Chía, 15 de Mayo de 2022 Saludo
y bendición, a todos los fieles de esta amada comunidad. “La Medida del Amor sin medida" Este quinto Domingo
de Pascua es “el Domingo de lo nuevo”.
De no tener “miedo a lo nuevo”. El Señor vuelve a hacerse presente en la
Palabra, en la Eucaristía, en comunidad, y de manera singular, hoy nos dejará
la clave para estar unidos a Él: “El
mandamiento nuevo del amor”. Sabe que pronto ascenderá al Padre y
dejará de ver a sus discípulos. Entonces les deja como legado el “mandamiento
nuevo”, tesoro de sus entrañas por el cual podrán seguir unidos y ligados a él,
en y a través de su amor.
El mandamiento del amor es la clave de su presencia y el distintivo de los cristianos. Es el regalo divino del que mejor podemos echar mano para reconocerle y darlo a conocer. Es el sello que los identificará como discípulos suyos. No les dijo que llevasen como signo grandes cosas. Les dijo algo muy sencillo: “Amarse los unos a los otros, como él los amó”. Nadie los identificará como discípulos por tener mucho poder o mucha riqueza, sino por la fuerza y el brillo de su amor a los demás. Para poder reconstruir un mundo nuevo, Jesús nos dejó “un mandamiento también nuevo: Que os améis unos a otros”. Y para que nos amemos, no de cualquier manera, sino de la mejor manera, nos dio la clave: “Como yo os he amado, amaos también vosotros”. ¡Qué gran responsabilidad nos confía hoy el Señor! Nos dice que la gente conocerá a sus discípulos, según se amen entre ellos. En otras palabras, el amor es el documento de identidad del cristiano, es el único “documento” válido para ser reconocidos como discípulos de Jesús. El único pasaporte de entrada al cielo: “Al atardecer de la vida, nos examinarán en el amor” Dios, como un agricultor, reparte sus dones a todos y quiere que todos crezcan, den frutos y perduren. A través de esos frutos que demos conocerán que somos hijos de Dios y discípulos del Señor Jesús.El tiempo de pascua es el tiempo del amor, es el tiempo de la fraternidad, de la perseverancia y del paso del Señor con el aroma de su resurrección. Lo que ha de distinguir y caracterizar a los discípulos, ha de ser la forma de amarse los unos a los otros. Más que la cruz que llevamos al pecho, es la capacidad de saber llevar, los unos, las flaquezas de los otros, como Cristo llevó las nuestras. Esto solo es posible con la fuerza y la medida del amor de Jesús. San Agustín afirmó: “De la misma manera que una ciudad precisa de leyes para que sus habitantes puedan vivir juntos, el ser humano precisa de la ley del amor para convivir en paz con el mundo, con Dios y con los demás”. El amor es la sabia que alimenta las entrañas de la humanidad. A los primeros cristianos, los paganos los definían diciendo: "Mirad cómo se aman", porque su testimonio de amor cotidiano era como un libro abierto y su mejor predicación. Eran como el fermento y la presencia del Dios amor en el mundo. Como en las calles de las ciudades se necesitan señales de tránsito. Para caminar por los caminos de la vida como hijos de Dios la única señal es el amor. Y no será hablando mucho del amor que lo damos a conocer, sino amando a los demás, “como Él nos ha amado”: Amar como Él, con su estilo, con sus ganas, con su entrega y su alegría.Y más importante que cualquier otra clase de amor, es el amor de Dios. Es el que salva; totalmente diferente a los amores que matan y llevan a la perdición. Es diferente al amor desenfrenado, porque el de Dios pasa por la cruz. Tampoco es un amor de aventuras pasajeras; el amor del Señor es eterno en cada momento. Tampono es un amor posesivo; el de Jesús siempre es oblativo y dadivoso. Mientras el mundo nos ofrece un sello de distinción y calidad marcado por la riqueza, la elocuencia, el poder y la fuerza, los discípulos de Jesús se reconocían por el amor a la cruz, aquel que se da, que perdura porque viene de Dios. En la segunda lectura leímos: “Yo vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado”. “Todo lo hago nuevo”. Entonces vale la pena renovar a este mundo viejo, al que tantas veces hemos llamado “valle de lágrimas”, con el amor que Jesús nos hereda. Este mundo viejo está hecho por los egoísmos e intereses humanos, y el egoísmo “no puede crear nada nuevo”, lo que hace es “envejecer lo nuevo” y sembrar muerte. Solo el mandamiento nuevo del amor es “capaz de recrearlo, renovarlo y darle vida todo”. Ese amor que es “capaz de enjugar las lágrimas, de quitar todos los lutos y de rejuvenecer lo viejo, y de llevar alegría a los corazones”.Vivamos en el amor de Dios y así daremos testimonio de nuestra Fe. Si queremos una familia nueva, un mundo nuevo, un País y una sociedad nuevos, entonces “no nos armemos los unos contra los otros”, más bien: “amémonos unos a otros como el Señor nos amó”. A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org o por el Facebook de la Capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos misioneros, el reino de Dios donde quiera que se encuentren.
Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja. Amén. Padre Luis Guillermo Robayo M. |