Saludo 2° Domingo de Pascua, Domingo de La Misericordia, 28 de Abril 2019, Ciclo C

publicado a la‎(s)‎ 27 abr 2019, 7:41 por Diseño Web Santa Ana Centro Chía   [ actualizado el 27 abr 2019, 7:42 ]
Chía, 28 de Abril de 2019
 

   Saludo de Pascua y bendición, a todos los fieles de esta amada comunidad de Santa Ana.

Tu Misericordia, Señor, es Eterna

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   Hoy celebramos el Domingo de la Divina Misericordia. Misericordia del Señor con los Discípulos que experimentan la presencia del Resucitado y se reconcilia con ellos. La Misericordia con Tomás a quien le da el privilegio de poder tocar sus llagas y creer en Él. 

   La misericordia es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Ella revela el misterio de la Santísima Trinidad. Es la fuerza divina que habita en el corazón de cada persona, y se evidencia cuando mira con ojos limpios a sus hermanos. 

   Es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados no obstante nuestro pecado. Dios no lleva cuenta de nuestros pecados, porque “su misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona”. 

   En la aparición, Jesús abre el diálogo con un saludo de amistad. Ahí comienza la verdadera Pascua y les presenta las bases de la primera comunidad pascual: Primero les hace recuperar la alegría perdida por su infidelidad en la Pasión. Luego, Jesús los recrea, haciéndolos hombres nuevos, y luego, les hereda la misión que él ha recibido del Padre: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”; por último, les otorga los dones del perdón, de la misericordia, de la comprensión y de la reconciliación. 

   A partir de ahí, somos la Iglesia de la “misericordia”, la Iglesia de la “comprensión”, la Iglesia de la “misión”, y la Iglesia de las “llagas, porque es la Iglesia que contempla y se alegra de esas llagas del crucificado, solo que ahora son llagas resucitadas. 

   De ahí que este domingo sea también el domingo de los regalos pascuales. El regalo de la paz, como reconciliación de Jesús con los suyos. El regalo del Espíritu Santo, que los hace hombres nuevos. El regalo de la misión, por la que los hace continuadores de su obra, y el regalo del poder de perdonar, como expresión del amor pascual que construye y cualifica toda comunidad. 

   Los primeros discípulos habían puesto cerrojos a sus puertas por miedo a los judíos y, sin embargo, Cristo las rompió con su presencia. Hoy somos nosotros los que, acosados por el pecado, terminamos cerrándole el corazón al Señor. 

   No obstante, así como el primer día de la semana, las puertas del sepulcro fueron abiertas, cada domingo el Señor viene a nuestro corazón y, así esté cerrado a su amor, con su suave presencia puede romper los cerrojos que colocamos. 

  Si Él pudo abrir las puertas del sepulcro, si venció a la muerte, también puede derribar los muros y las barreras que nos alejan de él, de nuestros hermanos y del amor de Dios. 

   Abriendo los cerrojos de las puertas, los discípulos quedan capacitados para anunciar la buena noticia de la nueva vida, de su presencia universal que inunda con su divino Espíritu a todos los que se acogen a Él. 

   En cada aparición a sus discípulos, Jesús, lo primero que hace es enseñarles sus manos, sus pies y su costado. Conserva las huellas de su pasión y va al cielo con las huellas del dolor causado por la humanidad. Conservando las huellas de su Pasión en sus manos, está conservando en su corazón a sus amados, los mismos que lo traicionaron. Son huellas poderosas que sólo pueden dar plena paz, luego de ser atravesadas por los clavos. 

   Esto nos asegura que las llagas de la humanidad sufriente están tatuadas y grabadas en las manos del Señor, y cada vez que ve sus manos, nos ve y nos mira con amor y compasión infinitas. Ahí es donde radica la razón de ser de su eterna e infinita misericordia. No hay, ni habrá nada que pueda borrarnos de la palma de las manos del Señor. Con tal certeza podemos podremos decir: “el Señor me lleva en la palma de sus manos, y estamos en la palma de las manos de Dios”. Viendo la señal de los clavos, ve nuestra propia debilidad y nos asegura su eterna misericordia. 

   Este Domingo de la Misericordia, es también el domingo de la paz, de la presencia del Señor, de la alegría, de la familia. Es la paz y la alegría de la resurrección, pero también es la paz y la alegría que portan las heridas del Señor. Paz y alegría que suavizan las heridas de nuestros pecados y calman nuestros temores. 

   Recordemos la sentencia de
Tomás: “hasta no ver, no creer”. Lo que necesitó Tomás, y necesitamos nosotros, era conectarse directamente con el corazón de Dios. Esto requiere pasar por las huellas que dejaron sus clavos, sintonizar nuestro corazón con el suyo y permitir que él abra los cerrojos de nuestro corazón y lo moldee como el suyo. 

   Pidamos al Señor resucitado que nos conceda la gracia de poder meter nuestros dedos en las llagas del resucitado, pero especialmente en las llagas de tantos crucificados, y así poder atestiguar que él sigue vivo en quienes le abran su corazón.

   Feliz semana de la misericordia para todos. Que el Señor resucitado y misericordioso los acompañe siempre, y que su santísima madre la Virgen María los proteja e todo momento. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.   
Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

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