Chía, 9 de Octubre de 2022 Saludo
cordial y bendiciones a todos los fieles de esta comunidad de Santa Ana. "Señor, Sana Nuestras Heridas
de Cuerpo y Alma" La escena del Evangelio de hoy identifica dos modos de reaccionar
ante los dones de Dios: los que tienen un corazón agradecido y los que no. En
el camino, diez leprosos quedan curados, pero no siempre los milagros del
cuerpo logran cambiar la actitud del corazón. Solo el samaritano, en un acto de
adoración suprema, como expresión de humildad por la vida recobrada en toda su
dignidad, se postra a los pies del
Señor dándole gracias.
De los diez leprosos curados, nueve regresan a la dependencia de la ley. El encuentro con Jesús no les ha cambiado interiormente. Siguen en lo viejo de antes. Se van felices porque han sido curados, pero vuelven a los sacerdotes, al templo y a la ley, y se olvidan de quien los ha curado. Nueve solo son curados en el cuerpo. Uno, el samaritano, cambia también por dentro, sólo él vuelve atrás en busca de Jesús. No se queda en su pasado, sino que se siente tocado interiormente por Jesús y vuelve alabando y dando gracias dispuesto a seguirle. Regresa corriendo al que lo ha limpiado, dando gracias porque reconoce el poder de Dios que lo curó de la lepra. Fue capaz de postrarse en tierra y mostrar su agradecimiento, y ello le mereció la curación de su alma: “levántate, tu fe te ha salvado”. A la curación sigue la salvación; a lo material sigue lo espiritual. El samaritano, abriendo su corazón agradecido, logró que su alma quedara llena de Dios.La curación del samaritano le sirvió para descubrir la obra de Dios. Y su corazón estalla en acción de gracias. Dar gracias es la actitud más auténtica de quien experimenta la salvación de Dios. El agradecimiento es el camino de regreso a los senderos de Dios, que abre a nuevas generosidades de parte de Él. Por el contrario, la ingratitud, “es la amnesia del corazón” que nos cierra muchas puertas. Gratitud significa devolver a Dios y reconocer que todo es de Él, que todo viene de Él, y que a Dios debe volver a él, por la puerta de un corazón sensible y agradecido. Dar gracias es como una profesión de fe de la creatura por las obras del creador. Sólo aquel que se siente deudor y que siente haber recibido algo por bondad de Dios, es capaz de darle gracias. Agradecer es el lenguaje propio de los hijos de Dios, “que habiendo sido “agraciados con sus dones”, sólo nos queda ser “agradecidos” con Él”. Con frecuencia pedimos milagros para creer, pero no siempre los milagros despiertan nuestra fe, ni nos hacen cambiar de camino, y menos de corazón, porque nos creemos con derechos a que Dios nos sane. ¿Cuántas veces hemos sido curados y volvemos a la vida de antes? Queremos que Dios esté a nuestra disposición, pero nunca estamos a disposición de Él. Somos muy exigentes con Dios, pero no siempre sabemos ser agradecidos con Él.Como los nueve leprosos, hay quienes no sienten la necesidad de dar gracias a Dios, porque viven como si fuera un derecho el poseer las realidades de la vida. Olvidamos que, dar gracias a Dios es el antídoto contra la autosuficiencia, porque reconocemos que hemos recibido algo inmerecido, que necesitamos de los demás y que no todo lo podemos. El cristiano, no es sólo aquel con fe le pide favores a Dios, sino, ante todo, es el que no cesa de darle gracias. La escena de la curación de los diez leprosos se repite cada día. Quizá de cada diez veces que pedimos, no damos gracias ni una sola vez. La gratitud del que pide abre la mano del que da; el agradecimiento facilita la generosidad. No se nos debe nada. Dios nos lo da todo, y todo debe volver a Él a través de la acción de gracias. Aprendamos a descubrir la mano de Dios, aún en los dones más frecuentes para decirle: “Gracias por todo Señor”. Ojalá que nuestra vida sea como un gran memorial de agradecimientos por las obras del Señor. Sólo sabe dar gracias quien se siente deudor. Olvidamos que las gracias son la mejor memoria del corazón y la medicina del alma que nos encaminan por la oración a las puertas de la salvación. Dar gracias es una obligación, porque como criaturas siempre estamos necesitados. Cuando uno agradece, hace sentir bien al otro y se nos limpia el corazón de las lepras del orgullo y la autosuficiencia. Preguntémonos: ¿Por qué Dios ama tanto al pobre? Porque el pobre siempre da gracias por todo.En la Eucaristía nos presentamos como nuevos samaritanos suplicándole: “Señor, ten compasión de nosotros”, y confiados en su misericordia divina, quizá podamos escuchar decirnos: “Tu fe te ha salvado”. ¿Somos conscientes de lo mucho que hemos recibido sin hacer nada y sin merecerlo? A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a caminar juntos, extendiendo como discípulos misioneros, el reino de Dios donde quiera que nos encontremos. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen María los proteja. Amén. Padre Luis Guillermo Robayo M. |