Chía, 17 de Marzo de 2019 Saludo y Bendición en esta Cuaresma, a todos los fieles de esta comunidad de Santa Ana. “Con Cristo, Transfigurados…Con el Pecado, Desfigurados” En este segundo Domingo
de Cuaresma, de las arenas del desierto, pasamos a las alturas del Tabor. En la
cima del monte, en oración y en la conversación con los dos profetas y los
discípulos, presenciamos la transfiguración del Señor, dejando entrever su
verdadera identidad. Ahí, Dios revela el otro lado de Jesús, lo escondido detrás de su humanidad, y el anticipo de los resplandores de la Resurrección. En la Transfiguración mostró Jesús a sus discípulos, la gloria de su divinidad oculta en su humanidad. Su rostro brillaba como el sol y sus vestidos blancos como la nieve. Esta revelación fue confirmada por el Padre celestial: “Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo.” Al que verán sentenciado, coronado de espinas, llevando la cruz a cuestas hacia el calvario y muerto en la cruz, él será el Hijo de Dios. La Transfiguración, - más que un diamante precioso, brilla por donde se le mire. Al contemplarla, descubrimos un brillo sin igual, porque es el mismo resplandor de Dios. "Mientras oraba su rostro cambió y sus vestidos se volvieron de un blanco resplandeciente", “y enseguida se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Jesús”. Los representantes máximos de la Ley y los Profetas se presentan al lado de Cristo, en quien toda la revelación llega a su culmen y perfección. Moisés y Elías, los más grandes del pueblo elegido, vienen a rendir homenaje a Cristo y a dar testimonio de Él como Mesías e Hijo de Dios.
La Transfiguración expresa exactamente lo que más esperamos de Cristo, que se realice en nosotros: la bienaventurada eterna. En el encuentro definitivo con Cristo, todo será transfigurado, todo será nuevo y bello y él será nuestra gloria y nuestra luz. Se entiende, entonces, que los discípulos quisieran levantar tiendas y no descender de aquella cumbre de paz y sosiego. Jesús deja ver por un momento la Gloria que le espera, pero no puede quedarse siempre en el Tabor, como querían sus amigos. Jesús desciende al valle de la humanidad para recorrer el camino que le conducirá a la Pasión, Muerte y resurrección. La transfiguración es la eterna propuesta para aprender a ver -“más allá de lo físico y aparente”- todo lo que se va colando de maravilloso en lo cotidiano. Permite sorprendernos de lo que Dios ha colocado en el fondo de nuestro ser, y nos deja ver, amar, sentir y creer más allá de lo que ofrecen nuestras pobres apariencias. La transfiguración nos lleva a la transformación de todo nuestro ser y nos hace obedientes a la voz del Padre en su Hijo. Como a los discípulos, también nos exige estar despiertos, con el corazón preparado, con los ojos de la fe bien abiertos y en oración, como requisitos para ver el rostro transformado del Señor. El acontecimiento del Tabor nos invita a convertirnos en testigos vivos de la realidad divina que nos espera. La humanidad se transfigura y renace cada vez que escucha al Hijo amado del Padre, y práctica su palabra.
Esta Cuaresma es tiempo propicio para convertirnos en testigos y amigos íntimos de Jesús que ora con nosotros y se transfigura ante nosotros. En cada domingo, la eucaristía es un encuentro glorioso con Jesús vivo, resucitado y presente entre sus amados. Como a los apóstoles, cada domingo se nos ofrece - como en una chispa, - un anticipo de la hoguera ardiente de su gloria, y no para evadir nuestras responsabilidades, sino para obedecer la voz del Padre Celestial señalando a su Hijo como el amado. Reza el refrán: “No todo lo que brilla es oro”. Es cierto, pero podríamos añadir: si yo Oro, todo brilla y adquiere resplandor. En esta cuaresma, salgamos de nosotros mismos y subamos a la montaña de la oración. Escuchemos su voz, llenémonos de su resplandor y dejémonos transformar por la luz de las alturas. También somos hijos amados del Padre. Escuchemos su palabra que nos transforma en testigos de su luz, y como Pedro, Juan y Santiago, hagamos de nuestro corazón, una morada para estar con el Señor. Preguntémonos: ¿A quién escuchamos en nuestras vidas? ¿Nos escuchamos a nosotros, a nuestros intereses, al mundo con sus criterios, mentalidades y antivalores?, o más bien, ¿Escuchamos de verdad a Jesús, su evangelio y su palabra? ¿Disfrutamos -como los discípulos- de permanecer junto a él, y de sentirnos amados del Padre? ¿Emprendemos, -como los tres discípulos- totalmente cambiados y renovados nuestras labores, después de cada encuentro con el Señor? A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición. Recordemos que, de este viaje cuaresmal, nuestro destino es Dios, nuestra ruta es Jesús, y nuestro mapa y guía, el Espíritu Santo. Feliz semana para todos; que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. |