Chía, 17 de Febrero de 2019 Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad de Santa Ana. “Bienaventurados por Siempre” En el Evangelio de hoy, con las
bienaventuranzas, Jesús da a sus discípulos la carta magna y el programa de la
felicidad que no defrauda. Las palabras: "¡Dichosos!"; "¡Felices!", “Bienaventurados” lo resumen todo. El Evangelio, como tal, es buena noticia, dicha, alegría, bienaventuranza y felicidad. Las bienaventuranzas son realidades irreemplazables y necesarias para la vida del alma, así como nuestros pulmones necesitan de aire. Las bienaventuranzas no son para juzgar a unos y salvar a otros. Sencillamente son ideales de vida evangélica y los estilos concretos de vivir a la luz del evangelio. En el sermón de la montaña, Jesús menciona una serie de realidades negativas propias del ser humano: tristeza, llanto, hambre, persecución, deudas, pérdida de seres queridos, abstinencia, desastres, acusaciones falsas. No se trata de aceptarlas pasivamente; al contrario, si se aceptan será porque detrás de ellas se encontrará algo más maravilloso: la alegría de participar del mismo don del Señor. Entonces, las lágrimas, las persecuciones, el hambre o cualquier desdicha o angustia, puestas a los pies del Señor, serán también sus propias angustias y sus sufrimientos. En la lógica de Dios, las bienaventuranzas son las sendas que llevan a la felicidad. Habrá que evitar perder el tiempo en distracciones que solo dan alegrías que se acaban demasiado pronto. En la marcha hacia el cielo sólo sirve cargar las bienaventuranzas, e ir tomados de la mano de Dios, como el bastón que nos sostiene.
La Felicidad es la máxima aspiración de todos, pero no es fácil conseguirla, y menos de cualquier manera. No basta conseguir lo que uno andaba buscando, y cuando lo encuentra, los deseos de uno, aún no quedan satisfechos, porque cuando uno ha conseguido lo que quería, descubre que está de nuevo buscando otras dichas. También es claro que el dinero no puede comprar la felicidad, aunque él pueda comprar aquello que tiene apariencia de felicidad, pero nada más. Aunque las bienaventuranzas, estén en abierta oposición con las ofertas de la sociedad de consumo, son las propuestas que Jesús nos hace en aras de la verdadera felicidad.
En las cosas más nobles de la vida y, des afortunadamente también en las más equivocadas, al ser humano le acompaña una sed de felicidad. Cuando los jugadores de fútbol hacen un gol están corriendo detrás de la felicidad. Cuando los jóvenes eligen una profesión, lo hacen buscando ser felices. El que siembra y el que cosecha, lo hace buscando también la felicidad. Pero también el que roba, o el que miente, o el que engaña, pretende ser feliz a través de lo que realiza. Aunque en todo lo que hagamos buscamos la felicidad, está claro que no todo sirve para alcanzarla, y por eso muchas veces vemos frustrada la felicidad detrás de la que hemos corrido. Jesús es la clave para entender las bienaventuranzas. Él es el hombre pobre y despojado de todo. Él une la justicia con la misericordia. Él hace la paz entre el cielo y la tierra. Con su corazón limpio caminó con mansedumbre predicando el Reino. Aguantó insultos, persecuciones y acusaciones falsas, todo por traernos la salvación. De ahí que su expresión: “por causa mía”, nos da la clave para ser dichosos. En medio de las aflicciones, él siempre será la causa de la felicidad. Detrás de aquello que suena a desgracia e infelicidad, se esconde la felicidad. Entonces la persecución vendrá en aras o a causa de la justicia; la alegría del Reino será fruto por la pobreza de espíritu; luego del sufrimiento vendrá el eterno consuelo. Para Jesús, la base de felicidad es más profunda que una simple tranquilidad lograda por las dichas pasajeras en este mundo.
Desafortunadamente hemos optado por vivir bajo el imperio de lo efímero. El dinero se ha convertido en nuestro “dios”; despreciamos a los pobres, la corrupción se expande devorando las sociedades; el sensualismo bajo todas sus formas está omnipresente, mientras que la fe, la relación con Dios y los valores del alma parecen desvanecerse. Jamás seremos felices si no nos sintonizamos con la felicidad que Jesús nos trae. Aquella felicidad que tiene que pasar por el crisol de las pruebas. En resumen, la verdadera felicidad, es, en realidad, aquella permanente y duradera; es decir la que va cargada de bienaventuranza, dicha divina y eternidad. En eso precisamente consiste el cielo que vamos buscando y forjando aquí y ahora. Las bienaventuranzas nos ayudan a levantar la mirada para no tropezar. Son la brújula en el camino para llegar a Él.
Aunque no sea fácil realizarlas, sabemos que nos llevarán a la felicidad que buscamos. Lo más maravilloso está en las promesas que ellas encierran: “Heredarán la tierra, serán consolados, serán hijos de Dios, consolados por Dios, alcanzarán la misericordia de Dios…Y todo: “porque verán a Dios”.
¿Qué alegrías que atrapan nuestro corazón? ¿Quién o qué hace verdaderamente feliz nuestra alma? ¿Somos felices, o simplemente buscamos el placer? El placer dura un instante, la felicidad es una manera de ser. El Señor Jesús, quien nos trajo la alegría del cielo y vivió la felicidad del mismo Dios, nos recuerda que, con las bienaventuranzas, podemos forjar desde ya, aquí y ahora, la dicha y felicidad que en su máximo esplendor saborearemos en el cielo. A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la buena nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. Feliz semana para todos; que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. |