Chía, 30 de Septiembre de 2018 Saludo y bendición, queridos discípulos misioneros de esta comunidad de Santa Ana. “Trabajo en Común, por la ¡Recompensa Eterna!” La Palabra de hoy es un llamado a tomar
conciencia de erradicar y romper con cualquier obstáculo para entrar “en el
Reino de Dios”. Nos impulsa a entrar
dentro de un espíritu de apertura al amor de Dios porque todos cabemos en el
corazón de Dios. En Él no hay lugar para la división. Olvidamos que el Espíritu Santo es el viento de libertad que sopla donde quiere, cuando quiere como quiere y con quien quiere, haciendo de todos, uno solo en Cristo. Nos abre y nos impulsa a entrar en comunión con todos y a construir con todos la única familia de Dios. Los discípulos argumentan que “no es de los nuestros”. Y es posible que sean muchos de esos que “no son de los nuestros”, y sin embargo “son de Jesús”. Puede que muchos no pertenezcan explícitamente a la Iglesia, y sin embargo estén viviendo, sin decirlo, el Evangelio, por eso dice Jesús: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede hablar mal de mí”. Aquel que divide ciertamente no vive del Evangelio. El que excluye a los demás no puede hacerlo con el Evangelio en la mano. El que juzga y condena a los demás, no puede justificar su vida con el Evangelio. Un discípulo de Jesús no prohíbe que Jesús llegue a todos, ni que los demás hagan lo que nosotros hacemos, y mucho menos, que actúen en su nombre porque a la luz del Evangelio la exclusión nunca viene de Dios, ni del Evangelio, que es precisamente, la Buena noticia para todos. Al contrario, se requieren aliados en el anuncio del Evangelio sabiendo que Él será nuestra recompensa.
Los cristianos no somos los poseedores exclusivos de la verdad y tampoco podemos impedir que quienes quieran la busquen. Todos estamos en una continua búsqueda, y necesitamos la ayuda de todos para llegar a la verdad plena. Como cristianos somos depositarios de los tesoros revelados en Cristo, y hay que anunciarlos a cuantos nos rodean, a través del ejemplo y el testimonio de palabra y de obra. Hemos de ser como la luz que ilumina a todos los que están en la casa, o como una ciudad construida en lo alto de un monte, o como el faro que indica el camino que Cristo nos ha señalado. Es que en el corazón de Dios cabemos todos, aunque de ello no puede estar seguro quien comienza a clasificar, a encasillar y excluir a los demás, o a poner fronteras entre buenos y malos. Porque el Padre celestial ama a todos, todos cabemos, sin distinción, en la viña del Señor. De ahí que el anuncio del reino es una tarea común, para que todos lleguen al conocimiento de la verdad, sean de donde sean y vengan de donde vengan. El anuncio no tiene fronteras ya que Dios actúa en y desde el corazón de todos, sean creyentes o no. Él no se manifiesta donde nosotros le digamos, sino allí donde es más oportuno para el bien de todos. Hay que jugársela por lo que nos une, y evitar cuanto nos separe. Así lo dicta el mandato del Señor: ¡Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio! En alguna parroquia colocaron un día un Cristo sin brazos con esta inscripción: «No tengo más brazos que los tuyos». Jesús quiere hacer mucho bien en el mundo por medio de nosotros y ya nos anticipó la recompensa: “Os
aseguro que quien os dé a beber un vaso de agua porque sois mis discípulos, no
se quedará sin recompensa.” Extendamos, pues, de manera generosa y sin
exclusiones, el único amor, aquel que viene del Señor Jesús. Si alguien hace el bien o anuncia la verdad
no está en contra de nosotros sino a favor nuestro trabajando por el mismo
objetivo: el anuncio de la Buena Nueva.
Debemos estar atentos y vigilantes ante las falencias y debilidades de nuestra naturaleza humana. Confiemos en la gracia transformadora de aquél que vino a entregar su vida por nosotros. La mano, el pie y el ojo son los miembros que pueden llevarnos al pecado. La mano, símbolo de nuestra tarea creativa, que debería usarse solamente para entregar, para compartir con el que no lo tiene, también la usamos para robar, para esconder y para tomar en vez de dar. El pie signo del discípulo que sigue al maestro, del caminante que se mueve para misionar y llevar la buena nueva a los hermanos, del que se deja iluminar por la Palabra de Dios. También puede usarse para andar por el camino del mal, por la senda de los malvados. El ojo figura del que ora, del buscador de Dios, puerta de entrada de la vida y la respuesta divina también puede usarse para mirar con ira, con maldad o para caer en inmoralidad. Que cada obra que realicemos, por pequeña que sea, la hagamos en nombre del Señor, y que el criterio de todo obrar sea extender la obra del mismo Señor, con la esperanza que al final de nuestro peregrinar nos diga:
“Venid benditos de mi Padre, heredad el Reino eterno, porque tuve sed y me disteis de beber”. A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén. |