Chía, 14 de Noviembre de 2021 Saludo y bendición, a todos ustedes, queridos fieles. “Cielo y Tierra Pasarán…Mis Palabras No Pasarán" El Evangelio de este Domingo nos anuncia el Juicio al final de los tiempos. El triunfo de la cruz, como único poder victorioso. Nos anuncia que este mundo, tal como lo conocemos, no es lo definitivo. Hay un mundo nuevo y un cielo nuevo que esperamos. Ese momento final nos abre a la primavera de la esperanza, en la bella imagen de la higuera que empieza a echar brotes en las ramas casi desnudas del invierno. Finalmente nos asegura que Él tiene la palabra:“Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. ¿Cómo será ese final? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que Dios no destruye nada de lo que hizo. Lo cambiará y transformará. Y Jesús, a quien ahora no vemos sino por la fe entre nosotros, volverá y será la gran manifestación de su triunfo. Y “volverá por nosotros, para llevarnos”, porque antes, “fue a prepararnos sitio”. Mientras tanto, así como espera frutos de la higuera, cada día viene a buscar frutos en la higuera de nuestras vidas, porque todos estamos llamados a florecer y a dar frutos de Evangelio, y a ser testigos de esta presencia de Dios en medio de nosotros. El Señor nos pone sobre aviso para que aprendamos a ver y a mirar el paso de Dios, como aprendemos a reconocer la proximidad del verano cuando vemos brotar nuestras higueras. Habrá que empeñarnos, no solo en reconocer la cercanía de Dios que siempre está presente, viniendo y brotando en nuestras vidas, sino también en saber leer los signos de los tiempos como estímulo constante para la conversión y el testimonio. Es preciso estar atentos y mirar al mundo con los ojos que lo ve Cristo. Nos recuerda que el fin llegará algún día, y para evitar cualquier especulación, nos dice que “ese día y esa hora nadie la sabe, -ni siquiera él mismo-, sólo el Padre”. Frente a tantos agoreros del fin del mundo, los creyentes sabemos que sólo aquel que lo comenzó todo, sabrá cuándo terminará todo. Lo importante es centrar nuestra mirada en el triunfo victorioso del Señor. Él está a la puerta, “llegando” en el latido frágil de cada corazón, como el frágil brote en la higuera. San Marcos nos invita a “aprender a ver”. No basta tener ojos para ver; hay que saber leer lo que vemos. Es fácil darnos cuenta de cosas muy pequeñas como las yemas que brotan en los árboles. En medio de tantas oscuridades y momentos difíciles, como cristianos tenemos que aprender a reconocer la presencia cotidiana de Dios en tantos signos que van cargados de esperanza, y portadores de algo nuevo que nos espera. Dios nos sigue hablando a través de tantos signos en la vida. ¿A caso con la pandemia, por ejemplo, no hemos descubierto muchas cosas que todos tratábamos de esconder? El Evangelio nos llama a la confianza en Dios. Comprendemos que “el verdor de la higuera anuncia la
primavera próxima; que el color del cielo predice el verano y las lluvias”.
Cuanto más oscura sea la noche, más se aproxima la luz del nuevo día. Mientras
más nos abrume la vida, más cerca estará el Señor. Solo Jesús, que sabe mirar más allá de las nubes y de las
profundidades y escuchar los secretos del Padre, puede pronunciar, por su
Palabra, la sentencia definitiva: “el
cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Para quienes tienen la mirada puesta en lo inmediato, será desconsolador e incómodo pensar en perspectivas de eternidad. La mirada hacia el mañana, - aunque esté empañada por incertidumbre e inseguridad-, siempre pasará por la noche oscura y necesaria de la muerte, pero solo como alborada del nuevo y pleno amanecer de eternidad. El futuro está en las manos de Dios, y su salvación ha comenzado aquí y ahora. Es la fe la que nos da la certeza que "desde que nacemos caminamos hacia la muerte", pero el fin del mundo y de la humanidad nos está vedado. Sólo lo sabe Dios. En todo caso, la muerte no es el final. Es el tránsito de un modo de ser a otro modo de ser; de esta vida pasajera a la vida definitiva. Es como un día de nacimiento, pues nacemos para morir y morimos para vivir.La vida después de la muerte no comienza el día que morimos; ya la llevamos dentro de nosotros, aunque como la yema de la higuera porque sólo florecerá en el más allá. Ese tiempo entre el nacimiento y la muerte es como un tiempo de maquillaje antes de salir en escena a la verdadera vida, - como lo dijo Jesús-, a una vida más clara y mejor. Más allá de la oscura nube, siempre brilla el sol y, aunque puedan ocultar el sol por un momento, no apagan su luz ni su brillo. Vistas desde la tierra, las nubes son oscuridad, pero vistas desde lo alto, son un paisaje de espuma y de blanca lana. Por más nubes que tenga nuestra vida, alumbra el día del señor, y ese puede ser nuestro último y definitivo día.No esperemos el fin del mundo ni nuestro propio morir para encontrarnos con el Señor. Él está viniendo todo el tiempo. La muerte nos espera agazapada en cualquier esquina y, como el tic tac del reloj, nos dirá que una de esas horas será nuestra última hora. ¿Sabemos ver y leer los signos de Dios? ¿Qué nos está diciendo él a través de tantas cosas que cada día vemos? Que cuando estemos frente a Dios en nuestro juicio personal no tengamos que lamentar lo ciegos que fuimos para no reconocerle. A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org o, a través del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén.Padre Luis Guillermo Robayo M. |