Chía, 18 de Noviembre de 2018 Saludo y bendición a todos ustedes, discípulos misioneros de esta comunidad de Santa Ana. “Cielo y Tierra Pasarán…Mis Palabras No Pasarán” “El cielo y la tierra pasarán, mis Palabras no pasarán”. Nos habla del momento final en donde todo parece terminar en cataclismo. Luego nos abre a la primavera de la higuera que empieza a echar yemas en las ramas todavía casi desnudas del invierno. Finalmente asegura nuestra esperanza en su Palabra que nunca pasará. Las cosas pueden ponerse mal, el cielo puede oscurecerse y sentir que el sol se apaga y, sin embargo, será la Palabra del Señor la que nos abra a la Esperanza. Jesús nos invita a leer los signos de los tiempos como estímulo constante para la conversión y la misión, para dar testimonio de su nombre. Es preciso estar atentos y mirar al mundo con los ojos que lo ve Cristo.La historia llegará a su fin algún día, y +para evitar cualquier especulación, o dar rienda suelta a la imaginación, nos dice el Señor que “ese día y esa hora nadie la sabe, -ni siquiera Él mismo-, sólo el Padre”. Es algo que el Padre lo guarda en lo más hondo de su corazón. Evitemos hacer cálculos para saber hasta cuando podemos demorar nuestra conversión; o hasta cuándo podemos vivir de manera mediocre; más bien estemos preparados, vigilantes, bien dispuestos para el encuentro con Él. Ante tantos agoreros del fin del mundo, los creyentes sabemos que sólo aquel que lo comenzó todo, sabrá cuándo terminará todo; no nos preocupamos por el “cómo”, ni el “cuando”; más bien hay que centrar nuestra mirada en el amor victorioso del Señor, sabiendo que Él está a la puerta, “llegando” en el latido frágil y en lo secreto de cada corazón.San Marcos nos invita a “aprender a ver”. No basta tener ojos para ver; hay que saber leer lo que vemos. Es fácil darnos cuenta de cosas muy pequeñas como las yemas que brotan en los árboles, y sin embargo, cuánto nos cuesta ver la presencia y las huellas de Dios. Olvidamos que el futuro está en sus manos y su salvación ha comenzado aquí y ahora. Es la fe la que nos da la certeza que "desde que nacemos caminamos hacia la muerte", pero el final del mundo y de la humanidad nos está vedado; sólo lo sabe Dios. Más que saber cuándo vamos a morir, importa es vivir en la certeza y la esperanza que nuestro destino es la eternidad. El fin del mundo o de nuestra vida es solo el más hermoso y natural paso que podemos dar en la vida, - como lo dio Jesús-, a una vida más clara y mejor. El Señor nos hace un llamado a la confianza en Él. Comprendemos que “el verdor de la higuera anuncia la primavera próxima, el color del cielo predice el verano y las lluvias”. Cuanto más oscura sea la noche, estará más próxima la luz del nuevo día; mientras más nos abrume la vida, más cerca estará el Señor.Solo Jesús, que sabe mirar más allá de las nubes y de las profundidades, y escuchar los secretos de Dios, puede pronunciar, por su Palabra, la sentencia definitiva: “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Para quienes tienen la mirada puesta en lo inmediato, les resulta desconsolador e incómodo, plantearse perspectivas de eternidad. La mirada hacia el mañana, - que para muchos ofrece incertidumbre e inseguridad-, siempre pasará por la noche oscura y necesaria de la muerte, solamente como alborada del nuevo y pleno amanecer de eternidad. En los momentos difíciles, la esperanza se esconde en las raíces. Hay días en los que la esperanza se parece a los granos sembrados en tierra que ya nadie los ve, hasta que un día somos testigos que sus yemas han comenzado a brotar y el tallo espera la espiga.No tomemos decisiones en los hielos del invierno; esperemos, más bien, los brotes de la primavera que nos traerán un futuro de esperanza. Más allá de la oscura nube, siempre brilla el sol; aunque puedan ocultar el sol, no apagan su luz y su brillo. Vistas desde la tierra, las nubes son oscuridad, pero vistas desde el avión que vuela muy alto, son un paisaje de espuma y de blanca lana. En cada instante de nuestra vida cristiana, por nubes que tenga, alumbra el día del Señor, y ese puede ser nuestro último y definitivo día. No esperemos el fin del mundo ni nuestro propio morir para que venga el Señor.Él está viniendo todo el tiempo; de ahí la urgencia de la conversión. La muerte va llegando inexorablemente en cualquier momento, y como el tic tac del reloj, nos dirá que una de esas horas será nuestra última hora. A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén. |