Chía, 1 de Agosto de 2021 Saludo y bendición, a todos ustedes, queridos fieles. “Eucaristía, Alimento de Eternidad” Hoy nos unimos a la
muchedumbre que necesita y busca a Jesús. Hay algo en él que los atrae: “porque los había saciado de pan”. A Jesús le duele que lo busquen solo por “el milagro externo y el alimento material”.
Y aunque él mismo les ha enseñado a pedir a Dios «el pan de cada día»,
hay otro Pan, el Pan de Dios. Él quiere ofrecerles un alimento que sacia para
siempre el hambre espiritual, no solo la física, porque una cosa es tener lleno
el estómago y otra muy distinta, sentir saciada el alma. Lo buscan “hoy” por el pan que comieron “ayer”. Él, en cambio les ofrece otra clase de pan sin fecha de caducidad y les muestra un camino superior. No es el pan material el que les va a sacar de la situación de indigencia, de caminar y caminar buscando alimento. Es aquel Pan, -que es Jesús-, el que les dará la verdadera vida. El pan material se compra y se negocia, pero el pan que nutre de eternidad, no se negocia porque viene de lo alto. Jesús, verdadero Pan que baja del cielo, es el único que remedia el hambre de la humanidad y calma la sed de aquella felicidad que solo él puede colmar. Él les habla claro: trabajar para ganarse el alimento, sobre todo el que perdura para la vida eterna. El reproche de Jesús es que han limitado su horizonte al alimento que se acaba. Quizá nos interesa un Dios que nos ayude con las cosas materiales, más que el Dios, alimento de eternidad. Le pedimos algo y si no lo conseguimos entramos ya en crisis de fe. Poner todas las fuerzas en lo perecedero desgasta, pues nunca estaremos satisfechos y siempre queremos más. Quizá somos más estómago y olvidamos que necesitamos el alimento que nutra el alma. La gente buscaba a Jesús, no porque habían visto signos de credibilidad, sino por razones muy estomacales. ¿Será que nosotros le demandamos a Jesús signos claros para creer en él? Siempre resulta curioso el hecho de que Dios tenga que justificarse para que podamos creer en él. Somos nosotros los que tendríamos que dar razón de nuestra fe, sin embargo, exigimos que Dios nos dé suficientes motivos para que creamos en él. Y Dios no suele dar “razones”, él ofrece “señales”. Pero es preciso saber ver esos signos de la presencia de Dios, del amor de Dios, porque son muchos los que razonan sobre Dios y no creen en Él. Dios pone su firma en todo, pero nos resulta difícil ver las señales de Dios, porque no reconocemos su autenticidad. Diera la impresión que Dios escribe en un lenguaje que nosotros no sabemos leer y que alguien tendría que traducirnos. No es suficiente decir “yo creo en Dios”. Habrá que preguntarse: “¿Y por qué creo en Dios?” “Qué significa Dios en mi vida?” ¿Qué lugar ocupa Dios en mi vida?”Las cosas de este mundo, siempre nuevas y abundantes, quizá nos entretienen y sostienen el cuerpo, pero nunca podrán llenar el alma, que es el espacio propio para Dios, y solo él puede llenarlo. Lo material, y su poder, es tan transitorio como la misma vida. Será necesario purificar nuestra imagen de aquel Dios que habita el alma con la plenitud que no da el mundo.
El abastecimiento conduce a una especie de adormecimiento general. Un Dios a la medida de nuestras necesidades puede resultarnos muy necesario en un momento dado, pero nunca será el verdadero Dios que tiene la medida de lo definitivo, de lo esencial y de lo eterno. Para descubrir al Dios de la eternidad, hay que ver más allá de lo cotidianamente útil. Sería más fácil si reconocemos que el fondo de nuestro ser está naturalmente necesitado de una fuerza y un alimento tan original y sobrenatural, porque: “no sólo de pan material vive el hombre…” (Mateo 4,4). El pan eucarístico alimenta nuestra fe, anticipa nuestra esperanza y preludia el banquete celestial mientras vamos peregrinando a la casa del Padre. Ya lo canta aquel himno: “No podemos caminar con hambre bajo el sol, danos siempre el mismo Pan: tu cuerpo y sangre, Señor. Comamos todos de este Pan, el Pan de la unidad. En un cuerpo nos unió el Señor, por medio del amor. Señor, yo tengo sed de ti, sediento estoy de Dios, pero pronto llegaré a ver, el rostro del Señor”. A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org o a través del Facebook de la Capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén. Padre Luis Guillermo Robayo M. Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía |