Chía, 11 de Septiembre de 2022
Saludo cordial y bendición a todos ustedes, queridos fieles.
"El
Señor no Vino a Buscar a los Sanos sino a los Enfermos"
En el Evangelio de hoy, Dios,
-entrañable y misericordioso- sale al monte hasta encontrar la oveja. Barre
la casa hasta encontrar la moneda perdida. Espera ansioso a que el hijo pródigo
regrese. Dios nunca pierde la esperanza. Es un evangelio de una gran esperanza
para los que nosotros calificamos de “perdidos
o malos”. Dios siempre sale dando la cara por los que se han perdido, por los que se han extraviado. Sale a buscarlos, a encontrarlos, a dialogar con ellos y a mover sus corazones, y si hace falta a cargarlos sobre sus hombros para regresarlos a casa. Si es necesario, barre la casa y no descansa hasta encontrarlos. Las parábolas nos revelan la profundidad del corazón misericordioso de Dios, que, en razón de la dignidad por ser sus hijos, podemos recuperarla, aunque nos hayamos perdido en el pecado. Como en la escena del hijo pródigo, Dios no quiere la muerte de su hijo pecador, sino que se convierta y viva. Y puesto que su misericordia es eterna, "Me pondré en camino…Me levantaré, y volveré junto a mi Padre", porque demás de perdonar a su hijo arrepentido, lo espera con el corazón abierto y los brazos tendidos para devolverle, a través del perdón, su dignidad original. “Su amor divino es más original que el pecado”. Para el padre, -que siempre lo esperó-, el regreso de su hijo, fue lo que le devolvió la felicidad. Y el regreso del hijo que se había ido y se había perdido, es un testimonio vivo del fracaso a que conduce la vida pecaminosa, pero a la vez, es testimonio de la misericordia de Dios que siempre está dispuesto a perdonar al pecador, siempre y cuando se reconozca como tal, y a su corazón lo aliente el arrepentimiento y el propósito de una vida de santidad.Desafortunadamente, la actitud del hermano mayor fue un triste testimonio del fracaso del amor fraterno. Cuando uno se hace sordo a la voz del Padre,- como el hijo mayor en la parábola del hijo pródigo- o se cree mejor que el pecador, o termina cerrándose a las ofertas del amor paterno y fraterno. El mismo San Pablo fue llamado por el Señor a pesar de sus pecados: “Dios tuvo compasión de mi”. A veces, a causa de la dureza del corazón, no es fácil aceptar ese amor misericordioso; no obstante, Dios nos concede su gracia y su misericordia; se inclina al hombre no para humillarle o hacerle sentir el peso de su condición de pecado, sino para enaltecerlo y regresarlo a su dignidad. Es el hombre quien debería buscar a Dios, pero en realidad, es Dios quien toma la iniciativa para que regresemos a él, como en el evangelio de hoy. Esa es la lógica de Dios, y debería ser la nuestra buscando a los demás, como hermanos que somos. Una vez se experimentado el amor de Dios, es difícil vivir si él. En efecto, el peso del pecado nos hace sentir mal ante la gravedad de la ruptura con nuestros hermanos, con nosotros mismos y con Dios.Como Padre que nos ama desde toda la eternidad, Él se alegra con el regreso del pecador y lo celebra en el encuentro festivo de la misericordia; la fiesta del corazón de Dios con su pobre criatura. Él siempre nos espera, y a pesar de nuestra decisión de alejarnos, pueden más las entrañas de su corazón y la fuerza de sus brazos abiertos para reconquistarnos de nuevo. Se dice que en la vida llevamos una alforja al hombro: por delante colocamos nuestras cualidades y bondades, y detrás colocamos nuestros errores y defectos. Cuando nos equivocamos no somos capaces de ver los defectos y mucho menos reconocerlos. Nos queda más cómodo atribuirlas a los demás. Si reconocemos nuestros pecados y nos abrimos al amor de Dios, podremos experimentar la alegría del Dios que perdona. La conversión no es otra cosa que el reencuentro amoroso con el Dios que se alegra por nuestro regreso. La experiencia del perdón sólo la vive bien quien se reconoce humildemente pecador. Pero si pensamos que no tenemos pecado, nada podrá realizar el Señor en nuestros corazones. A causa de la soberbia y la arrogancia de quien se dice no necesitar de Dios o no reconocerse pecador, el corazón se hace más esquivo y duro a la oferta del perdón. Fuimos creados por Dios y para Dios, y no habrá ninguna felicidad fuera de Él. Hay que estar atentos ante la voz seductora del enemigo que, en apariencia de regalos, nos ofrece dichas pasajeras lejos de Dios, y que no son más que espejismos.Ante el raudal de misericordia divina, reconozcámonos pecadores, sintamos dolor de nuestros pecados y hagamos el propósito de no volver a pecar. Toquemos a las puertas de su corazón implorando el perdón, seguros que su divino corazón no dejará de latir, y a pesar de nuestra pobreza y fragilidad, su amor se hace más cercano. Que nuestra vida esté en la lógica del
perdón. “El primero en pedir perdón es el
más valiente, el primero en perdonar es el más fuerte; pero el primero en
olvidar, es el más feliz”. Que Dios nos
permita reconocernos pecadores, para que, arrepentirnos y con su perdón,
lleguemos a los brazos de Dios. Celebremos hoy las alegrías de Dios, las fiestas del amor de Dios
que nos busca y nos encuentra y nos espera siempre con los brazos abiertos y
con la mesa puesta. Es la misericordia de Dios la que permite que, del barro o de la madera torcida se elaboren hermosas obras de arte. Tratemos de mantener nuestra vida anclada en el deseo de llegar a la casa del Padre. A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a caminar juntos, extendiendo como discípulos misioneros, el reino de Dios donde quiera que nos encontremos. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen María los proteja. Amén. Padre Luis Guillermo Robayo M. |