Chía, 22 de Noviembre de 2020 Solemnidad de Cristo Rey Saludo
y bendición, queridos discípulos misioneros de esta comunidad de Santa Ana. Lecturas de la Celebración"¡Vengan, benditos de
mi Padre…! [Christus
vincit, Christus regnat, Christus imperat]" Saludo Padre Rector Luis Guillermo Robayo M. En este último Domingo del año litúrgico celebramos la solemnidad de
Cristo Rey del universo, “principio y
fin; alfa y omega; el
mismo ayer, hoy y siempre”.
Y el evangelio proclama el último discurso de Jesús, o “discurso
escatológico” con esta sentencia poderosa: "Cuando
el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles se sentará
en su trono, como Rey glorioso".
“No obstante, su realeza es paradójica: su trono es la cruz; su corona es de espinas; no tiene cetro, pero le ponen una caña en la mano; no viste suntuosamente, pero es privado de la túnica; no tiene anillos deslumbrantes en los dedos, sino que sus manos están traspasadas por los clavos; no posee un tesoro, pero es vendido por treinta monedas” (Papa Francisco) A lo largo del Antiguo Testamento, Dios siempre se presenta como “rey y pastor de su pueblo”, cuya misión es la defensa y valoración de los pobres, los sencillos, los humildes y los menos favorecidos. El reinado de Jesús se manifiesta no en el poder, sino en el servicio: “Yo no he venido a ser servido sino a servir y a dar mi vida en rescate por todos”. Es la realeza de la misericordia, de la compasión y del perdón. Es la realeza de Jesús es la realeza del dar de comer, del dar de beber, del vestir al desnudo, del atender a los enfermos, del visitar a los encarcelados, de acompañar a los ancianos. Es la realeza anónima y desinteresada, de la gratuidad del hombre por el hombre, del “haz el bien y no mires a quien”, del amar a los demás sin espera de recompensa. En fin, es la realeza de Jesús sin nombre, pero presente en todos los hombres. Y esta realeza de Dios se hace visible y cotidiana en realidades que retan nuestra fe y que, incluso, hasta nos incomodan: "Tuve hambre, tuve sed, fui forastero, estuve desnudo, estuve enfermo, estuve en la cárcel… y en verdad os digo que cuando lo hicisteis con alguno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis. Y cuando no lo hicisteis con ellos, no lo hicisteis conmigo”. A Jesús lo podemos abrazar, servir, alimentar, visitar aquí y ahora porque él está físicamente presente en "sus hermanos más pequeños".Seguro que nos llevaremos una sorpresa de frente a Jesús: o la sorpresa de los buenos: “lo que hicisteis a uno de estos a mí me lo hicisteis”, o la sorpresa de los malos: “lo que no hicisteis con estos hermanos míos, tampoco lo habéis hecho conmigo”. Y la pregunta definitiva en el examen final él nos haga al atardecer de nuestra vida será la pregunta por el amor. “Entonces el Rey dirá a los que están a la derecha, venid, benditos de mi Padre, y a los que están a su izquierda, apartados de mí, malvados…” “Dios ha estado tan cerca de nosotros, que ni nos hemos enterado”. Está tan cerca pero no lo vemos. Lo buscamos lejos cuando en realidad está a nuestro lado. Buscamos su rostro en las alturas, y él se nos revela en el rostro del más necesitado. Con los ojos de la fe tratamos de verlo a la distancia, estando Él sentado junto a nosotros. Nos pasa lo mismo que sus coetáneos: “al que conocían tan bien, no eran capaces de reconocerlo”.Nos parece otro y no lo reconocemos porque nos faltan ojos de fe para verlo en el hermano más pobre y necesitado. Jesús se ilumina agradecido en el rostro del enfermo al que visitamos, en el huérfano o la viuda a quienes hemos consolado, en el preso que hemos visitado, en el hambriento a quien le hemos dado algo de comer, o al sediento algo de beber. Es la mano de Jesús que agradecida, estrecha la nuestra cuando así lo hemos hecho. No esperemos a morir para descubrir a Dios en el rostro de cada uno de nuestros hermanos. El veredicto final lo marca si “nos amamos los unos a los otros como él nos amó”. Reconocemos al Señor en el sagrario, pero ¿sentimos luego su presencia en el hermano que sufre? Gastamos las rodillas orando, pero ¿somos capaces de gastar nuestros zapatos acudiendo en ayuda del hermano? Comulgamos con fervor en la eucaristía, pero ¿compartimos nuestro pan con nuestros hermanos? Acordémonos que los pobres y los que sufren, son el lugar predilecto del encuentro con Jesús y el mejor cofre en el que aseguramos la entrada al cielo. Dios quiere de nosotros amores hechos realidad, porque “cada vez que lo hicisteis con uno de ellos, lo hicisteis conmigo…”A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org o a través del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la buena nueva del reino de Dios, donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja. Amén. |