Chía, 28 de Agosto de 2022 Saludo cordial y bendición a todos ustedes, queridos fieles. “Invita a los pobres porque No Podrán Pagarte Ni Invitarte. Feliz de Tí, Porque Dios te Pagará” El Evangelio de hoy evidencia dos actitudes, según los dos tipos de invitados: los primeros, aquellos que escogen los primeros puestos; y los últimos, - aquellos que quizá nadie invita: los pobres y excluidos-, que a la postre, son quienes revelan mejor el rostro del Señor, la preferencia de su corazón y la esencia del Evangelio. “Cuando des una comida, invita a los pobres, a los lisiados, cojos y ciegos; feliz de ti, porque Dios te pagará”. Sacamos dos lecciones: una, hacer el bien a los demás sin esperar nada a cambio. Es decir, nos, advierte contra la manía de esperar a que nos paguen de alguna manera cuando hacemos algún favor. El que sirve al prójimo esperando recompensa y gratitud se está aprovechando de él, para servirse a sí mismo. La otra, es el llamado a la humildad. ¿Qué tiene la humildad que tanto le gusta a Dios? Jesús apareció débil y pequeño en un pesebre, desconcertando a los que lo esperaban grande y venir entre las nubes. La humildad goza de la verdad y nos hace grandes y únicos. Es un llamado a descubrir lo que verdaderamente vale, a abrir el alma y el corazón a las cosas que pueden realmente llenarlos por dentro, más que por fuera. No podemos quedarnos instalados en la vana apariencia. ¿Alguien de nosotros quiere ser el último de todos? ¡Con lo que nos encanta a todos ser los primeros, que nos den preferencia sobre los demás! En el fondo, todos llevamos dentro esa vanidad escondida. En cambio, Jesús nos propone construir la verdadera riqueza en la interioridad, donde ninguna opinión de los de afuera podrá herirla o afectarla.Desafortunadamente nuestro corazón tiene una profunda enfermedad existencial. Nos encantan las apariencias, el “pose”, el “hall de la fama”; que los demás hablen bien de nosotros, nos alaben y nos consideren famosos. Nos acecha la eterna tentación de ser tenidos en cuenta y ser apreciados por los demás para sentirnos realizados. Nos gusta impresionar para que la gente nos tenga sobre un pedestal, pensando que ahí está la dicha y la felicidad. Nuestra pretensión,- tan pobre como la de los primeros invitados-, es de querer instalarnos en los primeros puestos, valiéndonos de cualquier medio para lograrlo y ascender, porque de lo contrario sería sentimos menos que los demás. Muchos solemos decir: ¿cómo voy a ser menos que mi vecino o vecina? yo no me puedo dejar, ¿cómo voy a ser menos?... Esto solo es fruto de la soberbia y el orgullo. Vamos pintando nuestra vida con fachadas de falsas sonrisas, falsos trajes y vestidos fingidos las más vanas apariencias sostenidas por la mentira y el orgullo. La lógica de Dios es lo contrario. Él siendo rico se hace pobre “rebajándose como un hombre cualquiera”, para enriquecernos con su pobreza. Es de él, de donde nos viene nos da el verdadero valor: ser “considerados en nuestra dignidad de personas”, y no por los primeros puestos en este mundo. Es Dios quien tiene que ocupar el primer lugar en nuestro corazón. Su invitación es para todos, no por las apariencias que mostremos, sino por la dignidad que como hijos a todos nos da, aunque no todos tengan las mismas oportunidades. Aquí, lo humildes, los pobres y excluidos están llamados a ocupar también los primeros lugares. El camino a la humildad comienza por reconocer con sinceridad lo que somos, con virtudes y defectos.Es saber aceptar qué y quiénes somos, sin exagerar las limitaciones, ni empequeñecer los valores propios. El humilde no se preocupa de serlo, simplemente lo es y lo vive. Así nos los propone el evangelio: hacernos pequeños en las grandezas humanas para alcanzar el favor de Dios, porque él revela sus secretos a los humildes y sencillos de corazón. Si miramos los árboles frutales, son los frutos los que doblegan y hacen bajar sus ramas. Entre más frutos tenga, más doblegan sus ramas. Al contrario, la rama que no tiene frutos se yergue y crece en el espacio. Incluso hay ciertos árboles cuyas ramas no dan frutos mientras se mantienen erguidas hacia el cielo, pero si se les cuelga una piedra para guiarlas hacia abajo, entonces dan fruto. El alma, entre más humilde sea y se incline ante Dios, sin duda que dará más frutos; y entre más frutos produzca, es como si volviera a su raíz y a su origen, acercándose más a Dios.¿A quiénes invitamos a nuestras fiestas, a nuestra mesa, a nuestras comidas? ¿cuántas tarjetas de invitación reciben los pobres, los lisiados, cojos y ciegos? Reconozcamos que nuestros invitados no son precisamente los que el Señor invita. ¡Pobres de nosotros! Por un lado, orgullosos y soberbios con lo que no sirve para nada, con la vanidad de este mundo vacío que se derrumba a nuestro alrededor, y por otro, falsamente humildes con aquello que constituye nuestra única y auténtica grandeza. Que Dios ocupe el primer lugar en nuestro corazón. Y cuando te conviden a una fiesta, colócate en el último sitio –y no te importe que no se note tu vestido así lo tengas nuevo-, el Señor que te ha invitado, te dirá al oído: “Si para los demás pareces el último, el más infeliz, o el más pobre, tranquilo porque estás en el primer lugar de mi corazón”.A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org o del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo como discípulos misioneros, el reino de Dios donde quiera que nos encontremos.
Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén. Padre Luis Guillermo Robayo M. |