Chía, 4 de Septiembre de 2022
Saludo
cordial y bendición a todos ustedes, queridos fieles.
“¡Ofreciendo Nuestro Todo, por el TODO de Dios!” El Evangelio de hoy nos pide confesar a Jesús “como el crucificado”. Seguir a Jesús, como lo siguió Pedro, pero “al Jesús crucificado”. Jesús enfatiza: “Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío”. Para el cristiano lo esencial es Jesús, y San Pablo nos dirá: “No quiero saber entre vosotros otra cosa que Cristo y éste, crucificado”. A Jesús hay que escucharle y seguirle, y esto exige valentía y riesgos, porque quizá preferimos más a un Jesús que no sea exigente, no un Jesús ensangrentado y crucificado. Preferimos disfrutar y gozar, y nada cruz, ni sacrificios. Seguir a Jesús no es cuestión de un entusiasmo pasajero, de una repentina emoción, o de una conversión superficial. Jesús no prometió fama, éxito o poder; todo lo contrario, porque seguirlo tiene riesgos, renuncias, entrega, fidelidad, sacrificio y cruz, con la certeza que, al dejarlo todo por el amor de Dios, y colocando a Dios por encima de todo, lo ganamos todo, aunque ello implique pasar por la puerta estrecha del despojo, para ganarlo todo. De ahí que el Papa Francisco afirma: “Lo fundamental es volver a colocar a Cristo
en el centro". Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y
cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos, ni discípulos ni misioneros del
Señor, simplemente somos mundanos. El seguimiento de Jesús nos exige un corazón grande, capaz de integrar y no de enfrentar afectos, porque es, precisamente en el nombre de Cristo que tendremos que amar a nuestros hermanos. Por otro lado, Dios jamás querrá que odiemos a nadie, y menos a nuestros seres queridos. La expresión “quien no odia”, es mejor traducirla por “quien prefiere a los demás en vez de Dios”, o “cuando los demás son más importantes para mí que el mismo Dios”. Lo que nos reclama es: nadie está obligado a seguirle. Pero quiere que sea una opción pensada. Es preciso “sentarse y pensar” hasta donde tenemos el coraje de llegar hasta el final. Desde Cristo, ningún sufrimiento puede transformarse, para el cristiano, en inútil o vacío de sentido. Maravilloso amar a nuestras familias, pero es el Señor quien les da vida, como la sabia al árbol. Extraordinario el amor de los esposos, pero es el Señor quien les permite el amor. Hermosas las amistades, pero más maravilloso es Dios que les permite ser amigos. Necesario amarnos a nosotros mismos, pero más necesario el amor a Dios que nos da sentido, como la sal en el agua del mar”.El pescador teje una red sólida y bien amarrada, de forma que esta pueda flotar sobre las olas del mar. Estando en sus nidos las aves son amas del océano. Del mismo modo, aún si las cosas transitorias rodean nuestros corazones, mantengámoslas a flote, y así podamos flotar sobre ellas. Aunque nuestras manos atrapen tantas cosas, nuestros corazones han de estar abiertos solamente al cielo. Una vez que coloquemos todo, por amor, en el TODO de Dios, adquirimos la libertad para extender sus dones. Mientras todo venga de Dios, nada es nuestro, todo es prestado. Si revisamos y alistamos nuestro corazón para el encuentro con Dios, habrá muchas cosas que conviene desechar porque estorban en el viaje a la casa del Padre. Amar a Dios por encima de todo, consiste en saber que él nos ha hecho para la vida eterna y como peregrinos vamos hacia allá. En esta lógica de lo esencial, fue que dijo el Señor: “Quien no renuncia a todas sus cosas no puede ser discípulo mío”. San Agustín acentúa:Señor ¡«Quite cuanto quiera, pero yo no abandono mi fe» Posees tus bienes y has renunciado a ellos, y como los posees tú, no te poseen ellos a ti. No es ningún mal poseerlos; el mal está en ser poseído por ellos. Al perder tu corazón, nada dejaste íntegro. Que no nos pase lo de aquellos que, cuando hizo erupción el Vesubio, por querer llevarse muchas cosas, no pudieron pasar por la puerta de la casa, quedando petrificados bajo las cenizas del volcán. Ser cristiano no es una broma, ni es cuestión de fuegos artificiales, muy bonitos en la noche, pero que pronto se apagan. Observemos que, en las competencias ciclísticas, al final de la comitiva va un carro al que se llama “escoba”, cuya misión es recoger a los que se quedan y renuncian a seguir en la carrera. También Jesús puso entre la espada y la pared a los discípulos cuando les preguntó: “¿También vosotros queréis iros?” No basta decir “yo te sigo”. ¿Estamos dispuestos a llegar hasta el final? O ¿Necesitará Jesús también de un “carro escoba” para los que nos vamos rezagando por el camino? Huyendo del sacrificio, o ignorando los problemas, no resolvemos nada. Queriendo evitar el dolor, olvidamos la necesidad de la lucha, el esfuerzo y la disciplina. No olvidemos que, desde que Cristo venció la muerte, pasando por la cruz, ningún sacrifico es inútil.
A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org o a través del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a caminar juntos, extendiendo como discípulos misioneros, el reino de Dios donde quiera que nos encontremos. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen María los proteja. Amén. Padre Luis Guillermo Robayo M. |