Chía, 26 de Mayo de 2019 Saludo y bendiciones a todos los fieles de esta comunidad de Santa Ana. “Eslabones en el Único y Divino Legado del Amor” Nos encontramos en el VI Domingo de Pascua, previo a la Ascensión del Señor, y la liturgia de hoy nos invita a no acobardarnos, ni a tener miedo. El Señor no nos deja solos, sino que nos promete enviarnos el Paráclito, el defensor, el maestro y consolador que será el que anime, una y santifique a su Iglesia. Gracias a estos dones seguirán ligados a él y haciendo vigente, como eslabones de una misma cadena, el legado infinito de su amor. "El que me ama guardara mi palabra, y mi Padre lo amara, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23); además les hereda la relación filial con su Padre Dios y el envío de su Espíritu, como fuente inagotable y garantía de vida eterna. Si la encarnación del Hijo fue un acto de amor del Padre al mundo, la in-habitación o morada en él, que se iniciará después de la resurrección, será un acto especial de amor hacia nosotros. Hay una relación íntima entre amor y palabra: “El que me ama guardará mi palabra”. Si queremos saber si Dios nos ama, basta con saber que guardamos su palabra. Si queremos saber si amamos a Dios y si Dios nos ama, basta saber si vivimos de su palabra. La palabra de Dios es el criterio de nuestra verdad, porque ella es la expresión de Dios mismo y de todo su plan sobre nosotros. Amar a Dios, es cumplir su palabra haciéndola verdad y norma de nuestras vidas. La despedida de sus discípulos generará una unión aún más íntima con Él. Si bien los discípulos estaban destrozados por la muerte de Jesús, el ardor de su fe por la resurrección, les levantará el ánimo. Ahora, Jesús les explica que otra vez tiene que desaparecer de su vista, para hacerse presente de manera universal. Será preferible que los ojos de sus discípulos no lo ven más, a cambio de morar en cada corazón que acoja y permanezca en su amor y unido a su Espíritu.El verdadero hogar de Dios será el corazón de cada uno y será en el nido de su amor en donde él habitará. Los corazones serán como templos vivos en donde arde el amor del Señor. El corazón será el domicilio que Dios dará como referencia permanente para que lo encontremos. Lo triste es que nuestro corazón es, quizá, el lugar donde menos lo buscamos. Lo verdaderamente necesario y definitivo, está en permanecer en el amor, pero al estilo y medida del amor del Señor. Mientras el mundo nos propone dichas pasajeras y falsos amores cargados de palabras vanas, alegrías externas y efímeras, el evangelio nos ofrece el más alto rostro del amor:“El que me ama y escucha mi palabra, ese habitará en mí y yo en él. Al que me ama, le dejaré mi paz y recibirá el don del Espíritu que le enseñará todo lo necesario”. Nuestra relación con Dios comienza por escuchar su Palabra, por tomarla y vivirla en serio, porque no es una palabra cualquiera, ni una simple comunicación de ideas. Es el centro de nuestra fe, de la Iglesia y la que crea una comunión entre Dios y nosotros, hasta el punto de hacer morada en Él. Como creyentes no somos huérfanos, porque en Jesús, Dios se nos ha acercado, y gracias a Él, somos santuario y morada de Dios: “vendremos a él y haremos morada en él”. “Hacer morada en él” es una bella manera de decir que mientras el distintivo de todos los cristianos sea el amor, el corazón del Señor será el lugar donde descanse el alma fatigada y el “domicilio permanente” de todos los cansados y agobiados. Así lo expresa la hermosa sentencia de San Agustín: “nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti, Señor”.Como “templos” vivos de Dios, ¿Qué importancia le estamos dando a la palabra de Dios? Como María Santísima, ¿hacemos silencio en el corazón para anidarla en él y hacerla resonar entre quienes no la conocen? A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos misioneros, el reino de Dios donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga, y que María Santísima nos proteja. Amén. |