Chía, 25 de Julio de 2021 Saludo y bendición, a todos ustedes, queridos fieles. “Concédenos, Señor, el Trabajo, Para Merecer el Pan que Tú nos Das” El Evangelio de hoy nos presenta la multiplicación de los panes y los
peces. Comprar no siempre es
la solución, se requiere “levantar los
ojos y ver a la gente que sufre” y pasa necesidades. Se necesita sentirse
implicado en el pan que hay en nuestra mesa y darnos cuenta que no todo se
soluciona “despidiendo a la gente para
que cada uno se las arregle”. Se necesita tomar nuestro pan, tocar nuestras
entrañas, dar gracias a Dios y aprender a repartirlo para que otros coman.
Lo primero que hace Jesús, es “bendecir lo que se tiene”, ya que bendecir es una manera de sacar las cosas del dominio de nuestro egoísmo y reconocer que vienen de Dios y las ha puesto al servicio de todos. “Cinco panes y dos peces”, puestos a disposición de los demás hacen el gran milagro: “Todos comieron y aún sobraron doce canastas”. Donde había poco, ahora hay de sobra. Hoy, el problema es diferente: el pan quizá, abunde; los que pasan hambre son más de “cinco hombres”, pero no les damos de comer. Reza el refrán “ojos que no ven corazón que no siente”, pero habría que añadir: “ojos que ven y corazón que no siente”. Jesús tenía ojos como nosotros; pero él sabía ver y mirar. Somos muchos los que “tenemos ojos, pero no vemos”. Donde otros sólo veían gente que escuchaba la Palabra, Jesús veía los estómagos con hambre, y “sintió compasión”. Nosotros, por el contrario, ¡tanto sufrimiento que vemos a nuestro lado y no nos dice nada! ¡Cuántas penas y dolores vemos con los ojos, pero nuestro corazón no se entera! En la lógica de Jesús, hay que ver con el corazón para sentir el hambre de los demás en nuestros propios estómagos. No se trata de mirar cuánto pan hay en la panadería, porque muchos no tienen con qué comprarlo. De lo que se trata es ver cuánto tenemos para dar a los demás: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces”. En el mundo, tal vez no falta pan, el problema es la falta de amor y generosidad para compartir de los mismos bienes que Dios nos ha dado. La solución comenzará por tomar en las manos lo que tenemos, saber agradecer a Dios los bienes que nos da, y reconocer que el pan es un regalo de él para todos. Detrás del pan está la generosidad del mismo Dios: si eres generoso con los demás, Dios será más generoso contigo.La muchedumbre no le pide pan material al Señor. Se siente feliz alimentándose con el pan de su palabra, pero Jesús, - humano y realista -, sabe que también se necesita del pan que acaba con el hambre. “No solo de pan, pero también con pan”. Los dos panes son necesarios. Se necesita del pan de la Palabra de Dios que alimenta el espíritu y se necesita del pan de cebada o de trigo que alimenta el cuerpo. Por eso Jesús une el pan de la palabra con el pan de la mesa. El regalo del pan de su Palabra, lo complementa con el milagro de darnos de comer y llenar nuestros estómagos. El Señor “se deja ayudar” de un muchacho que tiene cinco panes y dos peces. Felipe al menos, abrió una pequeña luz de esperanza: “pero, ¿qué es esto para tantos?”. También, hoy, el Señor, se deja ayudar de nosotros, y nuestra ayuda es indispensable. Como la fe se fortalece dándola, también lo que se da, fortalece a los demás. Lo que no se da, lo seca el egoísmo. Lo mismo sucede con los bienes materiales y con aquellos del alma, que se multiplican en la medida en que los compartimos. «Si nos quedamos con nuestros cinco panes y nuestros dos peces, el mundo seguirá con hambre. Pero si los entregamos a Dios, el realizará el milagro». Dice, San Justino, que en la celebración de la Eucaristía cada uno lleva y entrega lo que posee para “socorrer a los necesitados”. Dios es “DON” en mayúscula, nosotros somos dones
en minúscula, pero al compartirlos, él continuará “dándose como alimento a las multitudes”. Todos, podemos ser “el
alimento del mismo Señor” a tantos que tienen hambre. Él nos reclama la
compasión y nos pide cada día: “Dadle
vosotros de comer”. A Dios le basta solo un poquito, lo pobre, lo humilde.
Él se encarga del resto. ¿Sirve,
al final de la vida, un gran patrimonio que no ha estado abierto al servicio de
alguien o de una buena causa? Cuando se comparte, el corazón vibra, se oxigena
y rejuvenece. Cada día debiéramos mirar nuestras manos para percatarnos si hemos realizado una buena obra. Tendamos la mano al necesitado, porque al final de la vida seremos examinados en el amor; acordémonos del rico y el pobre Lázaro. Si nuestras manos estuvieron abiertas a los demás, seguro que Dios nos tenderá las suyas y nos dirá: Venid benditos de mi Padre, heredad el Reino eterno, porque tuve hambre y me disteis de comer” (Mt 25, 35). El Pan de Dios en la Eucaristía es “el cuerpo entregado, partido y compartido” que se ofrece a todos en comunión de gracia, de fe y de amor para saciarnos del mismo Dios. El hambre en el mundo no es culpa del
pan, sino del “corazón de los que tenemos
el pan y no queremos partirlo ni compartirlo”. Los que tienen hambre son
muchos, y lo que tenemos quizá sea poco, pero puesto en las manos del Señor será
suficiente. Antes de multiplicar el pan, Jesús comenzó
por agrandar en generosidad el corazón de aquel muchacho. Abrir el corazón a
Dios será la primera y más bella conversión que haría de nosotros “milagros de amor para los demás”.
A Dios le es suficiente lo poco de nuestras manos. Es que donde terminan
nuestras posibilidades, comienzan las posibilidades de Dios.
¡Bendigamos hoy nuestro pan! ¡Bendigamos el pan que nos sobra, y multipliquémoslo para los demás!s. A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org o a través del Facebook de la Capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén. Padre Luis Guillermo Robayo M. Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía |