Chía, 21 de Marzo de 2021 Saludo
cordial a todos ustedes, discípulos y misioneros de esta comunidad de Santa Ana. "En la Muerte del Grano de Trigo, ya Despunta la Gloria de su Espiga" Saludo Padre Rector Luis Guillermo Robayo M. Hemos llegado al
último Domingo de Cuaresma. Y el Evangelio nos presenta el anuncio que Jesús hace de su
muerte como centro de su vida, de su revelación y de llamada a todos. Jesús interpreta su propia muerte como el grano que muere para dar mucho fruto:
“Si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda infecundo, pero si muere dará mucho fruto”.
Va tocando a su fin su vida pública; siente que el paso por la muerte es un trago difícil y le crea angustia. Será como el grano sembrado que termina dando fruto. No ve su muerte como un fracaso sino como una glorificación. “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre”. Finalmente, Jesús ve su muerte como el lugar de cita y de encuentro de aquellos que quieran verle, conocerle y amarle de verdad. A la luz del grano que muere para dar fruto, nos habla de su muerte inminente y, que gracias ella, atraerá a todos hacia Él. Jesús anuncia su destino. El mismo para quienes lo sigamos. "Ha llegado la hora". La hora de hacer la voluntad del Padre: caer en tierra, morir, dar fruto y resucitar. Caer en tierra es algo transitorio pero los frutos son para todos y para siempre. La hora de Jesús, hora de miedo y angustia, es la hora de glorificar al Padre. No pide al Padre que le evite ese trago amargo de
la cruz. Esa hora es su destino y para eso ha venido: ser grano que muere y que
el Espíritu luego podrá recolectar su cosecha. Su muerte no es simplemente un
morir, sino un morir para vivir, para resucitar. Un morir doloroso, pero
fecundo que se manifestará plenamente cuando “cuelgue de la Cruz”.
En la muerte del grano en la tierra, está ya despuntando la gloría de la espiga. Toda cruz, unida a la de Cristo, y asumida desde la luz de la pascua, adquiere sentido de luz y victoria. La única manera de no perder la vida es dándola, porque la grandeza sólo se obtiene por el servicio y la entrega. Para Jesús, la Cruz es el mejor lugar para reconocerle e identificarle en su plena verdad. Es el lugar de la glorificación de Jesús y donde reconocemos la verdad de Dios. Y anunciar al crucificado no es para invitar al sufrimiento, sino para reconocer que así es como ama Dios: hasta entregar a su Hijo a la muerte. “Nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos”. Con el sufrimiento de Cristo en la Cruz, hace de ella, instrumento de glorificación y causa de salvación. Ella es la hora del amor «hasta el extremo», es decir, hasta la entrega suprema que corona toda la vida del Señor. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Desde entonces, la cruz se convierte en el trono de Cristo y el lugar de la revelación del amor de Dios. Ahora, la muerte, como consecuencia de la cruz, es asumida por Jesús, según los valores que ella encierra: sólo muriendo se triunfa sobre la misma muerte y se adquiere la vida que no muere. Muriendo el que es la Vida, triunfante se levanta y nos da la vida eterna.
Jesús deja claro que, sólo por medio de la muerte viene la vida, como pasa con el grano de trigo. Las velas, mientras van iluminando, se van gastando y consumiendo. Así, dar la vida, gastándola y consumiéndola en el servicio a los demás, es ganar otra vida mejor. Toda vida es anuncio a la muerte, y toda muerte es preludio de la vida más clara y mejor. Todos nos resistimos a la muerte y quizá a la cruz. Recordemos que Dios no quiere para nosotros la muerte, sino la vida, y Jesús pasó por la Cruz, hizo escala en ella, pero no se quedó en la muerte, sino que abrió el portal a la resurrección. Es dirigir,
todos, la mirada en la misma dirección: en la dirección de la Cruz, donde está
el máximo y perfecto amor por nosotros; y ese es el misterio de la Cruz.
Aquello mismo que pareciera ocultar, lo pone de manifiesto. Aquello mismo que
opaca y apaga la muerte, termina siendo luz que brilla, ilumina y manifiesta la
verdad de Jesús y la verdad de Dios. Lo precioso de la inmortalidad, es que,
aunque duela enfrentar la muerte, hay que morir para alcanzarla.
Nos recuerda el Papa Francisco: “La Cruz es el misterio, es el misterio del amor de Dios que se humilla a sí mismo, se hace «nada», se hace pecado. ¿Dónde está tu pecado? "No lo sé, tengo tantos aquí". No, tu pecado está allí, en la Cruz. Ve a buscarlo ahí, en las llagas del Señor; tu pecado será curado, tus llagas serán curadas, tu pecado será perdonado”. En este tramo final de la Cuaresma, Dios nos manifiesta el mayor argumento de nuestra fe: el amor divino llevado al extremo por el hombre. La Cuaresma, por tanto, ha de
llevarnos a cada uno, a cada familia, a nuestro país y a la sociedad, al deseo
de querer ver a Jesús, de querer ver a Dios. Ya comienzan a amanecer las luces de la Pascua. ¡Ahí nos veremos todos!
A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org o a través del Facebook de la capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja y acompañe en el camino hacia la Pascua. Amén. Padre Luis Guillermo Robayo M. Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía |