Chía, 24 de Abril de 2022 Saludo
cordial y bendiciones a todos los fieles de esta comunidad de Santa Ana. “Alegre la Mañana, que nos Habla de Ti. Alegre la Mañana" Hoy celebramos el Domingo de
la Divina Misericordia. Misericordia del Señor con los discípulos que
experimentan la presencia del resucitado y se reconcilia con ellos. Y con el
apóstol Tomás, a quien le da el privilegio de poder tocar sus llagas y creer en
El.
La misericordia es el acto último y supremo con el cual Dios viene a socorrer nuestra miseria, y se instala en el corazón de cada persona, cuando mira con ojos limpios a sus hermanos. La misericordia nos abre el corazón a la esperanza de ser amados no obstante nuestro pecado, porque Dios no lleva cuenta de nuestros pecados, y “su misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona”. En la aparición, Jesús abre el diálogo con un saludo de amistad. Ahí comienza la verdadera Pascua y les presenta las bases de la primera comunidad pascual: Primero les hace recuperar la alegría perdida por su infidelidad en la Pasión. Segundo: Jesús los recrea, haciéndolos hombres nuevos. Tercero: les hereda la misión que él ha recibido del Padre: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Y por último, les otorga los dones del perdón, de la misericordia, de la comprensión y de la reconciliación. A partir de ahí, somos Iglesia de la “misericordia”; Iglesia de la “comprensión”; Iglesia de la “misión”; Iglesia de las “llagas, porque es la Iglesia que contempla y se alegra, porque las llagas del crucificado, ahora son las llagas del resucitado. Este Domingo de la Misericordia, es también el domingo de los regalos pascuales. El regalo de la paz, como reconciliación de Jesús con los suyos. El regalo del Espíritu Santo, que los hace hombres nuevos. El regalo de la misión, por la que los hace continuadores de su obra, y el regalo del poder de perdonar, como expresión del amor pascual que construye y cualifica toda comunidad.Los primeros discípulos habían puesto cerrojos a sus puertas por miedo a los judíos, pero Cristo resucitado las rompió con su presencia. Hoy somos nosotros los que, acosados por el pecado, le ponemos cerrojos a nuestro corazón, y no dejamos que entre el Señor. No obstante, así como el primer día de la semana, las puertas del sepulcro fueron abiertas, cada domingo el Señor viene a nuestro corazón y con su suave presencia pueda romper los cerrojos que colocamos. Si él pudo abrir las puertas del sepulcro, si venció a la muerte, también puede derribar los muros y las barreras que nos alejan de él y de nuestros hermanos. Se abrieron los cerrojos de las puertas y los discípulos quedaron capacitados para anunciar al Señor resucitado y prolongar su presencia universal que acompaña a quienes se acojan a él. En cada aparición a sus discípulos, lo primero que hace Jesús, es enseñarles sus manos, sus pies y su costado. Conserva las huellas de su pasión y va al cielo con las huellas del dolor causado por la humanidad. Conservando las huellas de su Pasión en sus manos,
está conservando en su corazón a sus amados, los mismos que lo traicionaron.
Son huellas poderosas que sólo pueden dar plena paz, luego de ser atravesadas
por los clavos. Esto nos asegura que las llagas de la humanidad
sufriente están tatuadas y grabadas en las manos del Señor, y cada vez que ve
sus manos, nos ve y nos mira con amor y compasión infinitas. Ahí es donde radica la razón de ser de su eterna e infinita misericordia. No hay, ni habrá nada que pueda borrarnos de la palma de las manos del Señor. Lejos de vengarse de quienes lo han crucificado y llevado a la muerte, nos da certeza que su amor y su perdón son infinitos. Por eso podremos decir: “el Señor me lleva en la palma de sus manos, y estamos en la palma de las manos de Dios”. Viendo la señal de los clavos, ve nuestra propia debilidad y nos asegura su eterna misericordia. Uno de los elementos más reveladores que Jesús sigue vivo es “mostrar sus manos y sus pies”. Mostrar las manos es mostrar las llagas de unas manos rotas y agujereadas como signo de la propia entrega. Mostrar sus pies, es mostrar las llagas de tanto caminar por la vida al encuentro con el hombre. Es necesario, como creyentes, que podamos
mostrar nuestras manos gastadas como prueba de amor a los demás, y mostrar
nuestros pies gastados de ir a visitar a los enfermos y necesitados. Jesús resucitado, entra al cielo con las
huellas de su pasión; huellas del dolor que le causó la humanidad. Al conservarlas guarda en su corazón el pecado de sus amados. Tan poderosas son sus huellas que sólo ellas pueden dar plena paz, pero luego de ser atravesadas por los clavos. Pensemos en tantos padres de familia y personas mayores que, con sus manos arrugadas y encallecidas tienen la autoridad del mismo Señor para perdonar y bendecir a sus hijos. El Domingo de la Misericordia, es también el domingo de la paz, de la presencia del Señor, de la alegría, de la familia, porque es el domingo de la paz y la alegría de la resurrección. Alegría y paz que portan las heridas del Señor, y suavizan las heridas de nuestros pecados y calman nuestros temores. A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org o por el Facebook de la Capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos misioneros, el reino de Dios donde quiera que se encuentren.
Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja. Amén. Padre Luis Guillermo Robayo M. |