5° Domingo del Tiempo Ordinario, 9 de Febrero de 2020, Ciclo A

publicado a la‎(s)‎ 7 feb 2020, 13:24 por Diseño Web Santa Ana Centro Chía   [ actualizado el 7 feb 2020, 15:25 ]
Chía, 9 de Febero de 2020

   Saludo cordial a todos ustedes, discípulos misioneros de esta comunidad de Santa Ana.   

…Luz del Mundo y Sal de la Tierra…"

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   En el Evangelio de este Domingo, Jesús toma dos elementos de la vida cotidiana, la sal y la luz para recordarnos la misión de todo creyente: Sal que nos habla de sabor, y luz que nos habla del ambiente y de los caminos. Su sola presencia produce un cambio definitivo: basta solo un poquito de sal y la comida adquiere sabor, basta un rayo de luz en un cuarto a oscuras y la oscuridad será vencida.

   Desde el Bautismo todos somos “Sal de la tierra y Luz del mundo”. Si dejamos apagar la luz, la vida pierde sentido; o tal vez seamos cristianos, pero solo de nombre. Un mundo sin luz, no existe. Un jardín sin luz, no existe. Una casa sin luz, es triste. El rostro, por bello que sea, sin luz no se ve. La luz da vida porque además da calor. Un mundo sin la sal del evangelio sabe solo a materialismo e interés personal. En cambio, un mundo con la sal del evangelio sabe a Dios, sabe a amor, a solidaridad y a fraternidad. Somos luz para que los demás puedan ver el camino incluso de noche. Y la luz, además de dar vida, da calor. Es el mismo Señor quien nos da el certificado de calidad para que, a través de nosotros, muchos puedan saborear el Evangelio, y ver el brillo y el resplandor del Señor.

   La sal purifica y sana, da sabor y alegra lo que de otro modo sería insípido y banal. Así también, el amor es capaz de transformar la vida de forma similar. Como la sal da sabor a la comida, los cristianos estamos llamados, con el espíritu del evangelio, a darle sabor al mundo con el amor y la esperanza. La sal no puede dejar de salar; ella impide que el alimento se dañe. Los hijos de Dios hemos de preservar -con el sabor del evangelio- el mundo de toda corrupción, como la sal evita que el alimento se dañe. 
   El cristiano no es un ciego que todo lo ve en modo noche; no es un ciego que sabe que todas las luces se han apagado. Según Jesús, somos

“luz del mundo”

lámpara de alto voltaje que alumbra al mundo. 

   El día del bautismo se nos dijo: “recibid la luz de Cristo”. Se nos dio el depósito de la fe y los tesoros de la gracia, pero quizá los hemos olvidado, ocupados en el disfrute de lo que nuestra sociedad nos ofrece. La lámpara no se alumbra a sí misma, sino que alumbra a los demás; así, la luz de la fe pasa por cada uno de nosotros y se hace obsequio para los demás: “Brille así vuestra luz delante de la gente, para que, viendo vuestras obras, den gloria a y descubran a Dios”.

   Hay que utilizar la luz, y la fe también porque de lo contrario se deteriora. Las pilas cuando no se usan se oxidan. Quien oculta la fe y se la reserva exclusivamente para sí, la pierde. 

   Si la luz se impone para vencer la oscuridad, la fe se ha de imponer para vencer las tinieblas del pecado. El hombre sabio en la biblia, es el que saborea las cosas de Dios y las comparte, con la “chispa” del Espíritu. 

  Como la luna refleja la luz del sol, hay que reflejar la luz de Cristo que es nuestro sol. Ser sal y luz sólo tiene sentido, sabiendo que Jesús es su fuente y su culmen. Quien cede la llama de la fe, la luz del evangelio se expande. Quien comunica su fe, crece espiritualmente. Poca gracia tiene que el ama de casa alcance el salero cuando ya todos se han tomado el alimento sin sal. Si reducimos nuestra fe al “salero” de nuestra vida privada, seremos una sal que ya no da gusto. Si nos conformamos con ser cristianos solo dentro del templo, dejaremos de ser luz y sal para el mundo.

   Acordémonos de aquel ciego que iba de noche por el camino con una linterna encendida, que se encuentra con un amigo que le pregunta: ¿Para que llevas la linterna encendida si tú eres ciego? “No la llevo para mí sino para ti, para que tú no tropieces”. Estamos llamados a ser luz que alumbra a los demás para que puedan ver por donde caminan, incluso de noche. Pensemos en aquel papá que le dice a su hijo: ¡Hijito, ten cuidado por dónde caminas…! - Y el hijo le responde: ¡Papá, ten cuidado tú; recuerda que yo sigo tus pasos! Para los demás, somos luz y sabor, huella firme y segura en el sendero que lleva a Dios.

   De nosotros depende: podemos ser luz u oscuridad; alumbrar u oscurecer el camino. No podemos cambiar luz por tinieblas. Si el mundo sufre de oscuridad, no es culpa del sol; si al mundo le falta sabor, no es culpa de la sal; si al mundo le falta luz o sabor, será porque nuestras vidas no alumbran ni dan sabor. Sin la luz de Dios, sin su sal, la sociedad se corrompe y el mundo queda en tinieblas. Si la champaña pierde su espuma no sirve para nada. Si los cristianos nos hemos quedado sin luz y sin sabor, perdemos nuestra identidad y razón de ser. ¿No será que hemos cambiado el horizonte y la propuesta de eternidad, por proyectos cortos de comodidad, de prestigio y ansias de poder?

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a caminar juntos y a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que se encuentren.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M. 
Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía