6° Domingo del Tiempo Ordinario, 16 de Febrero de 2020, Ciclo A

publicado a la‎(s)‎ 14 feb 2020, 6:50 por Diseño Web Santa Ana Centro Chía   [ actualizado el 14 feb 2020, 7:50 ]
Chía, 16 de Febero de 2020

   Saludo cordial a todos ustedes, discípulos misioneros de esta comunidad de Santa Ana.   

“…Mis palabras no pasarán…"

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   La primera lectura de este Domingo, nos dice que Dios nos ha dado un poder fascinante: el poder de elegir. "Si quieres puedes guardar los mandamientos”; actuar con fidelidad es cuestión de nuestra propia elección. 

   Frente a nosotros está el bien o el mal. El reto de la libertad con la que nos creó Dios, será hacer el bien. Desde que Dios nos adornó con ese don, quedamos dotados de infinitas posibilidades a ejecutar. En todo caso, somos capaces de decidir. Aunque el mal aparezca atractivo, ha de ser el bien el que elijamos. 

   No podemos culpar a Dios de nuestras malas decisiones o de los pecados que cometamos: "Ante ti pongo la vida y la muerte, lo que elijas te será dado". "Elegir la vida" no significa elegir una cantidad determinada de años para vivir, o elegir el lujo, la pereza, el poder o las comodidades. Elegir la vida significa amar a Dios con toda la mente, con todo el ser y con todas las fuerzas del corazón. De la misma manera, elegir la muerte no significa elegir la manera de cómo morir. Significa elegir la idolatría y el pecado en sus diversas formas nefastas. 

   La ley de Dios tiene como meta la felicidad del hombre, y el hombre, a través de esta felicidad alcanzar a Dios. El verdadero camino de la ley es Jesús; en Él se realiza el hombre y emprende la búsqueda del creador. Por eso Jesús resumió todas las leyes en dos. “Amar a Dios” y “Amar al prójimo”. 

   Los grandes mandamientos y las grandes fidelidades se empiezan a realizar a través del cumplimiento de las pequeñas acciones y de las fidelidades diarias. En las intenciones más pequeñas cada uno se está jugando lo definitivo. Nuestra tarea ha de ser el corresponder con actitudes, sentimientos, palabras, obras y pensamientos, sabiendo que estamos ante la mirada y el juicio de Dios. 

   En la vida vamos transitando por permanentes riesgos. Así como el río, aunque su caudal corre por las márgenes estrechas de sus orillas, solo será en el centro de su cauce, - y no en las orillas, - en donde se hace realmente veloz. Si nuestra vida está centrada en Jesús va de su divina mano y, aunque no desaparezcan los riesgos, iremos por buen cauce hacia el puerto seguro. Se requiere avanzar hacia la meta evitando los precipicios y los bordes del mal que a diario nos golpean. Avanzar hacia la meta no es tan solo evitar los precipicios. Cuántos de nosotros jugamos a ser cristianos, cumpliendo algunos de los mandamientos, pero nos reservamos ciertos desbordamientos y abismos. Es ahí donde encallamos en los rincones del mal. 

   La nueva ley del amor será la clave para no encallar en el mal: “Ama y haz lo que quieras” y el centro de todo, es Cristo. Él nos da la verdadera identidad. Sabemos que no basta cumplir solamente las leyes y los mandamientos, habrá que estar unido a quien todo lo puede; al que es nuestro cauce y tiene el timón de nuestra vida. 

   La caridad empieza por casa, pero no se queda de puertas para adentro. Amar sinceramente a todos con desinterés y sacrificio, ya es heroico; pero nuestro amor tiene que salir de viaje y pensar primero en los pobres y necesitados. El amor es el mejor mensajero que enamora a todos aquellos a quienes se les comparte la buena noticia. 

   De todo esto se comprende que Jesús no da importancia sencillamente a la observancia disciplinar y a la conducta exterior. Él va a la raíz de la Ley, apuntando sobre todo a la intención y, por lo tanto, al corazón del hombre, donde tienen origen nuestras acciones buenas y malas. Para tener comportamientos buenos y honestos no bastan las normas jurídicas, sino que son necesarias motivaciones profundas, expresiones de una sabiduría oculta, la Sabiduría de Dios, que se puede acoger gracias al Espíritu Santo. Y nosotros, a través de la fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del Espíritu, que nos hace capaces de vivir el amor divino. 

   Mientras que la astucia humana busca cómo diluir y opacar la palabra de Dios, Jesús, en su sabiduría afirma que Él viene a darle plenitud a la ley. Sumergirnos en su Espíritu nos ayudará a ver la profundidad de las exigencias del Evangelio. 

  A Cristo le bastó la ley de Moisés y, en el fondo, vino a liberarnos de ella, porque, sin dejar de cumplirlas, su fuerza y su amor nos ayudan a cumplirlas y a superarlas. Ser cristiano no es solo privarse de ciertas cosas, sino seguir el sendero de Cristo, el hombre perfecto y Dios verdadero. 

   En una sociedad sin alma, no basta, ni sirve multiplicar leyes. Hay demasiadas leyes. ¿Será eso lo que Dios quiere? Porque no es suficiente cumplir una cantidad de leyes, mientras ellas no nos limpien por dentro y nos renueven por fuera. ¿No será que tantas leyes terminan endureciendo nuestro corazón? No se trata de quedar contentos únicamente con no hacer el mal cumpliendo la ley. Se trata de ir más allá, de transitar el camino hacia la perfección, haciendo todo el bien que esté a nuestro alcance, y no detenernos hasta que ayudemos al prójimo con todas las fuerzas. Jesús no pide imposibles, simplemente que amemos, y a amar se comienza por hacer el bien sin medida. 

   ¿Cómo sé yo que amo de verdad a Dios? Si amo de verdad al hermano. Nuestra vida he de ser un espejo que permita reconocer en cada uno de nosotros, los rasgos de Dios. Somos de su propiedad, y sus rasgos han de brillar a través de nuestra vida, en cada acción y decisión, que por pequeñas que sean, indican lo que somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a caminar juntos y a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que se encuentren.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M. 
Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía