2° Domingo de Pascua, 12 de Abril 2015, Ciclo B

publicado a la‎(s)‎ 10 abr 2015, 19:50 por Diseño Web Santa Ana Centro Chía   [ actualizado el 22 sept 2021, 12:19 ]
Chía, 12 de Abril de 2015
 


Saludo cordial, con motivo de Pascua de Resurrección, a todos los fieles de esta comunidad de Santa Ana.


"Domingo de la Misericordia"

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La liturgia de este segundo Domingo de Pascua, Domingo de la Misericordia, nos trae a la mente aquel refrán que reza: “hasta no ver, no creer”, dicho por Tomás.  El relato consta de dos apariciones: una sin Tomás y la otra estando Tomás presente en la comunidad. En la primera aparición, Jesús se reconcilia con los Discípulos, los recrea de nuevo dándoles el Espíritu Santo, les confía su propia misión y les confía la potestad de perdonar los pecados. 

   En la segunda aparición el personaje central es Tomás. Los discípulos le anuncian a Tomás que “han visto al Señor”. Pero Tomás no quiere ser menos que ellos y se niega a creer si “no ve y toca sus llagas”. Lo que necesitó Tomás, -como lo necesitamos todos nosotros-, fue conectarse directamente con el corazón de Dios. Conexión que requiere, necesariamente, pasar por las huellas que dejaron los clavos; sintonizar nuestro corazón con el suyo y permitir que Él moldee nuestro corazón, a veces hermético, a veces blando. 

  Los primeros discípulos habían puesto cerrojos a sus puertas por miedo a los Judíos y sin embargo, Cristo las rompió con su divina presencia. Hoy somos nosotros los que, acosados por el pecado, terminamos cerrándole el corazón al Señor. No obstante, cada Domingo el Señor viene a nuestro corazón y así estemos cerrados a su amor, su suave presencia puede romper los miedos y las cadenas del pecado.  Si Él pudo abrir las puertas del sepulcro, venciendo a la muerte, también puede derribar los muros y las barreras que nos alejan de Él y de nuestros hermanos. 

   En la aparición, Jesús abre el diálogo con un saludo de amistad. Ahí comienza la verdadera Pascua y les presenta los pilares de su primera comunidad pascual, es decir, de su Iglesia. Primero les hace recuperar la alegría perdida por su infidelidad en la Pasión.  Luego, Jesús los recrea, los hace hombres nuevos, y luego, Jesús les deja en herencia la misión que Él ha recibido del Padre: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Por último, les otorga el don del perdón, el don de la misericordia, el don de la comprensión y el don de la reconciliación. A partir de ahí, somos la Iglesia de la “misericordia”, la Iglesia de la “comprensión”, la Iglesia de la “misión” y la Iglesia de las “llagas, porque es la Iglesia que contempla y se alegra de esas llagas del crucificado pero resucitadas. 

   Todos vivimos en el mundo de la demostración: enséñame, muéstrame, pruébalo. Es muy bonito decir, dichosos los que creen sin haber visto, pero todos queremos ver las marcas y leer las etiquetas primero. 

   Es cierto que Jesús “alaba a los que creen sin ver”, pero luego también nos pide: “y vosotros sois testigos de esto”. Tomás fue un privilegiado por poder meter los dedos en sus llagas. Nosotros tendremos que ver sus llagas en nuestros hermanos crucificados. 

   Son las marcas visibles de su amor, no tanto en su cuerpo físico, sino en el cuerpo de todos nosotros, su cuerpo místico, su iglesia. Las vemos en los cristianos perseguidos, martirizados y asesinados por ser cristianos. Ellos, y cuantos sufren, constituyen las marcas más auténticas de las llagas del Señor. Son todos aquellos que antes de ser masacrados, repiten como Tomas: "Señor mío y Dios mío". 

   Las llagas de la humanidad sufriente están tatuadas y grabadas en las manos del Señor, y cada vez que ve sus manos, nos ve y nos mira. No hay, ni habrá nada que pueda borrarnos de la palma de las manos de Dios. 

   Cada uno puede decir con toda verdad: “Dios me lleva en la palma de sus manos”. “Estoy en la palma de las manos de Dios”. Cuando Jesús contempla la palma de sus manos y ve la señal de los clavos, está viendo nuestra propia imagen y la imagen de su amor por nosotros, por eso cada vez que resucitado se aparecía a los suyos, lo primero que hacía era enseñarles sus manos, sus pies y su costado. 

   Este Domingo de la Misericordia, es también el domingo de la paz, de la presencia del Señor, de la alegría, de la familia. Esto viene desde aquella visita que el Señor resucitado les hizo a sus discípulos cuando les dijo: “La paz sea con vosotros”. Es la paz y la alegría de la resurrección, pero también es la paz y la alegría que portan las heridas del Señor; paz y alegría suavizan las heridas de las llagas y calman el miedo. 

  Pidamos al Señor resucitado que nos conceda la gracia de poder meter nuestros dedos en las llagas del resucitado, pero especialmente en las llagas de los crucificados de hoy para ser testigos que él sigue vivo en ellos. 

   Feliz semana para todos. Que el Señor resucitado tenga misericordia de todos nosotros y que su Madre Santísima nos proteja.


Luis Guillermo Robayo M. Pbro. 
Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía