Chía, 19 de Mayo de 2019 Saludo y bendición, a todos los fieles de esta amada comunidad de Santa Ana. “Les Doy un Mandamiento Nuevo: Ámense Unos a Otros” En este Quinto Domingo de Pascua, el Señor vuelve a dejarse encontrar y hacerse presente en la Palabra que proclamamos, en la Eucaristía que celebramos y en la iglesia que todos formamos como comunidad que ama, que es amada, y se convoca en torno a Él.Pero de manera suprema, Jesús nos da, en el mandamiento del amor, la clave de su presencia y el distintivo de los cristianos. Es el regalo divino del que mejor podemos echar mano para reconocerle y darlo a conocer. Al saber que pronto dejará de ver a sus discípulos, Jesús les da como legado, el “mandamiento nuevo”, tesoro de sus entrañas, y con el cual podrán seguir unidos a él para siempre, y sello que los identificará como discípulos suyos. No les dijo que llevasen como signo grandes cosas. Les dijo algo muy sencillo: “Amarse los unos a los otros, como él los amó”. Nadie los identificará como discípulos de Jesús por tener mucho poder o mucha riqueza, sino por la fuerza y el brillo de su amor a los demás. La novedad de ese amor consiste en amar a la medida de Jesús: "como yo os he amado", es decir, sin medida, sin condiciones y sin límites. La medida del amor de Jesús en nosotros se constituye en la impronta de su ser en nosotros: "El amor será la señal por la que conocerán que sois discípulos míos". San Agustín escribió que, de la misma manera que una ciudad precisa de leyes para que sus habitantes puedan vivir juntos, el ser humano precisa de una única ley, la ley del amor para convivir en paz con el mundo, con Dios y con los demás. El amor es la sabia que alimenta las entrañas de la humanidad. Era comprensible, entonces que, a los primeros cristianos, los paganos los definían diciendo:"Mirad cómo se aman". Su testimonio de amor cotidiano era como un libro abierto y su mejor predicación para todos los que los veían. Eran, algo así como el fermento y la presencia del Dios amor en el mundo. Dios es como un agricultor que reparte sus dones a todos y quiere que todos crezcan y den frutos que perduren. Hay muchos frutos que podemos dar, a través de los cuales conocerán que somos hijos de Dios y discípulos del Señor Jesús. El tiempo de pascua es el tiempo de la fraternidad, de la perseverancia y del paso del Señor con el aroma de su resurrección. Es el tiempo del amor. Lo que ha de distinguir y caracterizar a los discípulos, ha de ser la forma de amarse los unos a los otros. Más que la cruz que llevamos al pecho, es la capacidad de saber llevar, los unos, las flaquezas de los otros, como Cristo llevó las nuestras, y ello solo es posible con la fuerza del Amor. Más importante que cualquier idioma, es el idioma del amor, pero no de cualquier amor porque en el amor existen los amores que matan y llevan a la perdición, contrario al amor que salva. Hay amores de desenfrenos, contrarios al amor de la cruz. Hay amores de aventuras, opuestos al amor que perdura para siempre, como también existen amores posesivos, opuestos al amor de Jesús que siempre es oblativo y dadivoso. Mientras el mundo nos ofrece un sello de
distinción y calidad marcado por la riqueza, la elocuencia, el poder y la
fuerza, los discípulos de Jesús se reconocían por el
amor a la cruz, por aquel amor que se da, el que perdura para siempre porque
viene de Dios. Así como para caminar por las calles de una ciudad se
necesitan señales de tránsito, para caminar por los caminos de la vida como
testigos de Dios se necesita la señal del Amor.
Ser cristiano, entonces, consiste en vivir en contacto con Él, y con el
encanto y la novedad de la buena noticia, del entusiasmo y de la fuerza del
amor pascual. Jesús llama tan amorosamente a sus discípulos, como "hijos
míos", con tanta cercanía como lo hace un padre o una madre con sus hijos.
Que nuestra vida sea sombra de la alegría y del amor que el Señor nos tiene.
Que nos parezcamos a Él, que dibujemos con nuestro ejemplo su manera de
transmitir el perdón, la paz. En definitiva, la alegría del corazón. El Amor da resistencia en las adversidades y moderación en la prosperidad; es fuerte en las pruebas duras, alegre en las buenas obras; confiado en la tentación, generoso en la hospitalidad; alegre entre los verdaderos hermanos y pacientísimo entre los falsos. No será hablando mucho de Él que lo daremos a conocer, sino amando a los demás, “como Él nos ha amado”: Amar como él, con su estilo, con sus ganas, con su entrega y su alegría.
A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos misioneros, el reino de Dios donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga, y que María Santísima nos proteja. Amén. |