28° Domingo del Tiempo Ordinario, 13 de Octubre de 2019, Ciclo C

publicado a la‎(s)‎ 12 oct 2019, 11:37 por Diseño Web Santa Ana Centro Chía   [ actualizado el 12 oct 2019, 12:03 ]
Chía, 13 de Octubre de 2019
 

Saludo y bendición a todos ustedes, queridos discípulos - misioneros de Santa Ana.

Muy exigentes, y poco agradecidos con Dios

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   La escena del Evangelio de hoy identifica dos modos de reaccionar ante los dones de Dios: los que tienen un corazón agradecido y los que no lo tienen. En el camino, los diez leprosos quedan curados, pero no siempre los milagros del cuerpo logran cambiar el corazón. Solo el samaritano, en un acto de adoración suprema, como expresión de humildad por la vida recobrada en toda su dignidad, se postra a los pies del Señor dándole gracias. 

   Los diez quedan limpios; nueve regresan a la dependencia de la ley; se van felices porque han sido curados; vuelven a los sacerdotes, al templo y a la ley, pero se olvidan de quien los ha curado. Solo uno, - que no pertenecía a la ley-, regresa corriendo al que lo ha limpiado, dando gritos de acción de gracias porque reconoce el poder de la gracia de Dios. Dio marcha atrás alabando a gritos al Dios que lo sanó; fue capaz de postrarse en tierra y mostrar su agradecimiento, y encontró la curación de su cuerpo, y de manera singular, la curación de su espíritu: “levántate, tu fe te ha salvado”. A la curación sigue la salvación; a lo material sigue lo espiritual. El samaritano, abriendo su corazón para darle gracias a Dios, logró que su alma quedara llena de Él. 

   Dar gracias es la actitud más auténtica de quien experimenta la salvación cotidiana que Dios despliega en nosotros. El agradecimiento es el camino de regreso al camino de Dios, que abre a nuevas generosidades. Por el contrario, la ingratitud, “es la amnesia del corazón” que nos cierra muchas puertas. 

   Gratitud significa devolver a Dios y reconocerle que todo es de Él y todo debe volver a él en la simplicidad de un corazón sensible y agradecido. Agradecer es obra del Espíritu de Dios, es cantar y contar en voz alta la bondad de Dios. Dar gracias es como una profesión de fe de la creatura por las obras del creador. Sólo aquel que se siente deudor y que siente haber recibido algo que no tenía derecho a exigir, es capaz de dar gracias. Es el lenguaje propio de los hijos de Dios, “porque habiendo sido “agraciados” por Dios, sólo nos queda ser “agradecidos” con Él”. 

   Con frecuencia pedimos milagros para creer, pero no siempre los milagros despiertan nuestra fe, ni nos hacen cambiar de camino, y mucho menos de corazón, porque nos creemos con derechos a que Dios nos sane. ¿Cuántas veces hemos sido curados y volvemos a la vida de antes? Queremos que Dios esté a nuestra disposición, pero nunca estamos a disposición de él. Solemos ser muy exigentes con Dios, pero no siempre sabemos ser agradecidos con Dios.

   Como los nueve leprosos, hay quienes no sienten la necesidad de dar gracias a Dios, porque viven como si fuera un derecho, o algo natural poseer las realidades de la vida. Olvidamos que hay muchísimos motivos para dar gracias a Dios cada día. Agradecer es el antídoto contra la autosuficiencia, porque reconocemos que hemos recibido algo inmerecido, que necesitamos de los demás, que no todo lo podemos. El cristiano, no es sólo quien, bajo el argumento de la fe, le pide favores a Dios; es, ante todo, el que no cesa de dar gracias. 

   La escena de la curación de los diez leprosos se repite cada día. Somos más dados a pedir que a agradecer y nos parece tener más derechos que obligaciones. Quizá de cada diez veces que pedimos, no damos gracias ni una sola vez. La gratitud del que pide abre la mano del que da; el agradecimiento facilita la generosidad. No se nos debe nada, y si todo viene de Dios, todo debe volver a él a través de la alabanza y la acción de gracias. Aprendamos a descubrir la mano de Dios, aún en los dones más frecuentes. Hay que permanecer en actitud de agradecimiento, regresar cada día a Jesús y, postrados ante él, decirle: “Gracias Señor, por tu infinito amor”. Ojalá que nuestra vida sea como un gran memorial de agradecimientos por las obras del Señor.

   Tenemos tanta capacidad para acostumbrarnos a todo, que aquello que un día nos admiró, después de verlo varias veces acaba por parecernos común y corriente. Olvidamos que las gracias, son la mejor memoria del corazón y la medicina del alma que nos encaminan por la oración a las puertas de la salvación. Olvidar dar gracias, es difícil para el que tiene un corazón agradecido. Cuando alguien nos agradece, no podemos olvidar, - en actitud de nobleza y grandeza de corazón-, que toda gracia viene de Dios y es a él a quien deben ser dadas. 


   Una fe que no genera en los creyentes alegría y agradecimiento es una fe enferma. La fe está unida a la gratitud y en ella experimentamos la salvación que Dios tiene para nosotros. Sólo da las gracias quien se siente deudor, quien siente haber recibido algo que no tenía derecho a exigir. En el mundo actual nos parece tener más derechos que obligaciones, estamos perdiendo algo tan sencillo como dar las gracias. La gratitud es el camino abierto a nuevas generosidades o a otros dones. Muy al contrario, la ingratitud, es una actitud que nos cierra muchas puertas, y encierra el alma. 

   La Eucaristía, domingo a domingo, nos permite regresar al Señor y presentarnos a Él, desandar nuestro camino para buscarlo y, postrados, darle gracias por la vida, por el trabajo, por los amigos, por la fe y por la esperanza de saber que algún día estaremos junto a Él. Es el día en que nosotros, como nuevos samaritanos, nos presentamos en la asamblea a suplicarle: “Señor, ten compasión de nosotros”, y confiados en su misericordia divina, tal vez nuestro corazón pueda escucharlo decir: “Tu fe te ha salvado”. 

   Reconozcamos que todo lo que nos rodea, todo lo que somos y tenemos es don y regalo de Dios. ¿Somos conscientes de lo mucho que hemos recibido sin hacer nada y sin merecerlo? 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a caminar juntos, extendiendo como discípulos misioneros, el reino de Dios donde quiera que nos encontremos.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen María los proteja. Amén.

Padre Luis Guillermo Robayo M.   
Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía