Chía, 11 de Abril de 2021 Saludo
y bendiciones de Pascua a todos ustedes, en este domingo de la divina
misericordia. ¡Porque
es Eterna su Misericordia! Saludo Padre Rector Luis Guillermo Robayo M. En la
liturgia de este segundo Domingo de Pascua, o domingo de la divina misericordia, asistimos al primer encuentro del Resucitado con los suyos. Están
encerrados, con las puertas cerradas. Con el miedo en el cuerpo y con la
vergüenza en el alma. Se sienten avergonzados de haberle fallado. ¿Cómo dar
cara al que le fallaron? En la primera aparición comienza la verdadera Pascua para los discípulos. Jesús se reconcilia con ellos y les presenta los pilares de su primera comunidad pascual: es decir, su Iglesia. Primero les hace recuperar la alegría perdida por su infidelidad en la pasión. Luego los recrea haciéndolos hombres nuevos dándoles el Espíritu Santo, y luego, les confía la misión que él ha recibido del Padre: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Adicionalmente los reviste con el poder del perdón y el don de la misericordia. A partir de ahí, somos la iglesia de la “misericordia”, la iglesia de la “comprensión”, la iglesia de la “misión”, la iglesia de las “llagas y la iglesia como santuario de su resurrección. En la segunda aparición el personaje central es Tomás. Los discípulos le anuncian que “han visto al Señor”, pero él se niega a creer: “hasta no ver, no creer”; y exige: “tocar sus llagas”. Lo que necesitó Tomás, - como lo necesitamos todos -, era conectarse con el corazón del resucitado, pero pasando por las huellas que dejó la pasión, porque abrazar al Cristo glorioso, requiere abrazar al Jesús de la pasión, con su cruz y sus llagas. También entendió Tomás, que es muy difícil encontrarse con Jesús fuera de la comunidad. Por eso volvió a ella, y es ahí donde tuvo su experiencia pascual, porque sólo en comunidad se puede compartir, celebrar, madurar y testimoniar la fe.Los primeros discípulos habían puesto cerrojos a sus puertas por miedo a los judíos, pero Cristo vence cualquier obstáculo y abre los cerrojos de las puertas con su presencia. Él sabe comprender sus debilidades, sus infidelidades, e incluso, sale a su encuentro. Es él quien los busca y se presenta en medio de ellos. Y lo primero que hace es “saludarlos con la paz”, con la misericordia, con el perdón: “Paz a vosotros”. “Y les enseña las manos y el costado”, signos de su identidad, que es él y no otro. Signos, también, de su misericordia y de su perdón: “Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. Observemos que no hay recriminaciones, ni quejas, ni acusaciones; solo hay señales de amor, de misericordia y de perdón. Con la pascua recibimos una vida nueva, con un corazón nuevo. Recibimos un amor nuevo, capaz de perdonar, y recibimos el regalo más bello de la Pascua: el gozo y la alegría del perdón. Por eso le llamamos “Domingo de la divina Misericordia”, porque el resucitado regala el perdón a los que le fallaron, la paz a los que se sentían mal con ellos mismos. Regala la comprensión de las debilidades de los demás, y la misericordia que se compadece de nuestras flaquezas.Es el domingo del encuentro con los que se habían escondido; del encuentro con los que se sentían avergonzados. Es el domingo de las manos extendidas a quienes le dejaron solo. Es el día de salir al encuentro de los que se encierran en sus miedos; de levantar el ánimo a los que estaban decaídos y, admirablemente, de constituir como ministros del perdón a quienes necesitaban ser perdonados. En fin, es el domingo del hombre con corazón de misericordia. Es el domingo sin portero y sin puertas porque la misericordia, el perdón y el amor no necesitan puertas, porque ellas son nuestra mejor puerta a la salvación. Cuando hay misericordia, comprensión y perdón, desborda la alegría de la pascua. Jesús alaba a los que creen sin ver: “Dichosos los que creen sin haber visto”, pero luego nos pide: “Y vosotros sois testigos de esto”. Tomás fue un privilegiado por poder meter los dedos en sus llagas. Tendremos que trasladar las llagas del Señor y verlas en las de tantos que sufren. Son las marcas visibles del Señor en su cuerpo místico; en aquellos que repiten como Tomas: "Señor mío y Dios mío". Esta es una profesión de fe nos deja que nos permite asegurar que las llagas del que sufre están tatuadas y grabadas en las manos del Señor.El resucitado al ver sus manos, ahí nos mira y nos contempla, y no hay ni habrá nada que pueda borrarnos de la palma de las manos de Dios. Con certeza podremos decir: “Dios me lleva en la palma de sus manos. Estoy en la palma de las manos de Dios”. Él, en las marcas de su pasión ve nuestra débil naturaleza y renueva su entrega amorosa por nosotros. Tan cierto es, que cuando se aparecía a los suyos, lo primero que hacía era enseñarles sus manos, sus pies y su costado. Esas son las alegrías pascuales: La alegría de “ver de nuevo y con ojos nuevos”. La alegría de “sentir un corazón nuevo”, un corazón perdonado. La alegría de “ver brillar el amor y el perdón en las llagas de las manos y del
costado”. Si el Señor pudo abrir
las puertas del sepulcro, también derribará los muros y las barreras que
encierran nuestro corazón.
Pidamos al Señor
resucitado que nos conceda, no tanto poder meter nuestros dedos en sus llagas,
sino la gracia de llevarlo en nuestro corazón, para descubrirlo en las llagas
de tantos que, en su sufrimiento, son testigos de su presencia viva. Y siempre
que celebremos nuestro encuentro con Jesús resucitado en la eucaristía, nuestra
fe en él se fortalezca, se vivifique y se encienda más nuestro amor a él y a
los demás. Sólo así podremos parecernos a Cristo misericordioso. Sólo así el
Espíritu del Señor que está en nosotros validará nuestra fe en el Resucitado.
A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org o a través del Facebook de la capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. Que el Señor nos bendiga, tenga misericordia de todos nosotros, y la Santísima Virgen nos proteja. Amén. Padre Luis Guillermo Robayo M. Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía
|