Chía, 14 de Marzo de 2021 Saludo
cordial a todos ustedes, discípulos y misioneros de esta comunidad de Santa Ana. "Oh
Cruz te Adoramos…de Ti Viene la Vida y la Salvación" Saludo Padre Rector Luis Guillermo Robayo M. Este Cuarto Domingo de Cuaresma, o Domingo de Gaudete, nos trae la buena noticia del amor de Dios.
Nos presenta a Dios hablándonos de su infinito amor, en medio de un mundo cargado
de sufrimientos. En medio de tantas dificultades, quiere alumbrarnos con una
esperanza en el camino. Nos habla de amor y de “cuánto nos ama”. En la primera lectura, quienes eran mordidos por la serpiente, al mirar el estandarte, quedaban curados. Dios no elimina las serpientes, pero a los que son mordidos por ellas, les da un antídoto. Ahora, en Jesús, tenemos todo el amor de Dios y el antídoto contra los ataques del demonio. "Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo el que crea en él, tenga vida eterna". Dios “no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que se salve por Él”. Desde entonces el misterio del crucificado se nos presenta como el criterio de salvación o condenación: Creer o no creer en Él. La cruz y el crucificado son la nueva luz del mundo. Quien cree, se abre a la luz. Quien no cree, se cierra a la luz y se sumerge en las tinieblas. Podemos aceptar o no su propuesta de amor. En concreto, se trata de hacer opción por la luz y no por las tinieblas, como nos advierte el Señor en el Evangelio: “Todo el que obra mal detesta la luz…En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”. De nosotros depende: o vivimos como hijos de la Luz, siguiendo sus mandamientos, o apagamos esa Luz divina sumergiéndonos en las tinieblas. Levantado en la cruz, somos urgidos a mirar al quien dio la vida por nosotros. El que mira y cree en el Hijo, ve y cree en el Padre y tiene ya la vida eterna. Él se entregó a la muerte porque nos ama; se entregó al sufrimiento por cada uno de nosotros; su corazón latía fuertemente de amor por todos. Ese es el misterio de la cruz, el misterio del amor. Levantado en la cruz, es curación, perdón, amor que nada pide y todo lo da. Levantado en lo alto es el nuevo templo y el antídoto contra el pecado. Levantado en la cruz, es la puerta de la vida; es el que nos mira y nos presta sus ojos para mirarnos y sabernos redimidos y amados. Solamente levantado en la cruz, será también glorificado y se sentará victorioso a la derecha del Padre. Desde niños hemos visto la cruz por todas partes, pero no hemos aprendido a mirar, con ojos de fe y de amor, el rostro del crucificado. No descubrimos en el rostro del crucificado como única luz que puede iluminarnos en los momentos más difíciles. “Si Dios amó tanto al mundo que entregó a su único Hijo”, ¿qué he hecho? ¿qué hago y qué haré por él? Si «la Luz ya ha venido al mundo», ¿Por qué tantas veces rechazamos esa luz que viene del Crucificado? Él podría poner luz en la vida de tinieblas. «El que obra mal... no se acerca a la luz para no verse acusado por sus obras», y al contrario, «el que realiza la verdad, se acerca a la luz», no huye a la oscuridad, porque no tiene nada que ocultar, y al mirar al Crucificado, él le permite vivir en la luz que brota de su cruz. Se requiere levantar nuestra mirada a Cristo, en cruz clavado. Nadie puede quedar indiferente ni actuar igual después de contemplar a Cristo crucificado. Él quiere que veamos “su dolor en la Cruz”, no para decirnos que “sigamos aguantando”, sino para decirnos “que así nos ama él”. Un Jesús sin cruz no es el Jesús del Evangelio. Para entender la magnitud de su amor por nosotros, será preciso colocarnos de rodillas ante la Cruz de Jesús y dejarnos inundar, lavar, purificar y amar por Dios. Solo así nuestra cita será la mañana de pascua, pero pasando primero por la cruz. Desafortunadamente, cada día se pretende desvirtuar más el significado de la cruz, privándola de su impulso vital, y ligándola a una religiosidad facilista y ambigua. Para algunos la cruz es un estorbo que incomoda su libertad, y que habrá que evitar o al menos disimular a toda costa. Para otros, es algo amargo que hay que suavizar y convertirla en un elemento de utilería liviana. En esta cuaresma tenemos la humilde, pero imprescindible tarea de abrirle, al Señor, la puerta de nuestra vida, acoger su amor gratuito, y acercarnos a su luz en aras de la vida eterna.A quienes nos siguen a través de internet, en la página: o a través del Facebook de la capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja y acompañe en el camino hacia la Pascua. Amén.Padre Luis Guillermo Robayo M. Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía |