Chía, 28 de Febrero de 2021
Saludo
cordial a todos ustedes, discípulos y misioneros de esta comunidad de Santa Ana.
"Transforma,
Señor, Nuestro Corazón"
Saludo Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
De las arenas del desierto
(primer Domingo de Cuaresma), pasamos, en este segundo domingo de cuaresma, a
las alturas del monte de la transfiguración. En el desierto se experimenta la
lucha y la tentación, al monte se sube para experimentar la verdad de Dios. En
el desierto, el encuentro es con la tentación; en el monte, - en oración -, el encuentro es con
Jesús.
El desierto nos revela la realidad de lucha, debilidad y fortaleza. El monte nos revela el verdadero rostro de Jesús. Tanto el monte como la oración nos revelan nos lo que se esconde detrás de la humanidad de Jesús. Es en el Monte Tabor donde Jesús se deja ver por dentro, y donde toda su belleza traspasa lo opaco de lo humano y se revela lo divino de su interior. En la cima del monte, es donde se anticipan los resplandores de la Resurrección. Dos personajes atestiguan la transfiguración: Moisés y Elías. En la cima del Sinaí comenzó la ley escrita en tablas de piedra, por eso, ahí está como testigo Moisés. Y es en esta cima del Tabor donde Dios deja escuchar de nuevo su voz. No se trata de regresar a Moisés (símbolo de la ley), ni a Elías (símbolo del profetismo). Su presencia es para decirnos que, a partir de ese momento, la verdadera ley y la verdadera voz de Dios, es Jesús, su “Hijo amado, al que hay que escuchar”. La transfiguración expresa la victoria total de Jesús, y el anticipo de lo que él es y significa para la humanidad. La transfiguración de Jesús nos revela las dos dimensiones de Jesús: Un Dios eternamente divino, y un Dios enteramente humano. Sólo dejando el peso insoportable del pecado podemos subir al encuentro con Cristo. Y, una vez arriba, en la montaña de la pascua, contemplaremos el rostro bendito de Cristo y escucharemos la voz del Padre, que nos invita a seguir a su Hijo. ¿Por cuál camino? Por el de la cruz, porque no hay gloria si no viene precedida antes por la pasión y la muerte. Sólo muriendo al hombre viejo y pecador que hay en nosotros, tendremos vida eterna. Por la cruz llegaremos a la resurrección.La voz del Padre confiesa a Jesús, primero como “su Hijo amado” y luego, como su voz de revelación: “Este es mi Hijo amado, escuchadle”. Él será, a partir de entonces, la única voz auténtica y legítima de Dios. Entre tantas voces que hoy suenan en nuestros oídos, ¿a quién escuchamos realmente? En esta Cuaresma Jesús nos invita a subir con él al monte Tabor para descubrirnos los secretos inefables del misterio y de la gloria de su divinidad. Pero se necesita hacer silencio en el alma para entrar en oración y escuchar la voz de Dios. Necesitamos también “subir” y dejar abajo las cosas de la tierra, es decir, todo aquello que nos estorba para ir hacia Dios. Para encontrarnos, como los discípulos, en presencia del Señor, se requiere aprender a mirarnos desde lo más alto. Desafortunadamente, muchos nos conocemos solo superficialmente; nos vemos desde nuestro cascarón, desde el espejo, y vemos muy poco el resplandor de nuestro corazón.Desde la cima del monte Jesús se transfigura, como si se abriesen todas las ventanas y dejasen florecer todo lo que hay dentro de él. Y si “Las cosas, aunque pequeñas, llevan siempre escondida una revelación de Dios”, con mayor razón nosotros, que no somos cosas, sino su obra amada, llevamos, muy dentro, grabada su firma y su imagen gloriosa. Nuestra tarea será descubrir, con los ojos de la fe lo que somos; hacer florecer su gracia y brillar su luz en este mundo de tinieblas. La transfiguración del Señor nos recuerda que seremos verdaderamente felices cuando nos sintamos a gusto de lo que somos porque nos hemos visto y mirado por dentro, con los ojos de Dios. Como Pedro, deberíamos exclamar: Señor: ¡Qué bien se está aquí! ¡Qué bien y qué a gusto me siento junto a ti! - ¡Qué bien y qué feliz soy sintiendo tu presencia y tu compañía!” - ¡Qué bien me siento conmigo mismo contemplando la belleza de mi corazón en el tuyo! - ¡Qué a gusto y feliz me siento mirándome y paseándome por dentro de mí mismo! - ¡Soy tan feliz con tu gracia que llevo dentro, que no siento ganas de salir sino quedarme conmigo mismo, contemplando tu rostro radiante dentro de mí! Encontrémonos con el Señor en cada eucaristía. Ahí se da la mayor transfiguración obrada por la Santísima Trinidad.Cristo, el Hijo amado y la voz del Padre, se nos dejan encontrar para quien lo descubre con el resplandor de la fe. Que el Señor que nos ayude a ir tomando su figura gloriosa, a transfigurarnos con él, y con la luz de su gracia, podamos reconocerlo en tantas personas que están pasando dificultades, sea por esta pandemia, o por otras situaciones de cruz. Recordemos que la sombra de la cruz, guarda el rostro glorioso del Señor. A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org lo a través del Facebook de la capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja y acompañe en el camino hacia la Pascua. Amén.Padre Luis Guillermo Robayo M.
Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía |