Chía, 4 de Diciembre de 2022 Saludo
y bendición a todos ustedes, queridos discípulos - misioneros de Santa Ana. "Convertíos…Está Cerca el Reino
de Dios" En este Segundo Domingo de Adviento, el Señor nos llama a la conversión. El Evangelio describe cómo acude la gente al desierto para escuchar a Juan Bautista. Y nuestra conversión comienza yendo al desierto de nuestro corazón, y alejados de las distracciones del mundo para estar solos con Dios. Pero se requiere tener un corazón de adviento; es decir, un corazón de apertura y silencio porque ahí encontramos a Dios y descubrimos nuestro verdadero ser. Hoy, el ruido no solo nos rodea, sino que lo buscamos, mientras que en el silencio de fe y espera gozosa, entendemos el daño que nos hace el pecado, lo que nos separa de Dios y nos da infelicidad. Solo el Adviento nos adentrará por los senderos del Espíritu, el único que podrá llegar a erradicar el pecado. Juan el Bautista nos anuncia que algo nuevo está a punto de brotar. Una nueva primavera está a punto de romper. Y la gente que está cansada de vivir el invierno de la ley, siente necesitad de algo nuevo. Pero es urgente un cambio; urge la “conversión” personal, y que cada uno se transforme en instrumento que facilite el despertar primaveral de Dios. No basta que lo nuevo esté a las puertas, hay que abrirlas, hay que allanar los caminos y tender puentes, en aras del encuentro del Dios con nosotros y nosotros con él. ¿Por qué llama Juan Bautista “raza de víboras” a los judíos? Es fuerte la comparación, y es porque las víboras cambian de piel, pero en su interior siempre tiene veneno. De nada sirve la circuncisión de la carne ni sus tradiciones. Creernos buenos nos impide ser mejores, y nos cierra a la necesidad de conversión. Creernos buenos es la postura de los fariseos y saduceos a los que Juan Bautista recrimina como «raza de víboras». Lo que vale es la justicia, las obras de amor y de misericordia. Si la conversión que comienza en el interior, habrá que colocar a Dios en el centro del corazón; de lo contrario lo tendremos vacío, aunque tengamos el estómago lleno. Juan Bautista toca lo esencial, dice la verdad, anuncia la novedad, y la verdad tiene sus exigencias e impone un nuevo modo de vivir tanto interno como externo; lo que se llama coherencia de vida. Preparar el camino al Señor, no es otra cosa que remover todos los obstáculos que impiden su llegada a nuestro corazón. La conversión es algo así como un nuevo bautismo. El bautismo de Juan no podía transformar a alguien en hijo de Dios, pero podía prepararlo para recibir tal regalo. Y la condición es el arrepentimiento sincero de los pecados y el firme deseo de convertirse a una vida nueva. Sin esto, el bautismo no tendría ningún valor. La conversión es el mejor camino por donde transita el Señor con sus brazos abiertos y el pecador con su cabeza agachada. “Todo santo pudo tener un pasado pecador, como todo pecador puede tener un futuro de santidad”. De ahí que el Mesías viene a las personas que se reconocen pecadoras, y en la ruta de conversión. Aquellas que cuando escuchan las palabras del profeta, “convertíos”, su corazón se estremece y reconocen su necesidad de cambio. Aquellos que sienten desolado su corazón, y que, sin Dios, no hay más que aridez. Las palabras de Juan Bautista solo se pueden entender si se está en la soledad del desierto, no en el ruido, ni en el pozo de la abundancia. Dios le habla a los que viven vacíos, a los que se sienten pecadores y anhelan algo nuevo en su vida. Él siempre estará cerca del corazón, que así esté árido y seco, quiere florecer. En este adviento, seguramente nuestro corazón necesite una limpieza y algunos ajustes para acoger, -con la humildad del Bautista-, al Hijo de Dios. Lo importante es que estemos dispuestos a recibir al Dios que se abaja para rescatarnos. Precisamente, la paz que anhelamos en la navidad, comienza con el cambio que brota del interior del propio corazón, quitando todo lo malo que haya en él, y dando espacio a todo lo que Dios siembra en nosotros. Démonos cuenta que el árbol que se ve seco, o como muerto en el invierno, guarda en su interior, la sabia que lo hará reverdecer y dar fruto en la primavera. En nuestro interior está la sabia del mismo Dios que nos abre el espacio para la alegría, siempre que le demos a él el primer lugar en esta navidad. Sabemos que su palabra poderosa y su luz esplendorosa seguirán venciendo toda forma de tinieblas. Porque solo con corazones nuevos en su interior, es posible abrirnos a la novedad de Dios; es posible abrirnos a la novedad del Reino, “a la novedad que nos trae el Mesías”. “Conviértanse, porque está cerca el Reino de los cielos”. No se puede recibir “al que viene”:con “corazones viejos”, o con “corazones arrugados”. “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”. No es cuestión de parchar los huecos del camino, es preciso “abrir caminos nuevos”, “Allanar las montañas de obstáculos que llevamos dentro”, y “Rellenar los barrancos de vacíos que llevamos dentro”. Hagamos de nuestro corazón el mejor de los pesebres, al que Jesús venga en esta navidad para transformarlo con su divino amor. No perdamos de vista cuál es la meta que nos espera al final del camino; pongamos la mirada en el Señor que viene a salvarnos, a traernos vida nueva, a alentar nuestra esperanza en nuestro último y definitivo destino: La eterna comunión con Dios. A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja. Padre Luis Guillermo Robayo M. Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía |