Chía, 19 de Abril de 2020 Saludo
y bendición a todos ustedes, discípulos misioneros de esta comunidad de Santa
Ana, en este Domingo de la Divina Misericordia. "Señor
mío y Dios mío, ten Misericordia de Nosotros" Saludo Padre Rector Luis Guillermo Robayo M. Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M. “Al atardecer del
primer día de la semana, estaban en una casa, con las puertas cerradas por el
miedo a los judíos, cuando Jesús entró y se puso en medio” El día de la
resurrección, los discípulos pasaron todo el día escondidos por el miedo. Jesús
se aparece al atardecer, y es cuando la pascua comienza para ellos: Esa noche
fue cuando “amaneció y resplandeció” para ellos la luz pascual, porque
de día solo corrían los rumores. En eso consiste la novedad de la Pascua: abrir
las puertas cerradas, como Jesús dejó abiertas las puertas del sepulcro, para
que brotara la vida.
Jesús resucitado
inicia el diálogo con un saludo de amistad y ahí comienza la verdadera Pascua y
les presenta los pilares de su primera comunidad pascual, de su Iglesia.
Primero les hace recuperar la alegría perdida por su infidelidad en la Pasión.
Luego, los re-crea, los hace hombres nuevos, y al final, les deja en herencia
la misión que él ha recibido del Padre: “Como el Padre me ha enviado, así os
envío yo”. Por último, les otorga el don del perdón, el don de la
misericordia, el don de la comprensión y el don de la reconciliación.
Al presentarse en medio de sus discípulos, Jesús resucitado no les reprende por haberlo abandonado y negado. Al contrario, les ofrece el don de su paz, de su divina misericordia y les encarga la misión de transmitir en su nombre el perdón de los pecados. En el resucitado experimentamos que su misericordia, es tan infinita, que el mismo Dios nos lleva grabados en las manos, en los pies y en el costado de su divino Hijo. «Lo único que hay en el cielo hecho por manos humanas, son las heridas que llevó Nuestro Señor Jesucristo», y a través de ellas, Dios puede leer nuestros nombres escritos en las manos de su hijo. A Dios Padre, para vernos, le basta mirar las llagas de su divino Hijo, en donde quedó grabada para siempre la humanidad, por la cual murió y resucitó. En la muerte, o en la vida, quedamos prendidos del Señor, y de sus heridas glorificadas, también participamos todos. El profeta Isaías lo canta:“Míralo, en las palmas de mis manos te tengo tatuado” (Is 49,16). Entonces, a partir de la resurrección, somos la Iglesia de las llagas misericordiosas, somos la Iglesia que contempla y se alegra porque el crucificado, es el resucitado. Cristo resucitado atraviesa las puertas cerradas de nuestras casas, de nuestros corazones y se pone en medio. Cuando él se convierte en el centro de nuestra vida y de la comunidad ya no hay miedo, no importa que estemos encerrados. La fuerza nos viene del poder amoroso de Dios. Es él quien nos libra de las obsesiones de nuestras inseguridades, y nos da la paz que anhelamos desde lo más hondo. El encuentro con Jesús resucitado y misericordioso, nos hará vencer todas las reticencias y nos convertirá en apóstoles fervientes. ¡Señor mío y Dios mío! Gracias a él, Jesús pronuncia la última bienaventuranza, la que nos abarca a todos: “Felices aquellos que creen sin haber visto”. Esos dichosos somos nosotros que creemos en Jesús resucitado, porque aunque no lo hemos visto, sabemos que está vivo. Según aquel refrán:“hasta no ver, no creer”,
lo que necesitó
Tomás, y necesitamos nosotros, es conectarnos directamente con el corazón de
Dios. Esto requiere pasar por las huellas que dejaron sus clavos, sintonizar
nuestro corazón con el suyo y permitir que él moldee y abra nuestro hermético
corazón. Pidamos al Señor resucitado que nos conceda la gracia de poder meter nuestros dedos en las llagas del resucitado, pero especialmente en las llagas de los crucificados de hoy para ser testigos que él sigue vivo en ellos. Aunque nosotros no hemos sido favorecidos con signos sensibles y palpables como los recibió el apóstol Tomás ocho días después, sí creemos en su testimonio pascual, y unidos a la fe del Apóstol podemos orar diciendo: “Señor mío y Dios mío”... Tú que dijiste: “Dichosos los que crean sin haber visto”, ayúdanos a verte en cuantos nos rodeen, y así creer más en ti. Este Domingo de la Misericordia, es también el Domingo de la Paz, de la Presencia del Señor, de la Alegría, de la familia.Es la paz y la alegría de la resurrección, pero también es la paz y la alegría que portan las heridas del Señor. Paz y alegría que suavizan las heridas de nuestros pecados y calman nuestros temores. Feliz semana de la misericordia para todos. Que el Señor resucitado y misericordioso los acompañe siempre, y que su santísima madre la Virgen María los proteja e todo momento. Amén. |