Chía, 14 de Febrero de 2021
Saludo cordial a todos ustedes, discípulos y misioneros de esta comunidad de Santa Ana.
"Señor, Si Quieres Puedes Sanarme"
Saludo Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
El encuentro de Jesús con el leproso es absolutamente conmovedor. La
primera lectura da una idea de lo que, por ley, vivía una persona afectada por
este mal. No sólo perdía la salud; lo perdía todo.
Debía enfrentar no solamente a la enfermedad, sino también la etiqueta de “impuro”; era un “maldito” y debía ser completamente aislado, gritando su impureza para evitar que se le acercaran, hasta morir o recobrar la salud.
Hay algo que sorprende en la vida de Jesús, en su relación con los enfermos, pobres y pecadores, y es que “todos se le acercaban”. La gente, algo veía en Jesús, que les inspiraba confianza. El Señor cura cada día el alma de todo aquel que se lo pide. Incluso aquellos, a quienes la ley excluía y marginaba, no tenían reparo en “acercase a él. El leproso, por ley tenía que vivir lejos e incluso gritar “leproso, leproso” para que la gente se alejase. Pero este leproso se entera que Jesús está pasando y rompe con la ley, rompe con las normas, rompe con las distancias, rompe con su religión “y se acerca a Jesús”. Y Jesús, además de devolverle la salud, le devuelve su humanidad. En Jesús, este leproso, experimenta la maravilla de la compasión de Dios. Algo verdaderamente digno de atención es la frase del leproso: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. Esta petición es toda una profesión de fe. Es una oración perfecta, porque difiere de tantas otras que se hacen sin fe. El leproso, sin exigir (si quieres), manifiesta su total confianza en Aquel que todo lo puede. Esta profesión de fe, suscita el milagro de Jesús. Milagro físico, sí, pero que va mucho más allá de lo físico, porque lo que busca es la restauración de un corazón humano donde la lógica humana, no lo consideraba posible. prójimo. Jesús miró con compasión al leproso, y al que no se podía tocar, lo tocó, enseñándonos que, aún cargados de pecado, todos podemos ser tocados por su amor y quedar limpios. Jesús viendo la fe del leproso, proclamó: “Quiero, queda limpio”. Como una madre, sin importarle que su hija tenga un virus, la abraza con amor y ternura, Jesús tocó al leproso porque sintió compasión y amor. Hay muchos sufrimientos en torno a cada uno de nosotros, además de esta terrible pandemia. Es posible que sintamos pena y lástima por tantos que sufren, pero ¿qué hacemos por el que sufre? ¿Nos acercamos, le ofrecemos la mano, le ayudamos a levantarse y a salir de su condición? Imitemos el corazón de Jesús sintió dolor y compasión al ver al leproso. Sabía que la ley prohibía tanto al leproso como a Jesús acercarse. El leproso rompió con la ley y se acercó a Jesús. Jesús rompió con la ley y extendió la mano y lo tocó. El dolor y el sufrimiento de los demás no duele en las estadísticas. Duele cuando lo vemos, cuando sentimos porque toca nuestro corazón, cuando toca nuestras manos, para que luego ellas sean bálsamo para el que sufre. El gran problema que tenemos es la insensibilidad frente al otro. Escondemos el corazón, porque mientras el corazón no sienta, las manos las llevaremos en el bolsillo. ¡Cuánta bondad podemos expresar con nuestras manos generosas con el necesitado, con el que sufre! ¡Cuánta paz y serenidad podemos llevar al corazón de aquel hermano que sufre!Nuestra sociedad, aunque muy “evolucionada” y “civilizada”, también tiene sus leprosos. Contrario a los leprosos, que no escondían la lepra, muchos fácilmente escondemos el pecado y muchos espíritus inmundos que carcomen el alma y el corazón, y lo camuflamos todo en la arrogancia y, lo que es peor, hasta nos atrevemos a poner en cuarentena, aislar, marginar y condenar a muchos hermanos. Lamentablemente, cada vez somos más indiferentes frente al mal y al sufrimiento que nos rodean. Tantos tipos de lepra nos acechan el cuerpo, y sobre todo el alma; nos aíslan y nos alejan de los demás. No obstante, tenemos la inmensa dicha de poder correr, de arrodillarnos, de desahogarnos y suplicarle a Jesús: “Señor, si quieres puedes limpiar mi vida, mi corazón, mi familia, mi sociedad, todo mi ser”. Como hijos de Dios y amados por él, podemos ser purificados del pecado por la sangre de su divino Hijo.El leproso extrañaba su comunidad, su familia, su culto y su oración, y será el Señor quien lo limpie, le cure sus heridas y lo reintegre a lo que él más ama. También nosotros, reconozcamos humildemente todas nuestras lepras y con la fe y la valentía del leproso, acerquémonos al Señor. Habitualmente cuidamos la piel porque ella es nuestro vestido exterior con el que nos adornó Dios, pero olvidamos que, más que la piel, es el alma la que necesita cambio extremo y cuidado espiritual. Antes de preguntarnos si hay alguien que tenga lepra, preguntémonos qué lepras cubren nuestra vida. Tanto el leproso como nosotros, todos estamos necesitados del amor de Dios. Se acerca la cuaresma. Acerquémonos al Señor para que él nos limpie, nos sane y podamos verlo, especialmente, en el rostro de los que sufren.A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org o a través del Facebook de la capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja y acompañe en el camino de esta cuaresma hacia la Pascua. Amén. Padre Luis Guillermo Robayo M.
Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía
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