Chía, 1 de Marzo de 2020 Saludo cordial a todos ustedes, discípulos misioneros de esta comunidad de Santa Ana. “…Y no nos Dejes Caer en Tentación…” En el Bautismo,
Jesús quiso configurarse con nosotros, pecadores. Ahora en el desierto, Jesús
se enfrenta a las tentaciones que a diario atacan nuestra condición humana. La escena de las tentaciones, resume toda la lucha de Jesús contra el mal. Ahí está en juego la esencia de su misión. En las tentaciones se muestran dos maneras de entender a Jesús como Hijo de Dios y Mesías: para el tentador, equivale a tener poder y gloria; para Jesús, implica hacer la voluntad del Padre. A diferencia de Israel, que sucumbe en el desierto ante las tentaciones, Jesús las rechaza con la Palabra de Dios y con su actitud de Hijo obediente. El objetivo del tentador es lograr que se prescindamos de Dios desviarnos de su camino, y convencernos que nosotros mismos, o las exigencias y los deseos del momento, son más importantes que la fidelidad al Señor. La tentación del tener, es decir, cuando el pan, o todo cuanto indican los bienes materiales, se coloca por encima de todo llevándonos a la obsesión y al afán de posesión. Más que poseer los bienes, ellos acaban poseyéndonos. La tentación del prestigio, es la preocupación obsesiva por la fama y honores mundanos, para ganar la admiración de los demás; y la tentación del poder, pretende sustituir la debilidad y humildad por el poder, lanzándonos a la soberbia y a la competencia para dominar y someter. Dice el Papa Francisco: “Él, el diablo, tiene esa capacidad, esa capacidad de seducir”. “Por eso es tan difícil de entender que está derrotado, porque se presenta con gran poder, te promete muchas cosas, te da regalos bellos, bien envueltos. Y podemos pensar: ‘¡Oh, ¡qué bonito!’. Pero tú no sabes qué es lo que hay dentro. Sabe presentar sus propuestas ante nuestra vanidad, ante nuestra curiosidad, y nosotros lo compramos todo, cedemos ante las tentaciones”. El diablo “es peligrosísimo. Se presenta con todo su poder, y sus promesas son todas mentira, y nosotros, como tontos, las creemos. Sabe hablar bien, es capaz de cantar para engañar. Es un derrotado que se mueve como si fuera un vencedor. Sus luces son deslumbrantes como fuegos artificiares, y como tales, no duran, se desvanecen. Por el contrario, la luz del Señor es suave, pero permanente”.Al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, Jesús inició la práctica de nuestra penitencia cuaresmal. Esta cuaresma es un tiempo de gracia y bendición para estar alerta y bien armados con la armadura de la gracia, de las obras de caridad, de la penitencia, del ayuno y de la oración, para resistir al pecado, que suele vestirse siempre de mentira y se esconde siempre detrás de alicientes que nos atraen; se camufla de felicidad, se maquilla de bondad y poderío. Jesús, al rechazar las tentaciones del enemigo, nos enseña a sofocar, con su fuerza, las fuerzas del mal. Al no poder vencer a Jesús, el diablo dirige su ataque contra nosotros, los amados de Dios. Nadie se escapa de ser objetivo directo del maligno, porque él quiere dañar la obra amada de Dios. Haciéndonos caer, hiere al Hijo de Dios. Esa es su venganza. Si en el Padre nuestro pedimos a Dios que no nos deje caer en tentación, es porque sólo unidos a él no seremos bocado del maligno, o cómplices de sus ataques contra el Salvador. No obstante, cuando merodeamos las rutas funestas del mal y las fauces de la tentación, exponemos el reinado del Señor, abriéndole espacio al maligno. Es ahí, donde las fuerzas del mal, dirigen su accionar para herir al Señor. Las tentaciones presentan el pecado envuelto en papel regalo y lo presentan como triunfos en la vida. No en vano Jesús llama al diablo, “padre de la mentira” porque nunca presenta al pecado como pecado, sino bajo las realidades de placer, éxito, felicidad, apetito gustoso y deleitable. El tentador no se presenta como un peligro sino bajo la máscara de la adulación, mentira y seducción. En la tentación, el diablo, da su primer zarpazo en su acción contra nosotros, y él sabe que tarde o temprano todos tenemos algún grado de caída. El antídoto está en Dios todopoderoso y en la fuerza de su divino Hijo.
Sin embargo, la lucha contra la tentación es una preciosa oportunidad de
crecimiento espiritual cando logramos vencerla. Desafortunadamente la tentación
se nos presenta tan disfrazada que apenas logramos reconocerla como tal. Al
ceder a la tentación, la persona rompe la armonía con el mundo, con los demás y
con Dios. El primer Adán cedió a la tentación y por él entró el pecado. Por
Cristo, el segundo Adán, Dios nos da la salvación. La gran tentación consiste
en volver la espalda a Dios para servir a la criatura, haciéndonos ignorar el
plan de Dios y perdiendo la estatura de nuestra dignidad original.
Que en esta cuaresma nos revestirnos de las armas de Dios para enfrentar los embates del maligno, que siempre busca la ocasión para hacernos caer. Feliz cuaresma para todos, y que la próxima Pascua sea la luz que nos alumbre y nos haga más fuertes para resistir la tentación. A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a caminar juntos y a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén. |