Chía, 5 de Junio de 2022
Saludo y bendición, a todos los fieles de esta amada comunidad.
“Ven, Espíritu Divino, Dulce Huésped del Alma…”"
Hoy, cincuenta días
después de la pascua, celebramos Pentecostés, el fruto maduro de la Pascua. El
día que Jesús envió el Espíritu Santo sobre los discípulos. Día en que el Espíritu Santo, como arquitecto del
Padre, coloca la primera piedra de la iglesia; extiende su fuego sobre los
apóstoles para que actúen y salgan de su encierro, los reviste de color rojo,
símbolo de la pasión, y coloca en los corazones de sus discípulos la lengua
común, el lenguaje del amor. En Pentecostés, el Espíritu Santo, - como arquitecto del Padre-, edifica, no una torre de Babel de confusión, sino una Iglesia, comunidad en la que todos tienen el mismo fuego del Espíritu y todos hablan el mismo lenguaje del amor en la construcción de la casa de Dios. La comunidad es obra del Espíritu porque perdura en ella el don de Dios, habla el lenguaje del amor y vive su misma vida unida entorno al mismo Señor. Entonces, la comunidad es el lugar preferido donde habite el Espíritu divino. Como “dulce huésped del alma; maestro interior y maestro del corazón” lo llena todo, lo penetra todo, lo invade todo. Así es Dios, siendo el mismo produce diversos
frutos según la persona que lo recibe, pero siempre es Dios la fuente de donde
nace todo bien. Como el agua hace germinar al árbol seco, así también el
Espíritu Santo devuelve la vida de gracia a través del perdón de los pecados.
Como el agua nutre al árbol sano para que a su tiempo produzca la cosecha, así el
Espíritu Santo alimenta con la Eucaristía para ayudarnos a perseverar en la
confianza, en el bien y en la fe.
San Hipólito afirma: "Cuando se rompe un frasco de perfume, su fragancia se difunde por todas partes. Al romperse el cuerpo de Cristo en la cruz, su divino Espíritu se derramó en los corazones de todos". el Espíritu entra en la habitación de nuestro corazón para que, a través se expanda por los todos confines. Pentecostés pone alas a nuestro espíritu para extender su presencia en el mundo. Si somos dóciles a él, por su presencia y su poder, se podrá vivificar, dinamizar, liberar y divinizar nuestra vida. San Agustín nos recuerda que el Espíritu Santo no solamente nos hace capaces de amar a Dios, sino que nos da el poder de amar a nuestro prójimo tal como es.Y dado que somos creaturas limitadas y pecadoras, necesitamos la fuerza de sus siete dones para tener una relación con Dios, para recibir el amor y extenderlo como el más delicioso de los perfumes. Si queremos sentir la presencia del Espíritu Santo, habrá que deshacernos de tantos caprichos y egoísmos, y acomodarnos a la voluntad de Dios. Ser como la arcilla en manos del alfarero, para que Dios nos moldee y nos lleve por el sendero de su Espíritu. Si consentimos, aunque sea mínimamente a las inspiraciones de Dios, quedaremos bajo su poder y su guía. Sencillamente, nuestra vida, dejará percibir la fragancia de Dios. Por el contrario, “sin el Espíritu, Dios se ausenta, Cristo queda lejos como un personaje del pasado, y el Evangelio sería letra muerta, y la Iglesia solo una organización” (A. Pagola). El Espíritu Santo es fuerza centrífuga, es decir, empuja hacia el exterior. Aquel que nos revela a Dios nos empuja hacia los hermanos y nos convierte en testigos.Solo en el Espíritu consolador decimos palabras de vida y alentamos realmente a los demás. Quien vive según el Espíritu se encuentra orientado a la vez hacia Dios y hacia el mundo”. La Iglesia no cambia ni por gusto ni por la moda. Es el Espíritu el que “la empuja al cambio para crecer y desarrollarse. En pentecostés, “el Espíritu trae un “sabor de infancia” a la Iglesia. Obra un continuo renacer. Reaviva el amor de los comienzos. El Espíritu recuerda a la Iglesia que, a pesar de sus siglos de historia, es siempre nueva, la esposa joven de la que el Señor estará siempre enamorado (Papa Francisco). Se cuenta de Miguel Ángel, que cuando terminó de esculpir el famoso “Moisés”: Le quedó tan bien que le dio una palmada diciéndole: “¡Sólo te falta hablar!” Jesús nos fue construyendo día a día, y también necesitaba darnos una palmada, “para que nos llenásemos de vida y habláramos de Dios”. Nos faltaba el Espíritu Santo, al que invocamos como “dador de vida”. Hundimos “nuestras raíces en la tierra del corazón de
Dios”. Brotamos todos del “tronco que
es Jesús”. Y nos alimentamos con la “savia
que es el Espíritu Santo”. Entonces, el mayor pecado será “estorbar e impedir la acción del Espíritu
Santo en nosotros y en la Iglesia y el mundo”. Sería como “sacarle el motor al carro para empujarle
nosotros”.
Sin el Espíritu Santo carecemos de “vida” y no podremos ni hablar de Dios, ni de nosotros. Él es “dinamismo interior de crecimiento”. “Ven Espíritu Santo, renueva nuestros corazones y renueva la faz de la tierra”. A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org o a través del Facebook de la Capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos misioneros, el reino de Dios donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga, y que María Santísima nos proteja. Amén. Padre Luis Guillermo Robayo M.
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