Chía, 19 de Abril de 2015 Saludo cordial a todos los fieles de esta comunidad de Santa Ana. En el Evangelio de hoy, Jesús nos invita a no dudar. Ver lo que está delante de
nuestros ojos requiere un esfuerzo constante. En principio parece hasta
contradictoria, pero dice una gran verdad: A veces, miramos sin ver. En
ocasiones nos pasa cuando buscamos algo y, tal vez por el apuro, los nervios o
el descuido y la distracción, no somos capaces de ver el objeto perdido que
está delante de nuestros ojos. Esto nos pasa mucho más cuando se trata de cosas que las ponemos en el orden de lo sobrenatural y lo espiritual. Aunque en nuestro horizonte solo se vea la cruz, sabemos que la fuerza desbordante de la Pascua puede hacer nuevas todas las cosas. La pascua puede transformar la realidad y desplegar todo su potencial si estamos dispuestos a ser testigos del resucitado, encarnar su estilo y vivir los valores y las enseñanzas que nos proponen. Jesús sabe que necesitamos certezas para vivir, unas certezas bien afianzadas; así que se hace presente, muestra las manos y los pies a los discípulos e incluso se ofrece a que se los toquen, y hasta se sienta a la mesa con sus seguidores. Realiza este gesto para despejar la última nube de duda que se haya quedado rezagada en sus mentes.El Señor conoce a los discípulos y sabe que las certezas no bastan. Entonces les abrirá el entendimiento para que comprendan las Escrituras y se den cuenta que su muerte tenía sentido y era paso obligado para la resurrección. Ellos sabían demasiado bien que Jesús había muerto. Ahora Jesús les explicará punto por punto cómo todo entraba en el designio de Dios, les ayuda a asimilar el sentido unitario de todo el acontecimiento, y a su vez, les ayuda a percibir su oculto sentido que los llevará a comprender la verdad plena. El camino de la fe no es un camino de evidencias materiales, de pruebas palpables, de demostraciones científicas, sino que es un camino que se recorre con el corazón abierto a la revelación de Dios, presto para acoger la experiencia de Dios y de la vida nueva que él quiere ofrecer. Fue ese el camino que los discípulos recorrieron. Al final de ese camino, ellos experimentaron, sin margen de error, que Jesús estaba vivo, que caminaba con ellos por los caminos de la historia y que continuaba ofreciéndoles la vida de Dios. Ellos comenzaron a recorrer ese camino con dudas e inseguridades; pero hicieron la experiencia de encontrarse con Cristo vivo y llegaron a la certeza de la resurrección. Esa es la certeza que los relatos de la resurrección, en su propio lenguaje, quieren transmitirnos.El miedo de los discípulos es expresión de la dificultad que todos tenemos para creer. Nos resulta fácil pensar en la resurrección de forma puramente simbólica, como si fuese un sueño, un recuerdo o una reflexión; pero los evangelios nos dicen que es mucho más, y se esfuerzan por explicarnos un misterio inexplicable. Jesús resucitado está, al mismo tiempo, en el mundo y más allá del mundo; es el mismo que fue crucificado y que ahora está resucitado. La Pascua solo es posible manifestarla con el testimonio de vida, el testimonio de la Pascua de Jesús con las llagas de sus manos, las llagas de sus pies y su Cuerpo como alimento. Ahí están los grandes signos pascuales capaces de despertar la fe: sus manos, sus pies y la mesa preparada. Jesús les mostró las manos y los pies, pero ya no sangrantes como en la cruz, sino llagas gloriosas. Es aleccionador que los grandes signos que hacen creíble la Pascua de Jesús sean sus manos y sus pies, pero manos y pies heridos y llagados. Estos son los signos que anuncian y hacen creíble la Pascua. Lo que hoy nos identifica como creyentes resucitados no sean precisamente nuestras explicaciones sino las grandes señales de nuestras manos y nuestros pies. Más vale una llaga en tus manos que mil explicaciones del amor. Como los discípulos que "en aquel tiempo contaron lo sucedido en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan", nosotros estamos llamados a dar testimonio del paso de Jesús por nuestras vidas y saberlo reconocer en las llagas de los que sufren y en la fracción del Pan compartido en la Santa Eucaristía.El Evangelio de hoy nos deja claro que el mejor testimonio que puede evidenciar la nueva vida de Cristo resucitado en nosotros, no son, quizá, las rodillas gastadas de tanto rezar, sino más bien nuestras manos, nuestros pies y nuestro pan, gastados de tanto darse a los demás. Como lo hizo Jesús, hoy necesitamos mostrar las manos gastadas en generosidad y caridad, y los pies cansados yendo al encuentro de los demás. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía |