Chía, 10 de Julio de 2022
Saludo y bendición, a todos los fieles de esta amada comunidad.
“El buen samaritano, un ser humano cargado de Dios, que puede cargar a los demás”
El Evangelio de hoy
nos trae la parábola del Buen Samaritano, relatada por Jesús para explicarle a un maestro de la ley, que la clave
para ganar la vida eterna, es el amor.
El Samaritano por ser misericordioso, se convierte en ejemplo de amor al prójimo. Sin tener una ley que le impida acercarse “al hombre herido”, tocarlo, sanarle las heridas, se hace cargo de él. No se preguntó quién era su prójimo. Solo le bastó ver a “alguien herido”, sentir compasión y misericordia por alguien desconocido “herido”, sin importarle si era judío o samaritano. Sencillamente era un “hombre herido y abandonado” y eso era suficiente. Nos enseña que la misericordia no pide nombres, ni documentos de identidad, ni pregunta si fue culpable o inocente. Sencillamente era un ser humano “apaleado, herido y maltratado”, por lo tanto, “necesitado”. Como bien lo definió el Papa Benedicto XVI: Lo que se subraya es la inseparabilidad entre el amor a Dios y el amor al prójimo. Ambos están tan estrechamente entrelazados, que la afirmación de amar a Dios es en realidad una mentira si el hombre se cierra a su prójimo o incluso lo odia”. “Cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios”. El prójimo no puede ser algo abstracto y genérico. El prójimo sin rostro no es prójimo. Al prójimo hay que ponerle rostro. Por eso puede “ser cualquiera”. Lo que define al prójimo es “Mi prójimo es aquel que me necesita y por el cual puedo hacer algo”. Y añade: Por lo tanto, no hay amor a Dios donde no hay amor al prójimo, como tampoco hay amor al prójimo que no sea a la vez amor a Dios. De ahí la frase que lo dice y expresa todo: “Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí; en el más humilde encontramos a Jesús y en Jesús encontramos a Dios”.El secreto definitivo en el ser humano, es la compasión. Dice el texto, que «se compadeció de él». Cristo es el buen samaritano por excelencia. Es él quien «siente compasión porque nos ha encontrado completamente «muertos por nuestros pecados» Se nos ha acercado y nos ha vendado las heridas derramando sobre nosotros el vino de su sangre. Nos ha liberado de las manos de los bandidos... ¿Cómo pagaremos al Señor todo el bien que nos hace?» El evangelio nos da la respuesta: «haciendo nosotros lo mismo que él». “Hacer el bien, sin mirar a quién”. Las leyes judías impidieron al levita y al sacerdote que tuvieran compasión con el hombre herido. Hay muchas leyes en nuestra sociedad, pero ¿cuántas de ellas generan compasión con tantos que sufren? ¡Las leyes sin compasión de nada sirven! Nos olvidamos de los que sufren o están heridos en el camino y, no obstante, decimos que amamos a Dios. Nos cuesta aceptar la realidad. Preferimos callarnos, hacernos los de los oídos sordos y pasar de largo. Hay tantas formas de pasar de largo enmascarándonos con justificaciones «razonables». Mientras tanto el Señor nos sigue esperando; sale a nuestro encuentro bajo el ropaje del mendigo y del que sufre: “Tuve hambre...” “Cada vez que lo hicisteis con ellos, lo hicisteis conmigo…”Los rodeos o las disculpas no solucionan nada. ¿Cuántas parejas con problemas y prefieren disimularlos dando un rodeo para no complicar más las cosas? ¡Hay padres que saben que sus hijos andan por malos caminos y prefieren no enterarse! Muchos de nosotros vivimos en pecado, pero preferimos justificarnos diciendo que todos hacen lo mismo. Preguntémonos: ¿Cuántos heridos encuentro cada día en mi camino? ¿Será que damos vuelta a la manzana para no ver lo que Dios sí está viendo? ¿Cuántas heridas llevamos en nuestro corazón que necesitan de un buen samaritano? El amor hacia los que más sufren, teje la salvación, porque es un amor cargado de Dios, cargado de salvación mutua. La señal de los cristianos es amarnos como hermanos, y todos sabemos que los gestos de amor valen más que las palabras. También sabemos que el amor es el que salva, y al final todos seremos examinados en el amor. Cuando amamos como Jesús desea, el amor se convierte en el signo más creíble y eficaz que revela y da a conocer el rostro del Dios vivo. ¡Dime que haces, que pronto te diré a quién sirves! Salir de nosotros mismos hacia los demás es la muestra de la calidad de nuestra vida cristiana. Jesús, flagelado, crucificado, y que sufrirá la muerte, es el buen samaritano que sigue salvando.Aprendamos de Jesús a tener compasión, y pidámosle que, como el samaritano, obedezcamos de manera instintiva al impulso amoroso de nuestro corazón, cargado de amor divino. Amor que no busca recompensa, porque la ayuda a los necesitados, son las arras para nuestra salvación. A nuestro prójimo herido lo podemos salvar, y él nos permite salvarnos. Después de Jesús, el Buen samaritano, cada uno de nosotros seremos buenos samaritanos, si obedecemos su mandato: “Ve, y haz tú lo mismo”. A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org o a través del Facebook de la Capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos misioneros, el reino de Dios donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja. Amén. Padre Luis Guillermo Robayo M.
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