Saludo 27° Domingo del tiempo Ordinario, 3 de Octubre 2021, Ciclo B

publicado a la‎(s)‎ 2 oct 2021, 12:37 por Diseño Web Santa Ana Centro Chía   [ actualizado el 2 oct 2021, 13:24 ]
Chía, 3 de Octubre de 2021
 
Saludo y bendición, a todos ustedes, queridos fieles.
 

¡Señor, Instrúyenos en Tu Amor, Para Que Enseñemos a Amar!"

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    “…No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle a alguien como él”. Dios quiere la felicidad completa para el hombre; dirige su mirada a la mujer, establece un vínculo con ella y la presenta al hombre. A partir de ahí, en la mujer habrá mucho de la mirada de Dios: la gratuidad de su propio ser que acaricia, protege, abriga, se preocupa y se consagra, convirtiéndola en el amor de la casa, en hogar y en compañera. La exclamación de Adán lo dice todo: “esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne”. Con la creación de la mujer, Dios culmina y corona su obra creadora y completa la existencia del hombre.

 

   El amor conyugal se instala y se inscribe en el pal de Dios, en el amor divino; y su prolonga en el bien de los cónyuges, máximo objetivo. Entra en diálogo con Dios amor, que por su bondad le permite al hombre y a la mujer prolongar el amor que viene de él. La ruptura de este diálogo con Dios es el primer divorcio con él, el fin del diálogo, el funeral del amor y el regreso a la soledad. Cuando se deja de dialogar con Dios, con el conyugue y consigo mismo, se cae en el divorcio, la depresión y el abismo total. Dios une a la pareja en matrimonio y le da los recursos para mantener esa unión porque es una gracia que debe crecer y cuidarse como una semilla. No se puede acceder al matrimonio de cualquier manera, ni por hacer ensayo. Hay que estar bien preparados en “saber amar”. La pregunta es: ¿Estamos enseñando a amar hoy?

 

   Cuando un hombre y una mujer se dicen públicamente: “Si quiero!”, no lo dicen por unos sentimientos efímeros y cambiantes, sino por una entrega generosa del uno al otro en el marco de la fe, es decir de la fidelidad, sea en la salud o en la enfermedad, en la abundancia o la carencia hasta el final. El matrimonio no es la celebración de una fiesta de rango social, o el viaje de luna de miel. Él celebra el amor, el encuentro con el otro, el afecto profundo, la confianza, la aceptación y el conocimiento real. Es la puesta del amor en las manos de Dios para iniciar con él, una historia familiar de salvación, que solamente de la mano de Dios podrá sostenerse hasta la eternidad.

 

   Ante la pregunta: ¿Es lícito o no al divorcio?, Jesús se opone al divorcio, apelando al sentido natural y al plan original diseñado por Dios descubriendo la grandeza del amor en pareja. Más que una elección de atracción carnal, el matrimonio es la llamada de Dios a transmitir la vida y a vivir en un estado nuevo el amor de los amados. El amor que dura sólo un instante, una noche o unos meses, se revienta y será cualquier cosa, pero nunca fidelidad ni mucho menos "imagen de Dios". En el matrimonio cada uno es don de Dios para su pareja y para los hijos. 


   No se trata de preguntar si es lícito o no el divorcio, ni de buscar razones para “dejarse de amar”, ni de buscar separaciones “que acaban con el amor”. Lo que debemos preguntarnos es: ¿cómo apoyar las parejas en los buenos momentos como en los difíciles? ¿qué hacer para ayudar a las parejas a vivir felices “hasta que la muerte les separe”? ¿qué hacer para que su amor se pleno? ¿qué hacer para acompañar a las parejas que han tenido la desgracia de tener que vivir su dolorosa separación? Si muchos han perdido el matrimonio, ayudémosles a no cerrarse al amor de Dios y protejamos las familias como recinto del amor de Dios. 

   El papa Francisco en su Exhortación “La Alegría del Amor”, nos dice: A las parejas, ayudémosles a tomar en serio el amor. El amor no es un juego de sentimientos que cambia como la veleta. Hay que tomarlo en serio, y para madurar hay que pasar por inviernos y primaveras, solo así se llega al verano. El invierno despoja de las hojas, pero fortalece las raíces. El matrimonio es un proyecto de dos, en el que predomina la felicidad del otro por encima de las propias necesidades. Es un ejercicio del amor mutuo, de recíprocas ofrendas y renuncias para el bien de la familia. En el hogar las decisiones no se toman unilateralmente, y los dos comparten la responsabilidad por la familia, pero cada hogar es único y cada síntesis matrimonial es diferente”. (AL 220) 

   Nos recuerda el papa que, “No hay rosas sin espinas, como no hay amor sin dificultades”. Enséñenle a sus hijos a amar, para que cuando opten por el matrimonio puedan vivir con alegría su amor. Las dificultades del camino no significan que todo ha terminado, sino que se sigue luchando para que el río del amor no se detenga ante las rocas del cauce. Cada uno tenemos que amar como somos, aunque signifique muchas veces renunciar a lo nuestro. Los problemas no se solucionan “pensando en la separación”. Se solucionan “dialogando y hablando para buscar soluciones”. Salir de sí mismo para hacer feliz al otro, y así el bien lo disfruta toda la familia. La enfermedad no se cura matando al enfermo, sino consultando al médico y tomando las medicinas.

   En la iglesia y en cada comunidad “siempre quedará la posibilidad de la acogida fraterna”. Bien sabemos que toda separación y divorcio causa heridas profundas. No se trata de cuestión de adultos, porque el dolor, el sufrimiento, la división y la cantidad de traumas, afectan a todos. En el corazón de Dios, su amor siempre está ardiendo para que quienes se han separado puedan volver al hogar, es decir, a la hoguera de su amor.  No obstante, la Iglesia, - como Jesús-, no excluyen ni abandonan a nadie, porque, aunque separados, “siguen siendo parte de la Iglesia”. Que la Sagrada familia interceda por nuestras y nos ayude a defender el verdadero sentido de la familia.

    A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org o del Facebook de la Capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo la buena nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén.

Padre Luis Guillermo Robayo M.   
Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía