Chía, 25 de Septiembre de 2022
Saludo
cordial y bendiciones a todos los fieles de esta comunidad de Santa Ana.
"…Porque Dios Junto a los Pobres Siempre Está"
La parábola del rico Epulón y el
pobre Lázaro, es una historia, tristemente, de profunda lejanía, o felizmente,
de íntima cercanía con Dios. Deja en claro que el camino al cielo se va
forjando en la sensibilidad ante el clamor de tantos que sufren esperando las
migajas de la caridad. Y son quienes revelan más de cerca el rostro de Dios. Tanto el rico como Lázaro eran
iguales en el momento de nacer y estaban llamados al mismo destino de la
felicidad, pero el rico pensó que su esplendor ya era el cielo y comprendió
demasiado tarde lo fugaz de los bienes materiales. De nada sirve ser el más
rico en el cementerio. Entre Epulón y Lázaro había
cercanía física, -sólo una puerta los
separaba, - sin embargo, esta distancia física les hizo vivir en universos
separados. Un simple portón
marcó esa distancia, pero era
definitiva para ganar o perder la salvación. Y, luego de la muerte se
invierten los papeles. El rico recibirá lo mismo que dio. Reclama las migajas y
una gota de agua, que, como en vida no dio a Lázaro, ahora no le son dadas. La
indiferencia y lejanía con Lázaro, se le devolvió en la indiferencia y lejanía
de Dios con él. El mismo abismo que los separó en la vida, los separa en la
eternidad. El que estaba arriba, ahora se encuentra abajo. A veces nos creemos unos muy lejos de otros, pero sólo nos separa un portón. Vivimos cerca, pero a la vez muy lejos. Una puerta puede significar a los que estamos dentro y a también a los que están fuera. ¡Qué poca cosa es un portón! Y, sin embargo, ¡cuán importantes son los portones! Sirven para protegernos contra los ladrones. Pero también sirven para dividir la humanidad, para no ver lo que pasa al otro lado. Impide ver al que se daría por satisfecho con “las migajas que caen de la mesa de los de dentro”. Impide ver a Lázaro con su corazón roto y cargado de sufrimiento. Y ese portón que le cerró en la tierra (“Ojos que no ven, corazón que no siente”) le fue cerrado a Epulón para el cielo, y se convirtió en “un abismo inmenso para que no puedan cruzar, aunque quieran”. Jesús no juzga ni condena la buena vida de los que están al lado de dentro, pero sí condena la frialdad, la indiferencia de los de dentro para con los de fuera. Lo más antievangélico es la indiferencia. Los ojos que no ven lo que pasa fuera; el corazón que no siente lo que sucede fuera y el hambre de los que están al otro lado del portón. El rico Epulón seguramente, como pasa con los vehículos, tenía polarizaos los ojos de su alma para no ver desde dentro. Dios no nos juzga ni por ser ricos ni por ser pobres. Nos juzga por nuestras actitudes para con los demás. Y nuestro gran problema puede ser la insensibilidad y la indiferencia ante los otros. La indiferencia significa que tú no significas nada para mí. Y cuando yo no significo nada para ti, soy un extraño para ti.El problema de Lázaro no fue por ser pobre, como tampoco es culpa de Epulón por ser rico. Lo que condujo al cielo a Lázaro no fue la pobreza, sino su humildad. Tampoco fueron las riquezas las que impidieran al rico ir al seno de Abrahán, sino su egoísmo e indiferencia con Lázaro. Ese fue el punto neurálgico y definitivo. El rico ignoró que en cada actitud hacia Lázaro, estaba en juego su destino. Él se hubiera ganado el cielo si hubiera derribado, - con las entrañas y la compasión-, el portón de la indiferencia con Lázaro. Olvidó que “Lázaro era su puerta más cercana para llegar al cielo. Si Epulón le hubiera prestado a Dios, socorriendo a Lázaro, Dios le habría devuelto mucho más, y además, la salvación. El rico no tiene nombre, mientras que el pobre se llama Lázaro. ¿Por qué? Quizá, porque en la lógica de la sociedad es al contrario. Se ignora al pobre y se da relevancia al rico opulento (Epulón). En la lógica de Dios, que “Alza de la basura al pobre”, es a la inversa:lo llama “Lázaro”, que significa: “Dios proveerá”, porque Lázaro fue la puerta que Dios le colocó a Epulón para que entrara al cielo. Solo que Epulón olvidó que, ayudándolo, él mismo se ayudaría. Que, salvándolo, él se salvaría. Con razón los pobres son la urna bendita en la que podemos depositar los ahorros de nuestra salvación. La parábola también va dirigida a los cinco hermanos del rico, que, sin duda nos implica a cada uno de nosotros, todavía en este mundo. Nos quiere advertir que el nombre del rico, puede ser nuestro nombre cuando cerramos la puerta del corazón. Como a Epulón,
también nos falta descubrir en tantos Lázaros, la oportunidad de salvarnos, el
amor que nos humaniza, y la verdadera pobreza que nos enriquece y nos salva. Todos podemos ser “providencia de Dios”, y será Dios quien dé a cada uno lo que se forjó en este mundo: “su cielo o su infierno” . Vivimos tan cerca uno del otro,
separados solo por un pequeño muro o una puerta, pero, acaso, ¿no estaremos tan
lejos el uno del otro, poniendo en riesgo el cielo prometido? ¿Será realmente la puerta la que
crea distancias? ¿No será más bien el egoísmo del corazón humano que está al
otro lado de la puerta? Las puertas sirven para entrar y también para salir.
Pero, reconozcamos que la llave de esa puerta siempre la tiene es el corazón.
Que el Señor que abra nuestros corazones, porque mientras el corazón no se abra a los demás, todos nos sentiremos lejos los unos de los otros. No es cuestión de puertas, sino de corazones. Abramos los portones del corazón, y veamos que al otro lado también existe alguien que nos necesita. A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a caminar juntos, extendiendo como discípulos misioneros, el reino de Dios donde quiera que nos encontremos.
Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen María los proteja. Amén. Padre Luis Guillermo Robayo M. |