Chía, 4 de Agosto de 2019 Saludo cordial y bendición a todos los fieles de esta comunidad de Santa Ana. “Las Herencias las Dejamos…Los Legados los Llevamos” La encarnación nos revela la identidad de Dios que, “Siendo rico, se hace pobre para
enriquecernos con su pobreza”. No obstante, el evangelio de hoy
nos presenta en movimiento inverso, el rostro del hombre que, “siendo pobre, quiere ser rico, y se
empobrece con la riqueza”.
En su divino Hijo, Dios ha venido a heredarnos otros bienes que están muy por encima de los materiales. Y un medidor auténtico de este criterio será si somos capaces de ver como polilla aquello que nuestros ojos contemplan como preciado capital, y observar como auténticos tesoros, los valores que los criterios del mundo despojan de todo su valor. El Evangelio nos alerta de una gran realidad: que la codicia, el consumo, la apariencia, la riqueza, no garantizan una vida feliz, ni mucho menos eterna. Cuando nos empeñamos en acaparar, nuestro corazón adquiere forma de granero, en detrimento de la verdadera felicidad. Ya sabemos que el dinero ayuda, pero no lo es todo. ¿Por qué ante las pruebas o los sufrimientos, el dinero se queda tan corto y ofrece tan pocas respuestas? Cuando no se es rico ante Dios, el hombre termina perdiendo ambas cosas: la riqueza de este mundo por la muerte, y la riqueza del cielo porque nunca hizo nada para merecerla. Recordemos aquello que dijo un famoso millonario: “la mayor de mis fortunas no me ha servido de nada, - frente a un cáncer-, para alargar un día en mi vida”. También sentenció Max Twain: “No tiene sentido ser el hombre más rico del cementerio”. ¿Cuáles son los bienes que vamos acumulando para ganar el cielo?Santo Tomás de Aquino, a propósito del fin último del hombre, señaló que “cuando se piensa que éste se encuentra en la riqueza, el ser humano comprueba su indigencia profunda pues al no saciar su corazón en los bienes, sigue acumulando más, pensando que algún día lo tendrá todo. Pero las cosas del mundo nunca saciarán el apetito materialista de un corazón avaro. En realidad, solamente Dios es el único que colma y da plenitud al corazón”. Y San Pablo recomienda: “aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”. ¡Todo lo demás es humo, ceniza y nada! Si miráramos nuestra existencia de frente a la eternidad, ¡cuán diferentes y relativas veríamos las cosas y el valor de aquello que antes nos impresionaba!Jesús no quiere una vida miserable en la que todos sufran. Obvio que el trabajador merece su salario y el buen administrador de los dones de Dios debe ser premiado. Hay que pasar del individualismo acaparador a una vida comunitaria y abierta a los demás. El dinero no es el centro hacía el cual gira toda la vida, es el ser humano, y su valor lo define Dios, quien está por encima de todo. Por mucho que nos afanemos, nada nos vamos a llevar. La vida no depende de los bienes. Nadie puede servir a dos señores. “Los pobres y necesitados son la oportunidad dichosa y la más bella “alcancía” para ahorrar en aras al tesoro de la eternidad” (S. Agustín) Dice el Señor: “Guardaos de toda clase de codicia”. Por buen reparto que Jesús hubiera querido hacer a sus discípulos, ninguno hubiera quedado satisfecho, mientras no hayan sanado su codicia y su avaricia. ¿Qué virus, hoy, dañan nuestro corazón? El filósofo Romano Séneca, en sus famosas sentencias dijo: “los pobres siempre quieren algo, los ricos, mucho y los avarientos lo quieren todo”. Y mientras cada uno lleve dentro esa sed de “tener más que los demás” seguiremos luchando por poseer herencias, en detrimento de los verdaderos legados. Cuando la codicia se vuelve “avaricia”, nada será suficiente. Olvidamos que todo es prestado por Dios. Lo más sabio será hacernos ricos a los ojos de él, y compartiendo los bienes con los menos favorecidos, aseguramos un tesoro en el cielo.La riqueza ciertamente será una gracia y una bendición, - no solo porque se obtiene con el trabajo y la lucha-, sino porque ella adquiere brillo de eternidad, cuando se deposita en los que sufren más y, alcanza su pleno destino, cuando se transforma en una fuente de vida para los demás, convirtiéndose en arras de eternidad. La Madre Teresa decía: “El problema está en: ¿Qué comerán hoy los pobres? ¿Dónde dormirán hoy los pobres”?”. Pidámosle al Señor que convierta nuestro corazón para que sepamos compartir lo poco que tengamos, para que otros puedan tener algo. Convencidos que Dios es nuestra herencia y que nuestra vida es como una vigilia nocturna, sepamos ser ricos a los ojos de Dios compartiendo los bienes que él nos presta en este mundo y así hallar gracia ante él.A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a caminar juntos, extendiendo como discípulos misioneros, el reino de Dios donde quiera que nos encontremos. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen María los proteja. Amén. |