Chía, 12 de Abril de 2015
Saludo
cordial, con motivo de Pascua de Resurrección, a todos los fieles de esta
comunidad de Santa Ana.
"Domingo de la Misericordia"
La liturgia de este segundo Domingo de
Pascua, Domingo de la Misericordia, nos trae a la mente aquel refrán que reza: “hasta no ver, no creer”, dicho por
Tomás. El relato consta de dos apariciones: una sin Tomás y la otra estando Tomás presente en
la comunidad. En la primera aparición, Jesús se reconcilia con los Discípulos,
los recrea de nuevo dándoles el Espíritu Santo, les confía su propia misión y
les confía la potestad de perdonar los pecados.
En la segunda
aparición el personaje central es Tomás. Los discípulos le anuncian a Tomás que
“han visto al Señor”. Pero Tomás no quiere ser menos que ellos y se niega a
creer si “no ve y toca sus llagas”. Lo
que necesitó Tomás, -como lo necesitamos todos nosotros-, fue conectarse
directamente con el corazón de Dios. Conexión que requiere, necesariamente,
pasar por las huellas que dejaron los clavos; sintonizar nuestro corazón con el
suyo y permitir que Él moldee nuestro corazón, a veces hermético, a veces
blando.

Los primeros discípulos habían puesto cerrojos a sus
puertas por miedo a los Judíos y sin embargo, Cristo las rompió con su divina
presencia. Hoy somos nosotros los que, acosados por el pecado, terminamos
cerrándole el corazón al Señor. No obstante, cada Domingo el Señor
viene a nuestro corazón y así estemos cerrados a su amor, su suave presencia
puede romper los miedos y las cadenas del pecado. Si Él pudo abrir las puertas
del sepulcro, venciendo a la muerte, también puede derribar los muros y las
barreras que nos alejan de Él y de nuestros hermanos.
En la aparición,
Jesús abre el diálogo con un saludo de amistad. Ahí comienza la verdadera
Pascua y les presenta los pilares de su primera comunidad pascual, es decir, de
su Iglesia. Primero les hace recuperar la alegría perdida por su infidelidad en
la Pasión. Luego, Jesús los recrea, los hace hombres nuevos, y luego, Jesús les
deja en herencia la misión que Él ha recibido del Padre: “Como el Padre me
ha enviado, así os envío yo”. Por último, les otorga el don del perdón, el
don de la misericordia, el don de la comprensión y el don de la reconciliación.
A partir de ahí, somos la Iglesia de la “misericordia”, la Iglesia de la
“comprensión”, la Iglesia de la “misión” y la Iglesia de las “llagas, porque es
la Iglesia que contempla y se alegra de esas llagas del crucificado pero
resucitadas.

Todos vivimos en el mundo de la demostración:
enséñame, muéstrame, pruébalo. Es muy bonito decir, dichosos los que creen sin
haber visto, pero todos queremos ver las marcas y leer las etiquetas primero. Es cierto que Jesús “alaba a
los que creen sin ver”, pero luego también nos pide: “y vosotros sois testigos de esto”. Tomás fue un privilegiado por
poder meter los dedos en sus llagas. Nosotros tendremos que ver sus llagas en
nuestros hermanos crucificados.
Son las
marcas visibles de su amor, no tanto en su cuerpo físico, sino en el cuerpo de
todos nosotros, su cuerpo místico, su iglesia. Las vemos en los cristianos
perseguidos, martirizados y asesinados por ser cristianos. Ellos, y cuantos
sufren, constituyen las marcas más auténticas de las llagas del Señor. Son
todos aquellos que antes de ser masacrados, repiten como Tomas: "Señor mío
y Dios mío".
Las
llagas de la humanidad sufriente están tatuadas y grabadas en las manos del
Señor, y cada vez que ve sus manos, nos ve y nos mira. No hay, ni habrá nada
que pueda borrarnos de la palma de las manos de Dios. Cada uno puede decir con toda
verdad: “Dios me lleva en la palma de sus manos”. “Estoy en la palma
de las manos de Dios”. Cuando Jesús contempla la palma de sus manos y ve la
señal de los clavos, está viendo nuestra propia imagen y la imagen de su amor
por nosotros, por eso cada vez que resucitado se aparecía a los suyos, lo
primero que hacía era enseñarles sus manos, sus pies y su costado.
Este Domingo de la Misericordia, es también el domingo de
la paz, de la presencia del Señor, de la alegría, de la familia. Esto viene
desde aquella visita que el Señor resucitado les hizo a sus discípulos cuando
les dijo: “La paz sea con vosotros”. Es la paz y la alegría de la resurrección, pero también es la paz y la alegría
que portan las heridas del Señor; paz y alegría suavizan las heridas de las
llagas y calman el miedo.
Pidamos al Señor
resucitado que nos conceda la gracia de poder meter nuestros dedos en las
llagas del resucitado, pero especialmente en las llagas de los crucificados de
hoy para ser testigos que él sigue vivo en ellos.
Feliz semana para todos. Que
el Señor resucitado tenga misericordia de todos nosotros y que su Madre
Santísima nos proteja.
Luis Guillermo Robayo M. Pbro. Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía