Chía, 9 de Junio de 2019
Saludo cordial y bendición a todos los fieles de esta comunidad de Santa Ana. “Ven, Espíritu Divino, Manda tu Luz Desde el Cielo” Hoy, cincuenta días después de la pascua, celebramos Pentecostés, el fruto maduro de la Pascua. El día que Jesús envió el Espíritu Santo sobre los discípulos. Día en que el Espíritu Santo, como arquitecto del Padre, coloca la primera piedra de la Iglesia; extiende su fuego sobre los apóstoles para que actúen y salgan de su encierro, los reviste de color rojo, símbolo de la pasión, e igualmente, coloca en los corazones de sus discípulos la lengua común, el lenguaje del Amor.En Pentecostés, el Espíritu Santo, - como arquitecto del Padre-, edifica, no una torre de Babel de confusión, sino una Iglesia, comunidad en la que todos tienen el mismo fuego del Espíritu y todos hablan el mismo lenguaje del amor en la construcción de la casa de Dios. La comunidad es obra del Espíritu porque perdura en ella el don de Dios, habla el lenguaje del amor y vive su misma vida unida entorno al mismo Señor. Entonces, la comunidad es el lugar preferido donde habite el Espíritu divino. El Espíritu Santo es el protagonista discreto, silencioso y eficaz de toda la historia de la salvación. Por el Espíritu, los discípulos reciben la fuerza para salir e inundarlo todo con su luz y su fuerza, para ser uno en la multiplicidad de las lenguas y en la diversidad de sus dones, frutos y carismas, pues de Él proceden todos los bienes materiales y espirituales que recibimos. El Espíritu Santo como“dulce
huésped del alma y maestro interior, maestro del corazón” lo llena todo, lo
penetra todo, lo invade todo. San Cirilo de Jerusalén, - a propósito de Pentecostés-, hace una hermosa comparación con el agua. Ella es condición necesaria para que haya vida. La lluvia siendo siempre la misma, produce efectos muy diferentes dependiendo de quién la recibe. En una vid se convierte en uva y luego en vino; en un árbol frutal se convertirá en naranjo, en limón, en lima y dará un fruto exquisito. El agua siendo la misma produce diversidad de frutos. Así es Dios, siendo el mismo produce diversos frutos según la persona que lo recibe, pero siempre es Dios la fuente de donde nace todo bien. Como el agua hace germinar al árbol seco, así también el Espíritu Santo devuelve la vida de Gracia a través del perdón de los pecados. Como el agua nutre al árbol sano para que a su tiempo produzca la cosecha, así el Espíritu Santo alimenta con la Eucaristía para ayudarnos a perseverar en la confianza, en el bien y en la fe. A su vez, San Hipólito afirma: "Cuando se rompe un frasco de perfume, su fragancia se difunde por todas partes. Al romperse el cuerpo de Cristo en la Cruz, su divino Espíritu se derramó en los corazones de todos".Sin la presencia del Espíritu que entra en la habitación de nuestro corazón seguiremos dormidos, y la iglesia quizá encerrada. No olvidemos que Pentecostés ha puesto alas a nuestro espíritu para lanzarnos por los caminos del mundo; alas a nuestros sueños para que soñemos un mundo de hermanos e hijos de Dios. Sólo la presencia y poder del Espíritu Santo puede vivificar, dinamizar, liberar y divinizar nuestra vida, si somos dóciles a Él. Si queremos sentir la presencia del Espíritu Santo, habrá que deshacernos de tantos caprichos y egoísmos, y acomodarnos a la voluntad de Dios. Ser como la arcilla en manos del alfarero, para que Dios pueda moldearnos y llevarnos por el sendero de su Espíritu. El Espíritu Santo solo obrará en nosotros con nuestro consentimiento. Si llegamos a consentir, aunque sea mínimamente a las inspiraciones de Dios, quedaremos bajo su poder y su guía. De otra parte, San Agustín nos recuerda que el Espíritu Santo no solamente nos hace capaces de amar a Dios, sino que nos da el poder de amar a nuestro prójimo tal como es. Y dado que somos creaturas limitadas y pecadoras, necesitamos la fuerza de sus siete dones para tener una relación con Dios, para recibir el amor y extenderlo como el más delicioso de los perfumes.En este Pentecostés, el Espíritu de Dios, vuelve a dinamizar nuestras vidas, - quizá estancadas por el pecado-, con una corriente de agua viva. Dejemos que el fuego de Pentecostés queme los individualismos, los miedos y los temores que nos acosan, y que ensanche nuestros corazones para acoger a los demás y no encerrarnos en nuestras fronteras. Que el fuego del amor divino encienda en nuestros corazones su divino Amor, para sentirnos hoguera de una misma Luz, miembros de una misma comunidad y protagonistas del único proyecto eterno de Dios, porque Pentecostés es el fruto eterno e incontenible de la Pascua.A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos misioneros, y con la fuerza de Pentecostés, el Reino de Dios donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga, y que María Santísima nos proteja. Amén. Padre Luis Guillermo Robayo M.
Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía |