oración nos enfrenta a la gran pregunta por parte de Dios: ¿Dónde está tu hermano? Es aceptar ese compromiso de Dios, a través nuestro, y en favor de los más necesitados, colocándonos a su lado. 

   El Señor, más que dar lecciones sobre la oración, sencillamente “oraba” delante de los discípulos sin obligarlos. “Con su ejemplo”, permaneciendo en contacto con su Padre Dios, hizo que les naciera en su corazón el deseo de imitarlo. De manera similar, los hijos tomarán conciencia de la oración, cuando ven a sus padres en oración ante Dios. Los hijos querrán saborear lo mismo que los padres saborean en el contacto con el Señor. Sólo se puede enseñar qué es la oración, si primero se ha sumergido en ella. Orar no es exigirle a Dios por nuestros propios gustos o caprichos para que él haga nuestra voluntad. Es permitir que Dios haga su voluntad y que sepamos acogerla. Y aun cuando no siempre nos conceda lo que pedimos, él siempre nos dará lo que más nos conviene. Como Padre bueno sólo dará lo que es bueno para sus hijos. 

   Un padre no puede decir siempre que sí a los caprichos de sus hijos, porque terminaría causándoles daño. Los hijos tienen necesidad de ser ayudados por sus padres para crecer rectamente y para aprender a obrar bien. Como Dios lo hace con nosotros, el padre no les da todo lo que piden, sino lo que conduce al bien. Dios mira las cosas de una manera más completa que nosotros. Él sabe que nos ha hecho para la eternidad y nos guía hacia allá. 

   A veces nos convendrá la salud, pero a veces podrá ser la enfermedad la que nos ayude. Quizá sea la vida prolongada la que esperamos que nos conduzca al cielo, o quizá sea más bien la muerte no deseada. Será la riqueza la que convenga a nuestra meta o quizá, más bien sea la pobreza la que nos enseñe a valorarnos por encima de las cosas y a depender de Dios, nuestra única riqueza. Teniéndolo a Él, lo tenemos todo. 

   Una madre jamás le dará a su niño un arma, aunque llore y patalee, porque ella sabe que es un peligro para él, y se puede herir. ¿No será que también nosotros, por capricho, le pedimos a Dios cosas que nos podrían llevar a la ruina? A Dios no podemos pedirle lo que se nos venga a la mente, y que, si no nos los da, dejaremos de creer él. Solo él sabe lo que nos lleva a la salvación. Cuando le pedimos a través de la oración sincera, todo nos servirá para encausarnos a la meta de lo eternidad. 

   En la oración, cuando pedimos con insistencia, no es para que Dios se entere de lo que nos hace falta. Como dice San Agustín, si por eso fuera nuestra oración bien podría bastarse con el silencio. Es a nosotros a quienes nos hace bien que nuestra oración se traduzca en palabras. Somos nosotros los que aprendemos de este modo cuánto dependemos de Dios, y cómo necesitamos ponernos siempre en sus manos. Uno de los frutos abundantes de la oración, además de comprometernos a perdonar para ser perdonados, es reconocer que la fuerza para vencer toda forma de mal viene únicamente de Dios. 

   Pensar que Dios lo hará todo en lugar de nosotros, es tan absurdo, como creer que el hombre puede hacerlo todo, sin la ayuda de Dios. ¿Para qué pedirle a Dios que no nos deje caer en la tentación, si nosotros mismos propiciamos las ocasiones para caer en ella? Dios, que es todopoderoso, nos brinda su ayuda, pero se requiere nuestra disposición y responsabilidad para no caer. La oración no sustituye nuestra responsabilidad, ni fomenta la pereza. 

   Dice San Agustín: “La oración de petición no es una especie de recurso mágico a través del cual podemos ver cumplidos nuestros deseos o caprichos”. «Dios llena los corazones, no los bolsillos». 

   No digas Padre, si cada día no te portas como hijo. No digas nuestro, si vives aislado en tu egoísmo. No digas que estás en los cielos, si sólo piensas en cosas terrenas. No digas santificado sea tu nombre, si no lo honras. No digas venga a nosotros tu Reino, si lo confundes con el éxito material. No digas hágase tu voluntad, si no la aceptas cuando es dolorosa. No digas danos hoy el pan de cada día, si no te preocupas por la gente que tiene hambre. No digas perdona nuestras ofensas, si guardas rencor a tu hermano. No digas no nos dejes caer en la tentación, si tienes intención de seguir pecando. No digas líbranos del mal, si no luchas contra el mal. No digas Amén, si no has tomado en serio las palabras de esta oración.

   Como los discípulos, pidámosle al Señor: “Enséñanos a orar”, para que dejemos de lado el egoísmo, la soberbia, la arrogancia y todo lo que no es digno de nuestra condición de hijos amados. Que nuestra oración sea como el agua persistente que es capaz de romper la mayor de las rocas.

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a caminar juntos, extendiendo como discípulos misioneros, el reino de Dios donde quiera que nos encontremos.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen María los proteja. Amén.

Padre Luis Guillermo Robayo M.   
Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía