Chía, 22 de Marzo de 2020 Saludo y bendición a todos ustedes, discípulos misioneros de esta comunidad de Santa Ana. “Señor, que Podamos Verte” En este cuarto Domingo de Cuaresma, el Evangelio nos presenta la curación
de un ciego de nacimiento. Todo el trasfondo de la palabra de Dios nos remite
al nacimiento en nuestra vida cristiana con el bautismo, como nos lo recuerda
S. Pablo: "Antes eran oscuridad,
ahora son luz en el Señor". Los discípulos preguntan a Jesús, si haber nacido ciego, fue por culpa o pecado del ciego o de sus padres. Jesús dejará en claro que aquel encuentro con el ciego, será un encuentro salvífico, un destello de la Gloria de Dios y un signo de salvación manifiesta, través de su compasión y amor misericordioso. La luz del Señor aniquilará cualquier culpa o pecado. La curación del ciego de nacimiento es todo un símbolo. Da la impresión que todo el mundo lo conoce mientras era ciego, pero ahora, cuando recobra la vista, no lo reconocen. Los problemas no los tiene estando ciego, los tiene cuando puede ver. San Juan utiliza una ironía: aquellos quienes podían ver, no verían ni a Jesús y hasta dudaban si el ciego al que interrogaban era realmente el que se encontraba siempre al borde del camino. Ellos, en el fondo eran ciegos. Aun teniendo capacidad de visión no querían reconocer las obras del Mesías. La visión no es sólo cuestión de poder ver, sino sobre todo de querer ver. "No hay ciego más grande que el que no quiere ver". Hay ciegos que no pueden ver y hay ciegos que no quieren ver y que ni siquiera toleran que otros vean. Ante todos, Jesús aparece como la luz del mundo. A todos, Jesús les da la vista y la fe. Al reconocer que nosotros somos el ciego del evangelio, reconocemos que estamos llamados a recuperar la luz de la fe, y a reconocer que, hoy como ayer, sigue resonando su voz: “Yo soy la luz del mundo…quien me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.La ceguera física del ciego de nacimiento, hay que trasladarla al ámbito espiritual. Muchos estamos ciegos en nuestro interior. Somos ciegos o nos tapamos los ojos del alma para no ver la luz de Dios. Nuestra ceguera es más del alma que física y consiste, quizá, en que estamos tan acostumbrados a nuestras miopías que no reconocemos, ni vemos, ni celebramos las maravillosas de Dios en favor nuestro. Si hemos recibido la luz de Dios en nuestro bautismo, ¿Por qué nos hacemos los desentendidos con los que no ven, con los que nadie quiere ver o con los que lo necesitan todo y nadie los tiene en cuenta? Diera la impresión que ya nos acostumbramos a ver todo tipo de sufrimiento, angustia y dolor, ignorando que en cada hermano que sufre destella la luz de Dios. Cada ser humano que pasa por cegueras, es una oportunidad de salvarnos si los atendemos como atendiendo al mismo Señor.Aquel ciego, somos cada uno de nosotros. Tenemos zonas oscuras a las que aún no ha llegado la luz de Cristo. Somos incapaces de vernos, y ver a los demás, con la mirada de Dios. Sólo vemos las apariencias, lo externo y nos quedamos deslumbrados ante el brillo pasajero de las personas o las cosas, y no miramos el corazón. Nuestra ceguera es tan grave que sólo valoramos lo que nos ha dado Dios cuando lo hemos perdido. La falta de fe, la pérdida de valores y la arrogancia de nuestra pobre condición humana, son una verdadera ceguera. Actualmente nos están cegando los intereses, el materialismo, los fanatismos, las pasiones, la superficialidad, el poder, el orgullo y la vanidad. Todos, en mayor o menor media, atravesamos situaciones de oscuridad, de falta de luz, de dudas, de búsqueda. Hoy, el Señor, nos recuerda que él es la Luz del mundo, que disipa nuestras tinieblas y nos conduce a la luz de la salvación.Al ciego de nacimiento Jesús le abrió los ojos para ver al mismo Dios, a sus hermanos y el mundo con ojos nuevos, es decir, con los ojos de Dios. También necesitamos, como el ciego, aprender a mirar de otra manera, es decir, no las apariencias, sino el corazón. Desde lo más profundo de nuestra alma preguntémonos: nuestros ojos, ¿Hacia dónde o qué miran? ¿Vemos lo caduco que nos rodea, o queremos ver al Señor?, ¿Queremos aumentar nuestra fe en él?, ¿Queremos lavarnos cada domingo y empaparnos del resplandor de su luz? Ojalá podamos decir, como el ciego, “yo sólo sé una cosa, que antes era ciego y ahora veo; que antes era oscuridad y ahora soy luz; que antes no conocía a Jesucristo y ahora lo conozco y lo amo”. Esta Eucaristía es un encuentro personal con Jesucristo, Luz de Luz, que se acerca a nuestra oscuridad. Dejemos que su amor y su luz enciendan nuestros corazones, y pidámosle que fortalezca nuestra fe vacilante para ser capaces de ver con los rayos de su luz. No basta con que no seamos ciegos, se requiere saber brillar, ser luz del mundo, reflejando el resplandor de quien nos ha salvado y nos ha destinado a participar de su luz maravillosa.A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a caminar juntos y a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que se encuentren.
Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén. |