Saludo 5° Domingo de Cuaresma, 3 de Abril 2022, Ciclo C

publicado a la‎(s)‎ 4 abr 2022, 6:34 por Diseño Web Santa Ana Centro Chía   [ actualizado el 4 abr 2022, 9:01 ]
Chía, 3 de Abril de 2022

Saludo y bendición para todos en esta cuaresma, tiempo de gracia y conversión.

Padre Misericordioso, Acógenos con tu Amor y tu Perdón"

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   El pasado Domingo era el hijo que se fue de casa, hasta que la vida misma lo hundió como persona y le hizo soñar de nuevo en el calor del hogar. 

   Hoy es una mujer sorprendida en adulterio, hundida en la vergüenza, temblando de miedo ante la dureza y la incomprensión humana. 

   Unos hombres escandalizados de los pecados de los demás, dispuestos a juzgar y condenar a los otros. 

   Y frente a ellos, Jesús, siempre dispuesto a amar, a perdonar, a salvar y a tender sus manos para levantar a la que ha caído, y en ella, a todos los que caemos. 

   Jesús no justifica el adulterio, ni lo aprueba, ni le da razón a la adúltera. Sencillamente comprende su debilidad y, luego de perdonarla, le pide que “vaya en paz, pero que no peque más”. Más bien habría que decir que lo que hace Jesús es condenar a quienes condenan. Quiere que comprendamos que los problemas no se solucionan “a pedradas” sino con la comprensión y el amor. En Jesús, triunfa el perdón sobre la condena, el amor sobre la ley; triunfan las palabras sobre las piedras, porque las piedras no salvan ni solucionan los problemas, más bien se le devuelven a quien las lanza. En Jesús se supera la ley antigua y comienza la nueva ley del amor en el marco del perdón. 

   El juicio de Jesús está marcado por la piedad y la compasión hacia la condición de la pecadora. A quienes querían juzgarla y condenarla a muerte, Jesús les responde con un silencio prolongado, que ayuda a que la voz de Dios resuene en las conciencias, tanto de la mujer como de sus acusadores. Al final, y como si ellos hubieran entendido que “la piedra que le tiras a alguien, puede ser la misma con la que tropieces mañana-, dejan caer las piedras de sus manos y se van uno a uno. Luego de ese silencio, Jesús da su veredicto: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». 

   El que ama de verdad, para corregir, busca otros recursos, nunca las piedras. El pecado no se soluciona con la fuerza de las piedras, sino con la fuerza del amor, del perdón y de la misericordia. Y a los “que se tienen por buenos”, los invita a mirarse primero a sí mismos; a mirar su propio corazón y a tomar conciencia de que tampoco ellos son inocentes. Es decir, si le tiran piedra a aquella mujer, será porque están dispuestos a ser apedreados cuando caigan en pecado. Por cada piedra que le tiren, tendrán que recibir un dolor semejante al que le causan a la víctima. Para tirar la primera piedra es preciso saber cuántas debieran caer primero sobre uno mismo. Son piedras que llevamos más en el corazón que en las manos y cuando las tiramos a los demás, matan. 

   El veredicto del Señor va mucho más allá. O dejan libre a la mujer o tienen que someterse con ella al peso de la ley. “Quien de vosotros esté sin pecado, que le arroje la primera piedra”. Los acusadores, heridos por ella como por un grueso dardo, se miran a sí mismos y, “confesándose reos en su fuga”, dejan sola a aquella mujer con su pecado, de frente a quien no tiene pecado. La adúltera, a través de su pecado se encontró con Jesús y así empezó su vida nueva. Y, ¿acaso, esta mujer cometió adulterio sola? No. El adúltero, quizá, era uno de los acusadores y, tal vez, por cobardía, huyó, o siguió engañando a otras mujeres. En todo caso, por condenar a la pobre mujer, nunca recibió el perdón del Señor, que sí recibió ella. 

   Que no se nos ocurra condenar a los demás, porque tendremos que comenzar por examinarnos en nuestro propio espejo. Reconozcamos que nuestro corazón arrastra los mismos pecados de los demás. Y si llevamos piedras, ojalá se nos caigan de las manos y pensemos que los que condenamos no siempre somos mejores que los condenados. No siempre el corazón de los buenos es mejor que el de los malos. Cuando alguien acusa, es posible que sufra de la misma enfermedad del acusado. 

   Jesús no apedreó ni al hijo pródigo, ni a la mujer adúltera, y tampoco nos apedreará por más pecadores que seamos. Su única arma es el amor; su sentencia es contra toda forma de pecado, no contra el pobre pecador. 

   San Agustín comentó: “al final de la escena quedaron solamente dos: la "miseria" (la miserable) y la "misericordia”. La mujer, representa la miseria humana, mientras Jesús encarna la misericordia divina: "Tampoco yo te condeno. “Vete en paz y no vuelvas a pecar”. Una vez que hemos sido revestidos de misericordia, aunque permanezca la condición de debilidad por el pecado, esta debilidad es superada por el amor que permite mirar más allá y vivir de otra manera. 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org y el Facebook de la capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos misioneros, el reino de Dios donde quiera que se encuentren. 

Feliz semana para todos; que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.   
Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía