Saludo y bendición para todos ustedes, al iniciar, con este tiempo del adviento, el nuevo año litúrgico. "Cerca Está El Señor"
Iniciamos un año nuevo litúrgico con este primer domingo de Adviento. Las
cuatro semanas de este Adviento, preparan la Navidad en la espera de la segunda venida del
Señor. Es tiempo de Esperanza gozosa en su venida, y la palabra de Dios nos exhortará cada día del Adviento, a estar atentos y vigilantes en la oración. En la primera lectura, el profeta Jeremías trae un mensaje de esperanza al pueblo que sufre, y Dios le promete un rey que le hará justicia. San Lucas, en el Evangelio, anima a la comunidad a no perder la esperanza y a levantar la cabeza ante la venida del Señor. En él colocamos nuestra esperanza y de él recibimos, como lluvia copiosa, su solemne bendición. Adviento, tiempo bendito para caminar hacia el Señor, que siempre viene y está viniendo. Oportunidad para planificar nuestro encuentro final con Él y, en la fe, comprender que “lo último es lo primero”, que tomamos en serio la segunda venida del Señor. Que nuestra vida está referida a un final como si fuera ya, aquí y ahora. Mientras tanto, hay que trabajar y transformar el mundo, proclamar la palabra y dar testimonio del Señor con la certeza de saber que Él vino, sigue viniendo y vendrá. Es esta la divina promesa del Adviento, cargada de amor y gozosa esperanza.
Las últimas palabras del padre Teilhard de Chardin, fueron: “Me voy al que viene”. Así ha se explica la vida del creyente, como un caminar de dos que se aman, -el Señor que viene, y cada uno de nosotros que va hacia el cara a cara definitivo con creador y el redentor. De ahí que el tiempo del Adviento es comparado con el retorno de la primavera a una tierra ansiosa, como un rey que llega a visitar su reino, o como el amo que regresa, mientras sus criados lo esperan vigilantes.
La Iglesia en este Adviento, nos invita a detenernos un instante, a observar nuestro rumbo y a direccionarlo a lo alto. Cada Adviento nos enfrenta al encuentro definitivo con el Señor, y nuestra tarea estará bien realizada en la medida en que hacia él sea orientada. Por tanto, cada día es Adviento porque el Señor que ya vino, viene, sigue llegando y habrá que esperarlo en clave de eternidad. Mientras la lógica del mundo es hacia un permanente descenso y caída al mal, el Adviento es la oportunidad para levantar el alma y mirar hacia lo alto, donde está nuestro origen, reorientar nuestro proyecto divino y realizarlo con urgencia pues sólo disponemos de esta vida para llevarlo a cabo. El ser humano está en una actitud de permanente espera. Cuando una mujer está embarazada se dice que «espera» un niño; los despachos tienen «sala de espera». Aunque no nos guste esperar, la vida misma es como una sala de espera; en cualquier momento, la muerte nos dirá, el siguiente. El creyente sabe que la espera se vuelve esperanza. Si al final de una cita médica nos dijeran
que solo nos quedan unos meses de vida, todo cambiaría y, probablemente,
nuestra alma buscaría, afanada, la eternidad. El Adviento nos incluye en esa
lista de espera para el encuentro con el Señor, al tiempo que nos brinda una
gran dosis de purificación, de vigilancia, de oración y conversión. “Estén alerta, - dice el Señor, no sea que
se endurezcan sus corazones…”
Desde que Cristo resucitó, sabemos que nuestra vida tiene una dirección hacia la eternidad. La espera del creyente va cargada de esa certeza en la presencia siempre cercana del Señor. Es la espera de los que debemos llevar un estilo de vida ejemplar, a fin de no vernos sorprendidos: «... Estad en vela, orando en todo tiempo...».
La vigilancia es hija de la esperanza; entonces, habrá que esperar y vigilar para recibir al Señor, para que se haga su voluntad y venga su reino. En adviento y en cada momento de nuestra vida como creyentes, Cristo es nuestra única esperanza. Ojalá estemos atentos a los signos que Dios coloca en nuestro camino, para que este adviento nos encuentre “en casa, y con Dios en el corazón” y podamos abrirle las puertas del corazón. “Levantemos la cabeza”, tengamos los ojos abiertos y los oídos despiertos para escuchar el paso del Señor que viene. Que su amor reine entre nosotros con la esperanza de estar algún día con él. Miremos desde ahora a Belén. Dejemos que desde este primer domingo nuestras vidas se vuelvan hacia la luz que surge de aquel sencillo pesebre. Demos espacio al silencio, a la oración y a la escucha, para que la voz de Dios resuene en nuestras vidas.
Les deseo un nuevo año litúrgico lleno de gozo espiritual. A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a caminar juntos, extendiendo como discípulos misioneros, el reino de Dios donde quiera que nos encontremos.
Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen María los proteja. Amén. |