Chía, 6 de Noviembre de 2022 Saludo y bendición a todos ustedes, queridos fieles. "¡Nacimos
Para la Eternidad!" La Liturgia de hoy nos invita a reflexionar sobre
la resurrección. Es un mensaje que nos alegra el corazón:
somos hijos de Dios, y nacimos para la eternidad, y después de la muerte, por
la puerta de la esperanza, entraremos en ella. Ya en la primera lectura, el cuarto de los
hermanos macabeos, después de haber sido torturado y a punto de morir,
confiesa: "Vale la pena morir a
manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará",
y el salmista proclama con fe: "Al
despertar me saciaré de tu semblante”.
En la pregunta tendenciosa que le hacen al Señor: “Si después de la muerte hay vida, entonces ¿De quién será la mujer de los siete maridos? Jesús responde estableciendo una diferencia entre "este mundo" y el "mundo venidero". El cielo no es prolongación de este mundo, pero para entrar en él tendremos que responder cómo vivimos en este mundo y cómo hemos ido ganando la eternidad que, con el triunfo de Cristo ya actúa en esta vida. La fe nos dice que el Dios creador quien dio vida en los comienzos, también dará la vida eterna al final. El único que puede crear, es el único que puede resucitar. No somos resultado de un capricho, sino de un amor eterno. ¿De qué nos serviría haber sido rescatados si no fuéramos resucitados? La primera creación se ordena a los cielos nuevos, a la tierra nueva y a la comunión con Dios. El Dios de Jesús no es un Dios de muertos, sino de vivos; de Él procede todo, de Él venimos, a Él volveremos, y Él nos devolverá el aliento y la vida eterna. El deseo más hondo del hombre ha sido el de no morir y vivir para siempre; incluso, -como lo dice el evangelio-, muchos se imaginan el cielo como una prolongación de esta vida que conocemos: ¿De quién será la mujer de los siete maridos? Otros creen en la reencarnación; y otros, considerándose ateos, dicen: “Todavía no ha venido nadie del otro mundo, luego no hay nada”. Pero nuestra vida es más eterna que terrena. No podemos apagar esa pregunta desde nuestro interior: ¿hay algo después? Hay una sed de eternidad natural que clama por la perfecta unidad, por la bienaventuranza eterna y la felicidad sin límites, en el sueño por un hogar nuevo en el que veremos cara a cara a nuestro creador.Todos buscamos una respuesta de apoyo que nos dé sentido, esperanza y razón para vivir. ¿Cuál es ese punto de apoyo en el que reposa nuestra vida? Unos lo pondrán en sus deseos de triunfar, otros en tener, otros en disfrutar sin plantearse estas cuestiones. Pero la respuesta es una sola: «Lo que ha cambiado nuestras vidas es la certeza y seguridad que son eternas. Que nos movemos en un horizonte de eternidad». El punto de apoyo más original es la resurrección de Jesús. Si él venció la muerte, también nos ayudará a vencerla. De Dios, que es la Vida, venimos, y a él, que es de vivos y no de muertos, volveremos. Desde ahí se entiende cómo la actitud central que da forma a nuestra realidad divina, surge del Dios-amor que nos ha amado hasta las últimas consecuencias. Como el artista no destruye su obra, sino que la corrige para perfeccionarla, así nuestro creador no va a querer destruir su obra maestra, sino perfeccionarnos. Él nos hizo para la vida; la muerte es tan solo la llave que cierra la puerta de esta vida y, al mismo tiempo, abre la de la eternidad. Luego de la noche viene la luz del nuevo amanecer. Terminado el invierno viene la primavera con sus flores y sus hojas verdes, y después de la muerte viene la resurrección gloriosa que rompe nuestra última frontera de la muerte. Más que invitarnos a pensar en lo que hay más allá de la muerte, el Señor nos invita a revisar nuestras acciones, y lo que tenemos acá, aquí y ahora en la vida presente, como preludio del cara a cara definitivo con el Señor. Y no basta morir para estar muerto. Muerto es aquel que no vive la vida en plenitud, quien sólo la vive para sí mismo, quien la esconde y la malgasta, quien ha perdido el horizonte de eternidad. La vida que tenemos es para seguir llenándola del Dios de la vida con resplandores de eternidad. La fe en la vida eterna le da valor, hondura y luz a la vida presente, y nos permite prepararnos para la eternidad. Supongamos que alguien nos anestesiara y luego despertáramos en un tren en marcha, nos preguntaríamos: ¿de dónde venimos y adónde vamos? En nuestro peregrinar por este viaje terrenal, sabemos, por la fe, que venimos del Señor y vamos hacia él; que, viajando con él, podremos saborear y valorar la eternidad a la que somos convocados por nuestro creador.¿Qué hacemos para ganarnos la vida eterna? Mientras vivamos en este mendo, nuestros ojos se van cerrando poco a poco, hasta cerrarse definitivamente en la muerte. Pero en la resurrección, todos tendremos los ojos abiertos contemplando al Dios de la vida, por los siglos de los siglos. Amén. “Tú nos dijiste que la muerte no es el final del camino; que, aunque morimos no somos carne de un ciego destino. Tú nos hiciste, tuyos somos. Nuestro destino es vivir, siendo felices contigo, sin padecer ni morir”. A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org o a través del Facebook de la Capilla, les envío mi bendición, y los invito a caminar juntos, extendiendo como discípulos misioneros, el reino de Dios donde quiera que nos encontremos. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen María los proteja. Amén. |